Por Raúl Chamorro Mena
Italia. Pesaro, 14-VIII-2018, 20:00 horas. Adriatic Arena. Rossini Opera Festival 2018. Ricciardo e Zoraide (Gioachino Rossini). Juan Diego Flórez (Ricciardo), Pretty Yende (Zoraide), Sergey Romanovsky (Agorante), Victoria Yarovaya (Zomira), Nicola Ulivieri (Ircano), Xabier Anduaga (Ernesto). Coro del Teatro Ventidio Basso. Orquesta Sinfónica Nacional de la RAI. Dirección musical: Giacomo Sagripanti. Dirección de escena: Marshall Pynkoski
El período napolitano de Gioachino Rossini fue absolutamente glorioso, un hito en la historia de la lírica, en el que confluyeron el genio del "Cisne de Pesaro" con el de Domenico Barbaja (empresario, director artístico y mucho más), además de una compañía de canto legendaria, unos artistas que dejaron una impronta no sólo vocal, también interpretativa, en los personajes que abordaron.
De las nueve óperas de la producción sería napolitana de Rossini, quizás sea Ricciardo e Zoraide (Teatro San Carlo, 1818) la menos querida, conocida y representada. Como expresa el gran Philip Gosset, -erudito rossiniano fallecido el pasado año-, en el artículo del magnífico libreto-programa editado por el Rossini Opera Festival (ROF), estamos ante una obra que se basa en un poema eroicomico, el Ricciardetto de Nicola Forteguerri y en la que Rossini se muestra aparentemente más conservador y menos experimental y creativo que en otras creaciones napolitanas. A pesar de contar con todas las figuras de esa mítica compañía de canto, su esposa Isabella Colbran, los tenores Andrea Nozzari y Giovanni David y la contralto Rosmunda Pisaroni estamos ante una composición que se apoya sobretodo en los números de conjunto, concediendo una sola escena solista a cada uno de los cuatro personajes principales. Ciertamente, la ópera no alcanza el nivel de inspiración, creatividad, concisión y fuerza teatral de La donna del lago, Ermione, Otelo o Maometto secondo, además de estar lastrada por un débil libreto de Francesco Berio di Salsa, un tanto deshilachado y falto de unidad dramática, pero estamos ante una ópera que goza de buenos momentos, una orquestación rica y elaborada, además de magníficos pasajes para el canto, más en los dúos y piezas de conjunto que en los puramente solistas.
Al cumplirse 200 años de su estreno, el Rossini Festival presentaba una nueva producción de este título. Poco se puede decir del montaje de Marshall Pynkoski, nulo teatralmente y en cuanto a caracterización de personajes, con un movimiento escénico que brilla por su ausencia, dejando a su suerte a los intérpretes. Da la sensación que el regista quiera caminar por el terreno de la parodia o la causticidad con telones pintados en colores chillones, vestuario en technicolor, todo ello encuadrado dentro de lo que dió en llamarse kitsch, pero lo cierto es que, junto a la total falta de ideas, no nos ahorró momentos embarazosos y cargantes con constantes y ridículos bailecitos sobre el escenario y esa sonrojante luna llena gigante que presidió el dúo de amor entre ambos protagonistas.
Con Pretty Yende, soprano surafricana de gran predicamento actualmente en el Metropolitan Opera, estamos ante un caso habitual de la ópera actual. Una cantante dotada, de timbre fresco, no específicamente bello, pero con un atractivo sombreado, muy intuitiva, con musicalidad innata, pero sin un sólido respaldo tecnico. De este modo, pudieron escucharse sonidos sueltos de calidad, pero no una línea de canto uniforme y bien armada. También algún sobreagudo de factura, pero otros abiertos y con un punto de acritud. Igualmente, la agilidad resultó más bien discreta con alguna serie de notas picadas lejos de la precisión que cabría desear. En lo interpretativo, Yende es comunicativa y con cierto carisma, aunque el montaje no le ayudó mucho ni a ella ni a ninguno de los artistas. A pesar del repertorio de cada vez más calibre que está afrontando, Juan Diego Flórez no quiere perder ni a Rossini, ni a Pesaro, que tanto le han dado. Precisamente estaba contratado para el papel de Ernesto de esta ópera en 1996, cuando tuvo su improvisado debut en Matilde di Shabran por indisposición del tenor previsto. En su debut como Ricciardo encontramos a un Flórez que ha perdido punta y desahogo en los agudos (no puede mantener la posición tan alta al tener que abordar papeles que exigen un centro más nutrido), pero que los sigue teniendo, no escatimando ninguno. La agilidad quizás resulte más trabajosa, pero el dominio total del estilo, el canto legato, así como la pureza y nitidez de la emisión, se mantienen inalterados en un tenor que después de 22 años y aún estando claramente dedicado ya a papeles de más fuste, se mantiene en el trono rossiniano. A su lado, una gratísima revelación, un jovencísimo tenor español de 23 años, Xabier Anduaga en el ya citado papel de Ernesto, el tercer tenor y que acompaña a Ricciardo en su cavatina. Espléndida su prestación y cabe esperar lo mejor en el futuro de una voz amplísima, caudalosa, bella y penetrante, así como de su desenvoltura escénica.
La particular vocalidad del papel de Agorante, la propia del legendario Andrea Nozzari, corresponde al tenor baritonal o baritenore, por tanto complicadísima, que exige una extensión tremenda y que prácticamente ya no cuenta con defensores, después de Bruce Ford y, especialmente, Chris Merritt, sus grandes paladines en la Rossini Renaissance. La interpretación de Sergey Romanovsky no resultó satisfactoria. La extensión casi está, aunque los graves por los pelos y los agudos resultaron un tanto duros y esforzados. Asimismo, el timbre es nasal, ingrato, desigual, falto de elasticidad sin que sea un cantante que destaque ni por sus dotes de vocalista, ni por su fraseo. Lo mismo cabe decir de la mezzosoprano Victoria Yarovaya en el papel de Zomira, la celosísima esposa de Agorante. Cantante vulgar, de timbre anónimo, desguarnecida en graves y de agudos trabajosos. Discreto Nicola Ulivieri como cantante, pero mucho mejor en la acentuación en el papel de Ircano.
Giacomo Sagripanti desgranó un dicurso musical fluido, coherente y muy equilibrado, de indudable pátina musical, aunque faltó un punto de variedad, de contrastes y de vivacidad. Notable nivel el de la Orquesta Nacional de la RAI, así como del coro del Teatro Ventidio Basso de Ascoli Piceno, que al igual que en el Barbiere del día anterior, tuvo una actuación irreprochable.
Antes del comienzo de la representación, se guardó un minuto de silencio por las víctimas de la caída del puente de Génova.
Foto: Facebook Festival Rossini de Pésaro
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