Crítica de Nuria Blanco Álvarez de la zarzuela Coronis de Sebastián Durón en el Teatro Campoamor de Oviedo
Bellísima Coronis de Omar Porras
Por Nuria Blanco Álvarez | @miladomusical
Oviedo, 18-IV-2024. Festival de Teatro Lírico Español. Teatro Campoamor. Coronis (Sebastián Durón). Giulia Bolcato (Coronis), Isabelle Druet (Tritón), Cyril Auvity (Proteo), Anthea Pichanick (Menandro), Fiona McGown (Sirene), Marielou Jacquard (Apolo), Caroline Meng (Neptuno), Iris (Brenda Poupard), Olivier Fichet (Marta). Le Poème Harmonique. Dirección musical: Vincent Dumestre. Dirección de escena y coreografía: Omar Porras.
Se ha estrenado en el Teatro Campoamor la zarzuela barroca Coronis dentro del Festival de Teatro Lírico Español de Oviedo en una interesante producción francesa del Teatro de Caen coproducida por el Teatro Nacional de la Ópera-Comique de París, la Ópera de Lille, la Ópera de Limoges y Le Poème Harmonique, siendo además esta agrupación la que se ha hecho cargo de la función que nos ocupa.
Resulta inaudito que haya tenido que ser nuestro país vecino el que haya apostado por la recuperación patrimonial de una de nuestras zarzuelas del siglo XVIII, más aún cuando han sido dos musicólogos españoles los que han rescatado la partitura y realizado la edición crítica de la misma, Raúl Angulo Díaz y Antoni Pons Seguí, quienes desarrollan un encomiable trabajo de recuperación patrimonial a través de la asociación Ars Hispana. A ellos se les debe ni más ni menos que la atribución de esta obra, en 2009, a Sebastián Durón, desterrando la idea asumida hasta entonces de ser Antonio Literes su autor, siendo además el profesor Angulo el mayor experto en el asunto. Cuanto menos nos extraña que no se haya contado con él en esta tierra asturiana, a la que está personalmente unido habiendo sido director de la Cátedra de Filosofía de la Música de la Fundación Gustavo Bueno, para enriquecernos con su extraordinaria sapiencia en la materia. De nuevo otra oportunidad perdida, no como los franceses que parecen haber hecho suyo al maestro de la Real Capilla de Madrid en la corte de Felipe V que, efectivamente, hubo de exiliarse a aquellas tierras en 1706 con motivo de la Guerra de Sucesión, dejando antes escrita Coronis para la corte española.
La producción que nos ocupa asume, como no podría ser de otra manera, la autoría de Durón, pero no otros importantes hallazgos de Raúl Angulo sobre esta obra y expuestos en su libro La música escénica de Sebastián Durón publicado por Codalario Ediciones en 2016, como por ejemplo, afinar el estreno entre 1705 y 1706, en lugar de entre 1701 y 1706 como se afirma en el programa de mano, donde además se indica que el libreto, anónimo, se realiza a partir de la Metamorfosis de Ovidio, sin embargo, los profundos estudios del autor referido demuestran que, aunque en la obra del poeta romano también se hable de la ninfa Coronis, el argumento de la zarzuela no es el mismo, sino que narra una historia inventada anterior a la conocida.
En esta zarzuela, de carácter mitológico pastoril, se entremezclan dos historias, por un lado, la de amor no correspondido entre el monstruo Tritón y la ninfa Coronis y, por otro, el violento enfrentamiento entre los dioses Apolo y Neptuno para conseguir el culto de los ciudadanos. El primero mata a Tritón a petición del pueblo y Júpiter pide a Coronis a través de Iris que sea ella quién elija a uno de los dos dioses, quedándose con Apolo y entregándose como su amante en agradecimiento por librarla del monstruo. En la obra romana, sin embargo, Coronis es infiel a Apolo mientras está embarazada de él, quien al descubrirlo, la mata con una flecha, irónicamente de la misma manera que en la zarzuela Apolo acaba con Tritón haciendo así feliz a Coronis. No obstante, según Raúl Angulo, esta zarzuela puede tener una lectura política con un sentido alegórico relacionado con personas y hechos de la época. Así, Apolo y Neptuno que luchan para convertirse en los dioses de una región, bien podrían representar a Felipe de Anjou y Carlos de Habsburgo, respectivamente, en plena Guerra de Sucesión española (1701-1713), mientras que Coronis podría referirse a la Corona o Monarquía Hispánica, que acaba eligiendo a uno de ellos. Tritón simbolizaría al Cardenal Luis Fernández Portocarrero quien abogaba por una regeneración de la Monarquía con la ayuda de Francia, esta sugerencia híbrida se representaría en esa mezcla imposible de Tritón como monstruo y a la vez galán. En esta zarzuela se estaría por tanto advirtiendo sobre los peligros que entraña que el nuevo monarca francés sienta escaso afecto por los asuntos de España, tal y como apunta la falta de sentimiento amoroso entre Apolo y Coronis.
