Por José Amador Morales
Stuttgart. Staatstheater. 12 de Abril de 2017. Wolfgang Amadeus Mozart: Così fan tutte. Hailey Clark (Fiordiligi), Diana Haller (Dorabella), Ronan Collett (Guglielmo), Thomas Elwin (Ferrando), Yuko Kakuta (Despina), Shigeo Ishino (Don Alfonso). Staatsopernchor Stuttgart (Christoph Heil, director del coro). Staatsoperorchester Stuttgart. Roland Kluttig, dirección musical. Yannis Houvardas, dirección escénica.
La clásica solución de seccionar una casa para que veamos lo que sucede al mismo tiempo en sus distintos espacios (salones, dormitorios, cuartos de baño, escaleras, vestíbulo…) es la clave de esta propuesta escénica de Yannis Houvardas para el Così fan tutte mozartiano que estrenara la Ópera de Stuttgart hace ahora dos años. Una casa cuyo setentero mobiliario, así como el atuendo de los personajes, nos retrotraía a décadas pasadas de una manera bastante similar a como lo hicieran los primeros capítulos de la nuestra televisiva serie Cuéntame. Evidentemente la eficacia y atractivo de esta idea, pese a no ser nada innovadora, están ahí: vemos cómo se disfrazan Ferrando y Guglielmo tras la apuesta, de la misma manera que Despina y Don Alfonso están continuamente husmeando todo lo que concierne a los protagonistas. Y por supuesto, asistimos al cortejo de las parejas intercambiadas pese a que la maravillosa obra de Mozart y Da Ponte traiga lógicamente a unos u otros a un primer plano de atención. Una producción así requiere, como es el caso, de una contundente dirección de actores pues los personajes están prácticamente siempre en escena; y si además viene salpicada aquí y allá de detalles de buen humor y, por qué no, de un acertado erotismo por otra parte inherente al propio libreto y música, los resultados son inevitablemente satisfactorios.
La dirección musical de Kluttig logró ese sonido orquestal entre transparente y etéreo, sin menoscabo de una pertinente textura más gruesa en los momentos requeridos, que asociamos a la música de Mozart en general y a la de Così fan tutte en particular. Igualmente, su batuta acertó a imponer una adecuada agilidad dramática y naturalidad en las transiciones escénicas muy acorde con la producción.
También en esta ópera, probablemente más que en ninguna otra del genial compositor, apreciamos ese carácter coral en el tratamiento tan proporcional y simétrico de los solistas. Algo que en esta representación destacó aún más ya que, en términos globales, funcionaron mejor las escenas colectivas que en las individuales, con la salvedad de la soprano protagonista. Ésta fue Hailey Clark, que recreó una Fiordiligi muy solvente en lo vocal, capaz de sortear los escollos - nunca mejor dicho - de “Come scoglio” con una fluidez pasmosa a lo largo de toda la exigente tesitura, más justa abajo pero en cualquier caso suficiente. La soprano americana remató, apoyándose en la belleza de su timbre, una caracterización llena de encanto y sensualidad. Diana Haller, que el día anterior había cantado Ariodante sobre el mismo escenario, sustituyó a última hora a la mezzosoprano inicialmente anunciada como Dorabella. Esto no impidió una actuación en la que demostró una gran adecuación vocal y una fantástica desenvoltura escénica, pese a un desarrollo del personaje un tanto corto en lo expresivo.
Algunos puntos por debajo de la pareja femenina estuvieron sus respectivos pretendientes. Especialmente el Ferrando de Thomas Elwin, de voz nasal, engolada y sin apoyo; su deficiente técnica le llevó a una falta de fiato, evidente a partir de “Tradito, schernito” donde comenzó a recortar el fraseo, comprometiendo seriamente la musicalidad de su parte. A su lado Ronan Collett mostró una interesante materia prima, bastante adecuada para el personaje de Guglielmo, quizás algo monocolor pero de grata línea de canto.
Ishino es un bajo de generoso caudal vocal aunque de sonido un tanto metálico. Buen actor cantante, como corresponde en un papel como el de Don Alfonso, convenció más en recitativos que en arias y airosos donde mostró un fraseo tosco. La Despina de Kakuta fue graciosa como era de esperar y con un gran desparpajo teatral, si bien antepuso la actriz a la cantante o, dicho de otra manera, el histrionismo a la musicalidad.
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