La Voz de Asturias (Domingo, 2/10/11)
UN PIANISTA CON CLASE
La manera de tocar el piano de Joaquín Achúcarro supone, paradójicamente para alguien de avanzada edad, un soplo de aire fresco dentro del actual contexto pianístico internacional. Frente al fulgurante poder chino, que incluso en el mundo de la música parece acapararlo todo y que tiene a Lang Lang como su principal seña de identidad, las maneras del bilbaíno permanecen incólumes, dentro de la gran tradición interpretativa europea. Frente a la brillantez técnica, agilidad e incluso extravagancia, Achúcarro ofrece mesura gestual, enjundia y coherencia formal. Llegó a Oviedo para inaugurar la temporada 2011-12 de la OSPA como el hijo pródigo que vuelve a una de las ciudades españolas donde más carrera ha hecho. Su versión del "Concierto para piano y orquesta nº 2" de Chopin resultó estimulante, aunque al clima de la obra le faltó la pizca de entusiasmo y arrebato sonoro que sirven para evadirse de su bellísima melancolía general. Pero Achúcarro no necesitó rebuscar en sus fuerzas para epatar. Las notas falsas y los fraseos inestables dejaron de tener importancia ante una concepción general coherente, de rasgos elegantes y atmósfera íntima y reposada. El público aplaudió mucho al artista, que regaló un "Nocturno nº 2, op. 9" muy personal, de preciosos trinos y un estilo entre conciso y elegante muy del gusto de un pianista poco dado a los afectos extremos, algo que en Chopin tampoco hubiera venido mal. Yayce Ogren acompañó un tanto insustancialmente. Su postura ante el solista fue de respeto absoluto, asumiendo una perspectiva secundaria que prestó más atención a sus limitaciones que a sus atractivos. Ogren pareció insinuar a los músicos el camino de Achúcarro, más que demarcárselo con claridad a través de su propia voz. En este sentido, la OSPA ofreció una versión más profiláctica que creativa. Creemos que el respeto a la versión del solista no tiene por qué anular el carácter del director, uno de los aspectos que, en el arte, no pueden echarse de menos. Esta carencia fue sustancial en el "Concierto para orquesta" de Bartók, una obra que sacó a relucir las diferentes maneras de tocar de las secciones de una orquesta cuyos músicos parecen no escucharse los unos a los otros, dadas las diferencias de criterio. Resultó paradigmático observar la diferencia entre el adusto y energizante sonido de las violas y el excesivamente vibrado y brillante de los violines primeros, o la debilidad del sonido de los chelos a pesar de su número. Ogren dirigió con solvencia, pero sin exigir a los músicos la unidad de estilo y carácter que la obra requería. Quizás por ello, el resultado no fue del todo convincente.
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