Por Javier Labrada
Oviedo. 5/03/2015. Museo de Bellas Artes. II Ciclo de música antigua "Sonidos de la Historia". Solista: Alfred Fernández. Obras de Francesco da Milano, Francesco Spinacino y Marco Dall’ Aquila
Si bien, a ojos de la historia, es cierto que el Imperio Romano Occidental termina por desintegrarse con relativa facilidad bajo los aceros bárbaros, tampoco resulta desacertado afirmar que, para el mundo de las artes, la influencia latina (y también la helena) continua siendo, incluso hoy en día, extraordinariamente sólida.
Aun así, y pese a los vastos campos que abarca (ya sean lingüísticos, filosóficos o artísticos), a la tradición grecolatina no le fue fácil afianzar raíces una vez expoliada Roma, su histórica capital. Sin embargo, tras más de diez siglos de “sequía” medieval, los italianos, y más concretamente los florentinos, se deciden a exceder el campo meramente idiomático para zambullirse de lleno en la cultura descendiente de Eneas.
Tomaron de ella cánones de belleza y diseños arquitectónicos, pero, sobre todo, envidiaban su antropocentrismo; una filosofía vital que, por primera vez en mucho tiempo, demandaba una posición central del Hombre en la sociedad, quedando Dios relegado a un plano más personal. Es precisamente esta concepción del hombre como “centro de la vida” la que actúa como revulsivo final para una de las revoluciones culturales más importantes en la historia humana: el Renacimiento.
Como no podía ser de otra forma fue un hombre, Ottaviano Pretrucci, quien desarrolló un sistema de tipos móviles fundamental en el diseño de la imprenta, empleando después su invención para producir partituras de forma rápida y barata. Fue así como la música pudo evadirse por fin de los inmensos incunables (propiedad de la Iglesia) en los que estaba escrita y dar un salto definitivo hacia las estanterías de cualquier ciudadano que pudiese pagar los ya mucho más asequibles precios de una partitura en papel y no en piel.
Esto, que podría parecer banal, supone en realidad la humanización de la música, perdida en parte durante el medievo, época en que se la consideraba un arte divino y por tanto reservado a los lugares de culto. Así pues no fue música religiosa la que nos ofreció Alfred Fernández el pasado jueves en su concierto de laúd, sino música “profana” que, pese a la antigüedad de su autoría, consigue resonar en nuestros oídos sorprendentemente cercana. Algo que quizás no ocurre con el canto gregoriano, por ejemplo.
El programa del concierto titulado “Il Divino” toma su nombre del apodo recibido por uno de los compositores que en él figuran: Francesco da Milano, al que se le puso ese sobrenombre porque, según aseguraban sus coetáneos, era el mejor compositor para laúd de Europa.
De F. da Milano tocó Fernández numerosas fantasías, así como de Francesco Spinacino y Marco Dall’ Aquilla. Debido a la propia naturaleza de las composiciones, que dejan cierta libertad al intérprete, el laudista catalán hizo gala de un gran despliegue expresivo, recreándose además en los calderones de algunas notas que por momentos parecía prolongar demasiado.
Resulta sorprendente por otra parte su habilidad en la ejecución de los pasajes más técnicos y contrapuntísticos como los que se presentaron en los RicercariXIII y VI de Francesco Spinacino, que consiguió resolver con solvencia.
También fue llamativo verle sostener algunas notas empleando la técnica del vibrato, con la consabida controversia que genera la inclusión de esa técnica en la música anterior al periodo clasicista.
El intérprete amplió además su programa recitando versos líricos entre obra y obra, todos ellos de poetas renacentistas españoles pero de clara influencia italianizante como Garcilaso de la Vega, Juan Boscán o Fray Luis de León.
Tal y como nos confiesa el propio Alfred Fernández al final del concierto, “la idea misma de tocar el laúd” resulta historicista. Afirmación que resulta razonable dado que en muchas ocasiones los compositores de dicho instrumento no han dejado una gran cantidad de obras escritas, resultando su búsqueda y comprensión una labor prácticamente investigativa. Incluso el hecho de conseguir un laúd es complicado; en el programa nos señalan que el instrumento de Alfred, un laúd de seis órdenes, fue construido por encargo tomando como modelo el original de un museo vienés.
Nos deja pues el primer concierto de este II ciclo de música antigua un grato recuerdo, generándonos además una cierta impaciencia para poder asistir al siguiente, que tendrá lugar el jueves 19 de marzo en el mismo recinto: el Museo de Bellas Artes de Oviedo, edificio barroco que, por su antigüedad, resulta idóneo para un concierto de estas características.
Compartir
Aviso: el comentario no será publicado hasta que no sea validado.