Otra importante consideración acerca de esta obra es el hecho de que se trata de una zarzuela y no de una ópera, a pesar de ser íntegramente cantada, asunto que justifica pormenorizadamente Angulo en sus estudios. Llama la atención que hayan sido varias entidades operísticas las que hayan colaborado en la producción de este espectáculo, sin hacer distingo entre ambos géneros, prejuicios de los que aún se tienen que desprender muchas entidades españolas y algunos rancios aficionados al bel canto. En 2019 se ofreció esta zarzuela en versión concierto en el Auditorio Nacional de España a cargo de Los Músicos de Su Alteza y el año pasado, en el mismo formato, en el Teatro Real por Le Poème Harmonique, pero ha sido el Festival de Teatro Lírico Español de Oviedo el que se ha llevado el gato al agua al apostar por traer por primera vez a España la versión escenificada de esta obra en tiempos modernos, sin duda todo un acierto.
Se decidió ofrecer las dos jornadas de que consta Coronis sin solución de continuidad en un espectáculo de casi dos horas de duración que se hizo algo largo para algunos asistentes que optaron por abandonar la sala antes de lo esperado a pesar de lo interesante de la puesta en escena. Sin duda este aspecto fue lo más destacado de la producción, bellísima en su estética y muy acorde con las particularidades escénicas que se daban durante el Barroco español en el que la tramoya y los artilugios de ingeniería con uso de poleas -precioso Neptuno colgado en lo alto sobre un coral gigante-, trampillas, etc., así como fuegos artificiales y gran suntuosidad, estaban a la orden del día, y eso que en Oviedo no pudo representarse con toda su pompa por las restricciones municipales en cuanto a seguridad en recintos cerrados, algo obvio pero por lo que se lamentaba el director de escena Omar Porras, aun así no dejaron de haber efectos pirotécnicos cada vez que un dios salía a escena e incluso hubo una llamativa rueda de bengalas.
Así las cosas, la obra fue puesta en escena con exquisito gusto, con un precioso vestuario y caracterización de Bruno Fatalot y Véronique Soulier-Nguyen, respectivamente, y la inclusión de un pequeño cuerpo de bailarines, acróbatas, contorsionista y actor que bien habrían podido suprimirse si bien atienden a la concepción interpretativa de Porras, criado en la biomecánica de Meyerhold y, por lo que parece, también en el Teatro Épico de Bertolt Brecht, quien recurre a elementos tomados del circo y del clown, entre otras particularidades. La dirección musical, a cargo de Vincent Dumestre, estuvo a la misma altura con su agrupación de cámara Le Poème Harmonique, que se lució además con instrumentos tan españoles como las castañuelas o la guitarra. El reparto, fundamentalmente femenino, como era lo propio en la época en España (no así en Italia donde los castrati eran los grandes divos del momento), resultó muy homogéneo y de buen nivel general, lástima del fuerte acento francés de algunos intérpretes que dificultaba la comprensión del texto en sus voces, muy notorio en el caso de Caroline Meng como Neptuno y Marielou Jacquard como Apolo, quien tampoco mostró un gran volumen. Giulia Bolcato hizo un gran trabajo en su papel de Coronis, mostrando un bello timbre y ágil coloratura así como Cyril Auvity como Proteo, el «barbas» de la obra, con una voz muy natural y de calidad. Muy bien dramáticamente y adecuada en lo vocal el Tritón de Isabelle Druet y correctos Brenda Poupard y Olivier Fichet en sus breves papeles de Iris y Marta, respectivamente. Preciosas todas las intervenciones del «cuatro» -cuarteto vocal en las zarzuelas barrocas que hacía las veces de coro-, siempre empastados y de afinación muy cuidada. Adecuados los denominados «graciosos», Menandro y Sirene, interpretados por Anthea Pichanick y Fiona McGown, con un llamativo el momento en el que, caminando por el patio de butacas, la ropa de Menandro no dejaba de echar humo.
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