El conjunto español nos presenta un breve recorrido por la Francia barroca en un registro con un logrado sabor galo.
Por Mario Guada
Plaisir sacré. Música de François Couperin, Monsieur de Sainte-Colobe le fils, Guillaume Gabriel Nivers, Louis Couperin, Angelo Michele Bartolotti y Monsieur Sainte-Colombe le père. Delia Agúndez, Magdalena Padilla, Jesús María García Aréjula • Johanna Rose • La Bellemont | Rafael Muñoz. Itinerant Records | Early, 1 CD [iE001], 2014. T.T.: 50:16.
Qué bonito resulta abrir un disco y encontrarse de pronto con una dedicatoria para el propio compositor que es objeto de las interpretaciones que hay en él. Y es que el respeto de los intérpretes por los creadores siempre debe ser devocional, al menos en mi opinión, pues sin este la honestidad en la praxis interpretativa nunca podrá ser total. Se da por supuesto, pero nunca está de más comprobar que ese respeto y admiración existen. De este modo reza la dedicatoria en el frente de este bello digipack cuando lo desplegamos: «a François Couperin, el Grande». Vaya mi primera felicitación para los artífices de este ejercicio de honestidad artística.
Por increíble que parezca, hay para los conjuntos españoles dedicados a la música antigua, aún hoy, una especie de barrera psicológica para dar el salto a según qué repertorios. En cierta manera es lógico, y es otra muestra de cordura profesional si se tiene, si bien no miedo, sí un gran respeto a la hora de acercarse a la música de algunos maestros concretos. Y lo es porque, como en este caso, la música francesa de los siglos XVII y XVIII es uno de los ejemplos más brillantes dentro de la producción musical europea en la historia de la música occidental. El respeto está, pues, justificado. Lo es, además, porque la música francesa es realmente compleja y exige un profundo conocimiento de sus fundamentos teóricos para que el resultado sonoro sea apropiado. Son muchos los que interpretan música francesa sin que suene a francesa. Por sencillo que parezca no lo es, puesto que las ornamentaciones, su lenguaje melódico-armónico, su tratamiento rítmico –amén de otros aspectos fundamentales en su creación– son muy específicos.
El presente registro, llevado a cabo por un conjunto de solistas e instrumentistas puramente español –con una única excepción–, es una muestra patente de que la música francesa puede hacerse bien cuando el talento y las ganas de hacer las cosas con calidad van por delante. Se nos presenta un registro dividido en cuatro bloques, o como dice el autor de las excelentes notas críticas, Rubén López Cano, excursus, acercando la estructura a los conceptos de la retórica–, en los que la figura de François Couperin [1688-1713] es la protagonista. Del gran maestro francés –referencia absoluta dentro de una excelsa saga familiar compuesta por diez músicos– se interpretan algunas de sus piezas sacras para voces e instrumentos encuadradas en la tradición francesa del petit motet –que se sostiene normalmente por una, dos o tres voces que son acompañadas por un instrumentario limitado a algún instrumento alto [que puede aparecer o no] más el bajo continuo–, como son Venite exultemus Domino –dos sopranos y continuo–, Regina coeli lætare –dos sopranos y continuo–, Domine salvum fac regem –soprano, bajo y continuo–, Ad te levavi oculos meus –bajo, dos violines [que aquí se intercambian por dos pardessus de viole, esto es, la viola da gamba soprano] y continuo– y el Motet de Saint Augustin «Jucunda vox Ecclesiæ» –dos sopranos, bajo y continuo–. Además, se completa la presencia de Couperin le Grand con su celebérrima Troisième leçon de Ténèbres para dos sopranos y continuo –sin duda la más hermosa de las tres–.
