Por Pedro J. Lapeña Rey
Nueva York. David Geffen Hall. 6-V-2017. Temporada de abono de la Orquesta Filarmónica de Nueva York (NYPO). Gabriel Ebert, narrador. Camilla Tilling, soprano. Daniela Mack, mezzo-soprano. Joseph Kaiser, tenor. Eric Owens, bajo.Director musical: Alan Gilbert. Un superviviente en Varsovia, Op.46de ArnoldSchonberg. Sinfonía n°9 en Re menor, Op.125 de Ludwig van Beethoven.
La titularidad de Alan Gilbert al frente de la Orquesta Filarmónica de Nueva York toca a su fin. Tras ocho años en el podio, su figura ha marcado a la Filarmónica y a su público como pocas. Tendríamos que remontarnos al sexenio de Pierre Boulez (1971-1977) para encontrar una figura similar, aunque a diferencia de entonces, su paso no ha supuesto una revolución sino lo que podríamos llamar un cambio tranquilo. Bajo su mandato, el nivel de la orquesta ha mantenido cotas altísimas y además ha conseguido un equilibrio difícil:mantener contento al público de siempre – aquí en Nueva York, como en la mayor parte del orbe musical, amante del gran repertorio – y ser capaz de atraer a nuevos espectadores, jóvenes en su gran mayoría -es difícil ver un auditorio con tanto público juvenil como vemos semana a semana en el David Geffen Hall – con su política de combinar estrenos, clásicos del S.XX y el repertorio más actual.
El concierto de este fin de semana ha sido un ejemplo de su forma de programar. Schonberg y Beethoven. Muchos dirán que con los años se ha convertido en un clásico. Herbert von Karajan acostumbraba a acompañar sinfonías de Beethoven con obras de la Segunda escuela de Viena. También hace unos años en Madrid, asistimos a una temporada de la Orquesta y Coro Nacionales de España que juntaba las obras de ambos autores cuando Aldo Ceccato era titular. Pero la combinación propuesta por Gilbert no es en absoluto habitual. La “9ª Sinfonía” frente al “Superviviente en Varsovia”. La obra cumbre del genio de Bonn donde se ensalza el amor, la alegría y la amistad, con la obra del vienés, una de las obras más estremecedoras que se han compuesto sobre la barbarie y el terror nazi. El día y la noche.
El contraste fue enorme, ya que no hubo intermedio. El final del himno “Sh’ma Yisrael, Adonai Elohenu, Adonai Ehad- Escucha, O Israel, el Señor nuestro Dios, el Señor es único”, que los judíos entonan rezando cuando se preparan para morir, fue seguido casi de inmediato y sin que terminaran de sonar los aplausos, con el trémolo de las cuerdas sobre las que arranca la sinfonía beethoveniana.
No hay palabras para describir la interpretación de “Un superviviente en Varsovia”. Sencillamente fabulosa. La obra no subía a los atriles de la NYPO desde mayo de 1974, con Pierre Boulez en el podio. El nivel fue tan alto que pareció que la tocan todas las semanas. Gilbert reguló la tensión, resaltó detalles, clarificó las dinámicas cuidando, y de qué manera, un ejecución tímbrica portentosa. El narrador fue el conocido actor norteamericano Gabriel Ebert. Su lectura, ayudada de amplificación no llegó a las cotas que en día marcó el inolvidable Günther Reich, pero sin histrionismos, dominando el característico “sprechgesang” fue capaz de crear la atmósfera adecuada. Para el momento en que ordena contar cuantos prisioneros van a ir a la cámara de gas, ya nos había puesto los pelos como escarpias. El efecto del Coro masculino entrando como si fuera la mismísima Wehrmachten el patio de butacas, por los dos pasillos centrales, tuvo una fuerza enorme, que se superó todavía más cuando empezaron a cantar, ahí mismo, a medio metro de donde estábamos sentados, el himno al pueblo de Israel. Escalofriante y sobrecogedor a partes iguales.
La Novena de Beethovenen su conjunto no llegó a ese nivel. Fue muy alto tambiénen los dos movimientos finales. No tanto en los dos iniciales (donde todos nos perdimos en algún momento). O quizás sí. Hubo momentos en esos dos primeros movimientos que nos preguntábamos el porqué de los tiempos tan rápidos que adoptó el Sr. Gilbert. La lectura fue como a ráfagas, impetuosa. Probablemente, la respuesta tenía que ver con su deseo de que el contraste con la obra anterior fuera brutal. Tras el horror, necesitamos de manera urgente una alegría. Tras la noche, el día. Ya fueran éstas u otras sus razones, la respuesta orquestal fue abrumadora. La música, con un sonido más empastado de lo habitual y con la calidez que pide la obra, fluía de manera imponente. En cualquier caso, lo mejor estaba por llegar.
El maravilloso Adagio molto e cantábile amansó al Sr. Gilbert. La orquesta, menos expuesta que en los movimientos iniciales, aumentó si cabe su nivel. El fraseo, más natural, expresado con una claridad meridiana, rayó a la perfección en las dos variaciones del tema principal y en una coda preciosa donde una vez más, Frank Huang, el concertino de la orquesta brilló con luz propia.
El movimiento final fue flamígero. Tras una rutilante introducción, violonchelos y contrabajos con Carter Bray y Timothy Cobb al frente, delinearon un tema de la alegría ardiente, con un fraseo natural emocionante. Tras las variaciones nos fuimos directos a la parte coral donde el Westminster SymphonicChoir preparado por Joe Miller, estuvo sublime en prácticamente todas sus intervenciones. Mucho más intenso y cálido que la temporada pasada, cuando interpretaron la obra junto a Sir SimonRattle y la Orquesta Filarmónica de Berlín. El cuarteto vocal participó del ímpetu de la versión, consiguiendo algunos momentos de gran altura, aunque las carencias técnicas de los cuatro, apuntadas en varias de sus intervenciones,se reflejaron lamentablemente en la frase final de los cuatro solistas antes de la última entrada del coro. Eric Owens, engolado se dejó el sonido con él. Joseph Kaiser rompió la voz, y Camilla Tilling y Daniela Mack fueron incapaces de rematar la frase. En cualquier caso, poco importó cuando orquesta y coro arrancaron el “Seidumschlungen, Millionen!”-“¡Abrazaos, multidudes!”, el grandioso tutti final, que con una intensidad y rapidez casi “fürtwanglerianas”, nos llevó a la explosión final.
La tensión acumulada a lo largo de los poco más de 70 minutos de concierto, se liberó por fin. El público se levantó como un resorte y las ovaciones fueron las reservadas a las grandes ocasiones. Un concierto memorable.
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