Sin embargo, es difícilmente justificable la elección de William Shimell,
más allá de la afinidad con Haneke (con el que ha colaborado en la
referida película "Amour"), para el papel de Don Alfonso, configurado en
esta propuesta escénica como un viejo amargado, antipático, sin ninguna
traza de la tradición buffa italiana. El cantante inglés mostró los
depauperados restos de una voz leñosa, árida y desgastada, además del
mal canto de siempre. Deficiente también el Guglielmo de Andreas Wolf,
de timbre ingrato, emisión retrasada, modos poco refinados y muy extraño
al idioma.
Juan Francisco Gatell, tenorino de voz insulsa y
temblona, delineó la bellísima "Un aura amorosa" con gusto y cierto
sentido del legato, pero poco más, ayuno de fantasía y singularidad en
el fraseo. En "tradito schernito" le faltó carácter y consistencia, así
como squillo en los ascensos de "le voci d'amoooor". Kerstin Avemo
compuso una Despina del tipo "sopranino asprigna" con su vocecita
gutural, minúscula y estridente. Muy modestos, desguarnecidos y sin
extremos los medios vocales de Paola Gardina. Correcta y aseada en
su canto, logró un buen empaste vocal, así como química escénica
con su hermana Fiordiligi, interpretada por la soprano alemana Anett
Fritsch, una voz de soprano lírica justa, no especialmente bella
ni personal, pero con algo más de fuste e interés tímbrico que las
demás. También fue la voz mejor impostada. Totalmente desguarnecida en el
grave, estuvo muy incómoda (¿Quién no?) en los saltos interválicos de la
apabullante aria "Come scoglio" (un fragmento destinado a una cantante
excepcional, lejos de esa "labor global o de conjunto" tan reivindicada)
, así como en las exigentes bajadas al grave de la pieza. Mejor por
arriba, aunque a sus agudos, que acusaron un puntito de fijeza, les
faltó una dosis de punta y metal. Correcta en la agilidad, mejoró su
prestación en la gran aria con rondó del acto segundo "Per pietá ben mio
perdona", en la que se hizo notar también su falta de entidad en el
grave, pero la voz corrió más suelta y fluida y exhibió buen legato en
una interpretación concentrada y muy entregada, que arrancó los únicos
aplaudos de la noche a un intervención solista.
Por descontado, insisto, que el reparto resultó compacto y totalmente
creíble, ajustado y entregado a la propuesta escénica de Michael Haneke
que, como decíamos, no defraudó, ya que logró un espectáculo atractivo
visualmente, elegante, respetuoso con la esencia y espiritu de la obra y
con un gran trabajo de dirección de actores en aras de que, cada uno de
ellos, mediante un elaborado lenguaje gestual y de movimientos,
construyera un personaje en sí mismo, pero al mismo tiempo, totalmente
engranado en el conjunto. Además, ¡Todos cantaron en el proscenio y no
tuvieron que hacer contorsiones ni equilibrios de ninguna clase!
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