Crítica del concierto de Alexander Liebreich e Isabelle Faust con la Orquesta de Valencia
Vanguardia y tradición
Por Alba María Yago Mora
Valencia, Palau de la Música. 22-XII-2023. Isabelle Faust, violín. Orquesta de Valencia. Director: Alexander Liebreich. Obras de György Ligeti, Piotr Ilich Chaikovski y Johannes Brahms.
El concierto para violín de György Ligeti es una de las mejores obras del siglo XX, y si bien no es tan extravagante como sus obras maestras anteriores, está llena de su característico humor seco. Revisada y modificada en varias ocasiones, es un compendio de todos los estilos en los que el compositor húngaro había trabajado: grotesquerie, gestos de danza folclórica, juegos de afinación con miradas retrospectivas a fuentes medievales y renacentistas, y también a su propio mundo de sueños siempre sorprendente, con una nueva sensación casi "romántica".
Fue un verdadero placer escuchar a la violinista Isabelle Faust interpretar música contemporánea en lugar de otro concierto más de Sibelius o Tchaikovsky. Esta pieza rebosa ideas maravillosas, raras y extravagantes, y el entusiasmo de Faust fue absolutamente contagioso. Fue un continuo coqueteo entre la extravagancia cortante y el lirismo sombrío, pero también fue danza y colores, muchos colores. Ligeti es energía y misterio, y ella dio pleno sentido a los muchos elementos dispares en una lectura de auténtico tour de force.
La orquesta, reducida a ensemble, y bajo el meticuloso y apasionado liderazgo de su titular Alexander Liebreich, cumplió con las exigencias extremas de Ligeti con una intensidad chisporroteante. Por su parte, la alemana interpretó la casi imposible parte solista con una incisividad mordaz e inquebrantable, imperturbable ante los efectos a veces extraños que se requieren, y haciendo su camino a través del material conmovedor con una dolorosa intensidad lírica. Sería imperdonable no mencionar al cuarteto de ocarinas, el ejemplo más evidente de que el compositor utiliza algunos recursos para burlarse de la pomposidad académica. Pero la obra no es todo travesuras y extravagancia, ya que la Passacaglia estuvo especialmente llena de patetismo y gran solemnidad. Ligeti dejó la cadencia final al solista, y la de Faust fue hipnótica y con un toque alocado. Como regalo, sorprendió al interpretar con gallardía el Andantino (Altro) del Amusement pour le violon seul op. 18, de Louis-Gabriel Guillemain, agregando un toque adicional a una velada que prometía ser excepcional.
La transición del inmersivo Concierto para violín de Ligeti a la elegante selección de la suite del Cascanueces fue como si, tras saborear un vino robusto, se abriera paso un delicado té con notas sutiles, donde la complejidad de Ligeti cedió su lugar a la gracia encantadora de Tchaikovsky. Cada uno deleitó los sentidos de maneras distintas pero igualmente cautivadoras. A pesar de no compartir conexión temática con los dos platos fuertes del concierto, la orquesta ofreció una interpretación que resonó con encanto. Llegados a este punto, conviene comentar que la audiencia reaccionó de manera dispar entre Tchaikovsky y Ligeti, sugiriendo distintos niveles de conexión con las obras. Mientras la familiaridad del Cascanueces evocó un respetuoso silencio, la complejidad de Ligeti generó tosidos más evidentes, revelando cómo el público se relaciona de manera única con la diversidad musical. Esta variación en las respuestas añadió un matiz intrigante al programa.
La Sinfonía nº 2 de Johannes Brahms fue una experiencia musical algo peculiar. Fue un tanto insatisfactoria, especialmente en el primer movimiento, donde la presentación temática se percibió extrañamente fragmentada, como si la música fuera una colección de pasajes individuales no relacionados... A pesar de la destacada unidad y solidez de la cuerda -durante todo el concierto-, la riqueza brahmsiana esperada se vio eclipsada por cierta sensación de sequedad y falta de enfoque, agravada por ciertas dificultades de precisión en algunas entradas de los vientos. El Adagio, en cambio, presentó una textura cálida y fluida, rescatando la interpretación que cerraba la velada. El brutal sonido de la sección de cellos en el segundo movimiento añadió una dimensión emocional a la actuación. Liderados por Iván Balaguer, sirvieron como catalizador para elevar la calidad general de la interpretación. A pesar de la mejora, se tuvo que afinar entre el segundo y el tercer movimiento. Fue a partir de este punto que la ejecución se consolidó, revelando un Allegretto grazioso apropiadamente delicado. El broche final, el Allegro con spirito, indudablemente constituyó el punto culminante de la sinfonía. Fue un cierre emocionante. Aquí, a pesar de las dificultades iniciales, la orquesta logró superarse, brindando una interpretación enérgica y convincente que compensó las imperfecciones previas.
Fotos: Foto Live Music Valencia
Compartir