Aunque todas las obras cuentan ya con alguna versión previa, se trata en general de piezas que han sido grabadas en pocas ocasiones, lo que hace de este registro una aportación más interesante si cabe. Se asume, por otro lado, un riesgo considerable al interpretar la tercera de las lecciones, que tanto y tan bien representada está desde hace décadas en el mercado discográfico. Uno no puede quitar de su cabeza la imagen sonora de dos o tres versiones insuperables que acuden prestas con los primeros acordes. En este sentido esta lectura no ofrece nada sustancial a lo ya existente, especialmente en el apartado vocal, precisamente porque la competencia es feroz. El resto de motetes sale mejor parado, aunque tampoco podemos decir que se trate de versiones referenciales, pero sí aportan más en cuanto a la calidad vocal y al carácter. Las partes vocales están destinadas a las sopranos Delia Agúndez y Magdalena Padilla, además de al barítono Jesús María García Aréjula. Agúndez, una de las sopranos españolas más en alza en los últimos meses, posee un timbre cálido y pulido en el registro medio, aunque ciertos problemas de emisión comienzan a hacerse notables en el paso al agudo –y eso que se ha grabado con la afinación francesa, a 392 hz., casi un tono más bajo de la afinación actual–. Nos congratula ver que Padilla no ha abandonado su carrera de cantante –a pesar del éxito que tiene en otras labores profesionales–, y aquí no se muestra tan desentrenada como podíamos temer a priori. En los dúos ambas empatizan en timbre, con una línea de canto bastante homogénea, aunque muestran problemas de afinación notables, especialmente en la tercera de las lecciones. García Aréjula es siempre un cantante solvente, muy seguro, poderoso y elegante. Aquí demuestra, una vez más, que está entre lo mejor de las voces graves de este país para los repertorios pretéritos, gracias a su capacidad para homogeneizar de manera brillante sus registros medio-grave y agudo, además de un uso realmente inteligente y apropiado del vibrato.
El disco se completa con una serie de piezas instrumentales compuestas por algunas de las luminarias del Barroco francés, que dejan terreno libre a los miembros de La Bellemont para demostrar su savoir-faire. Así, la viola da gamba de Sara Ruiz y la invitada Johanna Rose brillan con luz propia, logrando una belleza sonora, así como una expresividad y una hondura interpretativa muy notables en las obras de Monsieur de Saint-Colombe le fils [¿-1713] –hijo del célebre violagambista–, del que se interpreta un Prélude para viola, arreglado en esta ocasión por el tiorbista y director del conjunto, Rafael Muñoz, para dos violas; y de su padre, Monsieur de Sainte-Colombe [c. 1640-c. 1701], del que se graba el fragmento intitulado Les pleurs, perteneciente a su Concert XLIV à deux violes esgales «Tombeau Les regrets».
El órgano también tiene sus momentos a solo –amén de sus evidentes funciones en el continuo– merced al Prélude pour l’orgue, de Gabriel Guillaume Nivers [c. 1632-1714] y la Fuga de Louis Couperin [c. 1626-1661], que obtienen fantásticas lecturas, sosegadas y expresivas, en las manos de Laura Puerto.
La tiorba de Muñoz también acude a la llamada solista de la mano de la breve pero intensa Passacorde pour le théorbe, de Angelo Michele Bartolotti [c. 1615-c. 1682] y el arreglo de la Fantaisie en Rondeau –original para viola da gamba– compuesta por Sainte-Colombe le fils. Exquisita la sonoridad que este es capaz de extraer de su tiorba especialmente en la Fantaisie, muestra de virtuosismo y delicadeza.
Es necesario felicitar a Nacho Rodríguez y Simón Andueza por su trabajo como productores artísticos, y especialmente al primero por su gran labor en la asesoría vocal, sobre todo en lo que a la pronunciación del latín alla francese se refiere. Fantástica, por lo demás, la toma de sonido llevada a cabo por Gerardo Tornero y The Recording Consort, además del precioso diseño gráfico del disco realizado por Petrushka Sainz.
Sin duda estamos ante un registro que muestra el salto cualitativo que se está dando en España hacia la interpretación histórica de repertorios de primera línea europea. Mejor en el apartado instrumental que en el vocal –García Aréjula casi lo equilibra–, La Bellemont nos presenta un disco que les sitúa, aunque buena parte del camino ya estaba andado, como el conjunto patrio especializado en Barroco francés por excelencia. Interpretaciones contrastantes que rebasan hondura –sobre todo por el excelso trabajo de las violagambistas–, pero también regocijo, que nos muestran música francesa con color francés, lo que, insistimos, no es tan sencillo como parece. Unas voces femeninas más especializadas y pulidas en este repertorio hubieran redondeado un álbum que se sitúa dignamente, aunque aún lejos, detrás de las grandes interpretaciones efectuadas, antes y ahora, por los conjuntos franceses de primer nivel.
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