Por Aurelio M. Seco / @AurelioSeco
La Coruña. 13-IX-2019. Teatro Colón. Temporada lírica coruñesa. Don Giovanni, Mozart. Juan Jesús Rodríguez, Simón Orfila, Gilda Fiume, Ginger Costa-Jackson, Francisco Corujo, Rocío Pérez, Gerardo Bullón, Andrii Goniukov. Orquesta Sinfónica de Galicia. Coro Gaos. Dirección musical. Miguel Ángel Gómez Martínez. Dirección de escena: Carlos Saura.
El Don Giovanni de Mozart propuesto en la Temporada lírica coruñesa había generado una gran expectación antes de su estreno. La dirección de escena era un trabajo de Carlos Saura, nada menos, cineasta español de gran prestigio que ya ha anunciado que completará una trilogía mozartiana para la ciudad herculina. También atraía el reparto, formado por nombres importantes que, bajo la dirección musical de Miguel Ángel Gómez Martínez, hacían de la ocasión un manjar demasiado tentador como para no viajar a Galicia. ¿Y cómo ha sido realmente este Don Giovanni coruñés? Pues reconfortante en lo vocal pero decepcionante en las direcciones musical y escénica.
Juan Jesús Rodríguez debutó como Don Juan mostrando grandes virtudes, cantando y actuando, con una línea vocal enérgica, intensa, de carácter, y ofreciendo una atractiva recreación del personaje a pesar de no ser perfecto para su voz y de algunos elementos de vestuario, como un antifaz obviamente incómodo y de desafortunado diseño y una poco favorecedora peluca, elementos que lastraron los esfuerzos del barítono a la hora de configurar dramáticamente a Don Giovanni. Su actuación dejó momentos soberbios sobre el escenario, alguno de arrebatador atractivo escénico, junto a Rocío Pérez [Zerlina], e incluso respondió con enorme talento y un fraseo amplio y expresivo en momentos de gran exigencia y compromiso en los que el director musical apostó por tempi que, como mínimo, nos parecieron arriesgados. Su voz fue uno de los alicientes de la producción.
Simón Orfila interpretó a un gran Leporello, personaje que conoce y domina en toda su extensión. Orfila celebró su cumpleaños llenando el Teatro Colón con su gran voz de bajo-barítono y todo un catálogo de recursos líricos puestos al servicio del atractivo timbre y la depurada técnica a la que nos tiene acostumbrados. Formidable la Donna Anna de Gilda Fiume, quien ofreció toda una clase magistral de ductilidad, dominio técnico y de cómo se debe cantar «Crudele? Ah no, giammai mio ben!». El difícil papel de Donna Elvira se puso en manos de Ginger Costa—Jackson, mezzo de gran personalidad y un talento interpretativo natural, arrollador. La voz no es la más bella del mundo, ni tiene la ductilidad de la de Fiume, pero sí una obvia presencia sonora, sino elegante, solvente. Se la notó algo fatigada hacia el final de la función. Es normal en un papel tan exigente, en el que debutaba y del que supo salir mejor que airosa.
Resultó apropiado Andrii Goniukov en el papel de Comendador, aunque echamos en falta una mayor impresión sonora de un personaje que viene de ultratumba. Gerardo Bullón nos dejó fascinados con su recreación de Masetto: la intencionalidad del gesto siempre certera, justa, apropiada; la voz en su sitio, fresca, expresiva. Cuánto talento tiene este artista: un talento que merece mucha más presencia en las más importantes temporadas. A Rocío Pérez no le favoreció el tempo elegido por Miguel Ángel Gómez Martínez para su escena de entrada [«Giovinette che fate all amore»], como tampoco al Coro Gaos, perdido en ese instante pero acertado en general durante la función. En general, la comunicación del director con los cantantes dejó mucho que desear y generó numerosos momentos de incertidumbre durante toda la noche. Pero hablemos más de esta joven soprano, una de nuestras más prometedoras voces, que además acaba de anunciar su vuelta a La Fenice, haciendo Gilda, de Rigoletto, personaje cuyo registro permite saborear mucho mejor sus enormes cualidades, vocales y escénicas, que en este Don Giovanni se puede decir que brillaron con luz propia, sobre todo cuando el personaje le permitía sacar a relucir un registro agudo realmente hermoso. Mucho más discreta fue la actuación de Francisco Corujo, quien interpretó a un Don Ottavio inseguro vocalmente. En general todo el elenco parecía estar muy pendiente de la batuta. Corujo fue de los más atentos, y tuvo momentos líricos aseados, pero el personaje demandaba más quilates.
Nada en la puesta en escena de Carlos Saura [dirección de escena y escenografía] hizo pensar que había sido obra de uno de nuestros más importantes directores de cine. Como decorado se incluyeron dos paneles al fondo del escenario, cambiados con pulcritud pero insuficientes por tamaño y diseño para caracterizar los espacios de la obra más allá del mero acompañar. Sobre ellos se proyectaron dibujos, del propio Saura, no muy afortunados, tratando de contextualizar las situaciones. Ahora un bosque, ahora un palacio… No hubo unidad ni argamasa entre escenografía, luz y vestuario.
Puntualmente se incluyó a una bella joven —la actriz española Carmela Martíns— mostrándose a través de una ventana mientras se desnudaba, insinuando cierta intención seductora o exhibicionista de la chica mientras Don Juan le cantaba «Deh vieni alla finestra», una imagen anecdótica, sin trascendencia, situada en el contexto general. Pareció intencionado adjudicar al vestuario de Doña Elvira el color violeta, como una especie de feminista despechada y trastornada ante la visión de la naturaleza libertina de su amado Juan, quizás por haberla catalogado como una «mujer objeto» más.
Fue arriesgada pero atinada la forma en la que el coro recogió y se llevó en hombros el cuerpo muerto del Comendador. Ver a Leporello comer realmente mientras cantaba aportó un toque de realismo a la producción, que incluyó pistolas y espadas de verdad [con cierto riesgo en escena para una Gilda Fiume que tuvo que apartar una para no recostarse sobre ella en su primera escena con Don Juan].
Saura situó a los cantantes cerca de la boca del escenario, algo que el oído agradeció, aunque a veces tuviéramos la impresión, por la reiteración de espacios, de que la razón tenía más que ver con los micrófonos que tomaban el sonido que por dejar oír mejor las voces. La forma en la que se resolvió el castigo a Don Juan nos pareció simple y previsible. El vestuario de Pedro Moreno fue «de época» y estuvo bien realizado, resultando atractivo en casos como el de los campesinos o el de Zerlina y Masetto. El diseño de luces de Felipe Ramos, demasiado plano y sencillo.
Ya hemos dicho que la dirección musical de Miguel Ángel Gómez Martínez resultó en parte fortuita, inestable e incómoda. Se puede dirigir de memoria, lento o rápido, pero el resultado debe estar mejor ponderado y establecido con claridad entre el director y los artistas. No tuvimos esa impresión, y a pesar de que el reparto estuvo muy pendiente de sus gestos, orquesta y voces estuvieron desencajados con frecuencia. Fue una versión solvente, sin más, por ser generosos, con una Sinfónica de Galicia reducida [con sólo dos contrabajos] a la que se le podría haber sacado mucho más partido. Buen trabajo de la orquesta, aunque un conjunto de esta calidad no puede permitirse mostrar una sección de cuerda tan desafinada en el último acto de la ópera. Destacada labor de Borja Mariño al clave y de los músicos sobre el escenario.
Poco más...
Foto: Amigos de la Ópera de La Coruña
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