Crítica de Álvaro Cabezas del concierto protagonizado por Conrado Moya y el director Sebastian Perlowski con la Real Orquesta Sinfónica de Sevilla
Esta no es mi orquesta
Por Álvaro Cabezas | @AlvaroCabezasG
Sevilla, 23-2-2023. Teatro de la Maestranza.Real Orquesta Sinfónica de Sevilla; Conrado Moya, marimba; Sebastian Perlowski, director. Programa: Concierto heroico para marimba y orquesta de Joaquín Rodrigo (transcripción de Conrado Moya del Concierto original para piano y orquesta de 1943); y Primera sinfonía, en si bemol mayor, op. 38, "Primavera", de Robert Schumann.
He dejado pasar varios días para escribir esta crítica porque si lo hubiera hecho instantes después del concierto al que asistí el pasado jueves, las conclusiones habrían resultado aún más lúgubres que las que desarrollaré a continuación. El propio Herbert von Karajan declaró en una entrevista a finales de los años cincuenta que su cargo como director de la Wiener Staatsoper le había permitido conocer que la cotidianeidad musical de la ciudad del Danubio no era tan brillante como él pensaba, señalando como dato significativo que la propia Filarmónica –hiperactiva como orquesta de foso en la ópera y de conciertos en la Musikverein, muchas veces el mismo día–, contaba con varias actuaciones «flojas» a lo largo del año. Tan «flojas» incluso como la del 20 de enero de 1998 en Madrid, en la que salió abucheada del Auditorio Nacional. Traigo estas anécdotas a colación para probar que, si la mejor orquesta del mundo tiene un comportamiento desigual a lo largo de una temporada, cualquier otra formación puede sufrir vaivenes de calidad, máxime cuando sea de menor entidad. Sin embargo, entiendo, estos desajustes tienen que estar controlados en unos límites estables.
Lo ocurrido con la Real Orquesta Sinfónica de Sevilla la semana pasada alerta de algo mucho más grave: lo primero es la dificultad para compaginar conciertos de la temporada y actuaciones en el Teatro de la Maestranza como orquesta para las producciones líricas –entre el 16 y el 20 de febrero se dieron allí tres funciones de Jenufa en la que la orquesta no estuvo tan fina como la partitura de Janacek requería–, algo que, a buen seguro, estrecha el margen para los ensayos. Lo segundo que se antoja claro es que a sus músicos se les nota demasiado cuando están cómodos y seguros con un director: desde luego todos recordamos las fabulosas páginas que han firmado en las dos últimas temporadas con Marc Soustrot, pero nada de esto aparecía ahora: en esta ocasión se trataba del director Sebastian Perlowski, un maestro invitado que los conoce de varias veces y que ha trabajado con la Sinfónica, al menos, desde diciembre de 2015 (cuando dio un concierto benéfico que se recuerda por lo impactante de su dirección), y también en el olvidable concierto de Año Nuevo de 2022, que criticamos en este mismo medio. Sin embargo, es posible que ahora no les haya convencido lo suficiente por lo sui genesis de su dirección y personalidad. El tercer factor que puede explicar el desastre pudiera tener que ver con que en estos conciertos los músicos no tenían a su concertino de referencia, sino a una invitada y, el cuarto, es que no estuvieran entusiasmados con la elección del programa ni con la forma de abordarlo: el concierto para piano de Rodrigo, una página neorrococó de escasa calidad y que solo por momentos tiene algún momento resultón –sobre todo en el cuarto movimiento–, sonó en la marimba de Conrado Moya con aires latinos, llegando a algunos extremos en los que parecía una música populachera más propia de una verbena que de un concierto de abono de una temporada sinfónica. Admitimos, por supuesto, el alarde de fuerza, concentración y precisión del intérprete, que, a buen seguro, está realizando un extraordinario trabajo al trasladar páginas originales a un instrumento tan minoritario como es la marimba, pero criticamos el que esta insulsa obra, con una tan desagradable ejecución, se incluyera dentro de los programas de la orquesta de Sevilla, que no es ni joven ni nueva para abordar este tipo de obras, sino que está llamada, por su veteranía y calidad, a brillar con las piezas de mayor peso del repertorio sinfónico (Tchaikovsky, Bruckner, Mahler y Richard Strauss, por citar tan solo algunos de los compositores donde la formación alcanza un nivel estratosférico).
Las esperanzas en que las cosas se arreglasen en la segunda parte no llegaron nunca. ¿Cómo se puede interpretar así a Schumann en 2023? No soy un radical defensor del modo «históricamente informado» a la hora de abordar obras barrocas, del clasicismo o del primer romanticismo –incluso algunos quieren llevar esta manera de interpretar hasta las orillas del propio Wagner–, pero, desde luego, sí creo que los maestros deben darse por aludidos con respecto a los avances que se producen, sobre todo desde un punto de vista de investigación musicológica en este terreno y reflejar, si quiera en parte, algo de lo aportado en los últimos años por sus colegas en su manera de dirigir. Y con esto tampoco estoy diciendo que Perlowski dirigiese como Fritz Busch o Hermann Scherchen, ni mucho menos, porque su interpretación de Schumann no fue hiperromántica, sino más bien estrepitosa y estentórea, falta de articulación entre movimientos y de gusto, hueca de delicadeza y hasta de gracia, y sí, desde luego, vocinglera, llamativa en el mal sentido de la palabra, llena de fallos, exagerada y ordinaria. No hubo estilo, ni coherencia, pero sí mucho capricho extravagante. Schumann no es cualquiera, sino un monumento de nuestra cultura occidental y, desde luego, no puede tocarse con semejantes manierismos que resultaron hasta horteras en algún momento. Las caras de los músicos al terminar lo decían todo y menos mal que hubo muy poco público ese día y que no se emitió ninguna grabación de la velada porque, a buen seguro, un registro así acaba con el prestigio y crédito de cualquier referente artístico. Confiamos en que las próximas e importantes citas de la Sinfónica de Sevilla nos recuerden, con su sonido aterciopelado y robusto, que esta es nuestra orquesta desde los tiempos de la adolescencia y ojalá lo sea hasta los de la vejez, pero no es fácil conseguir ese objetivo porque las competencias culturales y de tipo turístico son muchas en una ciudad desbordada de acontecimientos en estos meses. Nadie se puede permitir el menor fallo.
Fotos: Guillermo Mendo
Compartir