Crónica de Óscar del Saz de la final del Concurso Internacional de Canto Monterrat Caballé, en el Teatro Real de Madrid
La enorme complejidad del Concurso Caballé
Por Óscar del Saz | @oskargs
Madrid, 7-XI-2022. Teatro Real. Final de la XVII Edición del Concurso Internacional de Canto Montserrat Caballé. Obras de Giacomo Puccini (1858-1924), Georges Bizet (1838-1875), Charles Gounod (1818-1893), Giacomo Meyerbeer (1791-1864), Gustave Charpentier (1860-1956), Gaetano Donizetti (1797-1848), Jules Massenet (1842-1912), Pietro Mascagni (1863-1945), Gioachino Rossini (1792-1868), Giuseppe Verdi (1813-1901). Madalit Llamazares y Omar J. Sánchez, pianistas. PROGRAMA: Anna Cabrera (Soprano, Rusia), «Signore ascolta», Turandot, Puccini; Ana Garotic (Soprano, Serbia), «C’est des contrabandiers», Carmen, Bizet; Jaesung Kim (Tenor, Coreal del Sur), «Salut! demure chaste et pure», Faust, Gounod; Elizaveta Kulagina (Soprano, Rusia), «Donde lieta usci», La Bohème, Puccini; Chelsea Lehnea (Soprano, EE.UU.), «Robert, toi que j’aime», Robert le diable, Meyerbeer; Celine Mun (Soprano, Corea del Sur), «Depuis le jour», Louise, Charpentier; Marcela Rahal (Mezzosoprano, Brasil), «O mio Fernando», La favorita, Donizetti; Sarah Richmond (Mezzosoprano, Irlanda), «Scène de la lettre», Werther, Massenet; Irina Sherazadishvili (Mezzosoprano, Georgia), «Voi lo sapete, o mamma», Cavalleria Rusticana, Mascagni; Jihoon Son (Tenor, Corea del Sur), «Languire per una bella», L’italiana in Algieri, Rossini; Sarah Yang (Soprano, Corea del Sur), «Je veux vivre», Roméo et Juliette, Gounod; Sang Ah Yoon (Soprano, Corea del Sur), «È strano… follie!», La traviata, Verdi
Llegamos a la final del XVII Concurso Caballé, que se celebró en esta edición con todos los honores en el Teatro Real en nuestro caso después de haber asistido a casi la totalidad de las audiciones realizadas en una taquicárdica semana de eliminatorias -del 2 al 6 de noviembre, con horario intensivo de 4 a 8 de la tarde-, más el paso a la semifinal, en el Centro Montserrat Caballé de Arganda del Rey, sede local de este año, que cuenta con auditorio, conservatorio y unas estupendísimas instalaciones, además de una gran implicación por parte del Consistorio y su Concejalía de Cultura para que todo saliera a la perfección.
Durante todo ese tiempo pudimos constatar, que -a nivel mundial, y como siempre ha ocurrido-, existen voces válidas para que la ópera no corra peligro por este extremo. Eso sí, conviene diferenciar, cuanto antes, entre las buenas voces y el buen canto, o el «canto bello» -si lo prefieren-, y canto técnico, ya que no siempre van unidos, desafortunadamente. Obviamente, no todas esas voces rayaron al mismo nivel, ni en dones, ni en talento, ni en facultades ni en preparación. En algunos casos, detectamos graves defectos técnicos que impedirán a ese intérprete progresar adecuadamente.
Sabemos que para algunos cantantes ser admitidos en unas eliminatorias de un concurso internacional, como es el Caballé, puede darles cierto marchamo de idoneidad y de calidad de sus voces, cuando esto realmente no es así. En otros casos, por el contrario, comprobamos que arreglando dos o tres cositas, el cantante podría convertirse, con la experiencia y las tablas, en un buen profesional del canto y -en los menos casos- en una figura relevante del firmamento operístico (lo cual ahora mismo, y con los tiempos que corren para la ópera, donde sigue sin haber un público formado para poder opinar con criterio, ello puede no querer decir nada). Aún así, es indudable que la ventaja de presentarse a un importante concurso de canto, como el que nos ocupa, es que sirve para que el cantante -más allá de los competidores- se mida consigo mismo y evalúe su templanza y prestaciones artísticas y técnicas en una situación un tanto más estresante que las habituales.
Por supuesto, y como primera consideración, somos conscientes de que para un concurso de canto a nivel internacional es muy difícil hacer la primera selección de los concursantes. Primero, y obligado por su carácter internacional, a partir de grabaciones, método que da solamente una ligera idea del nivel que uno va a tener entre manos en esa edición. De ese montante total, y una vez hecha la primera criba, después hay que escuchar a más de entre 200-300 concursantes presencialmente.
En esta edición pasaron a la semifinal 32 cantantes, de los cuales sólo 12 llegaron a la final del Teatro Real. Como aspecto muy positivo, y alabando su forma de organizarlo, nos consta que en el Concurso Caballé -por ser un concurso muy familiar y cercano, pegado totalmente a la difícil realidad económica de los jóvenes aspirantes a cantantes-, también se toman la molestia de ayudar a cada participante, si lo necesita, además de en lo estrictamente musical, con información sobre visados, formas de llegar al lugar del Concurso, acomodaciones, etc., algo muy importante y valorable si el concursante en cuestión proviene de lugares tan distantes como Mongolia, China, Corea del Sur, Brasil, Argentina, Tailandia, etc. Esta forma de proceder siempre ha creado un duradero vínculo -que trasciende la finalización de cada edición- entre la organización, encabezada por la eficientísima Isabel Caballé, sobrina de Montserrat Caballé, y los concursantes.
Varias cosas nos resultaron curiosas sobre la final. La primera es inmediata: que no llegara ninguna voz española a la final. A nuestro juicio, y habiendo escuchado las eliminatorias, y aunque el jurado -por si alguien piensa que es por eso- era español al completo (presidido por Fernando Sans Riviere, y formado por Joan Matabosch, Víctor García de Gomar, Carlos Caballé, Isabel Rey y Roger Alier), pensamos que de forma justa en esta ocasión no hubo lugar para que ningún cantante español estuviera en la final, lamentablemente. Los que no den crédito o no estén de acuerdo, sólo tuvieron que pasarse por las eliminatorias para poder concluir si en realidad fue merecido que el pabellón español no estuviera representado en esta ocasión. ¿De ahí se puede deducir que tengamos una crisis de voces en España? La realidad de ocasiones pasadas, y el plantel de buenas voces con el que contamos en España, demuestra que no.
Verdad es que quizá ahora -y esto no es un problema solamente de España- se enseña canto no desde la maestría de la técnica, que debe estar presente de manera notable en cualquier voz, sino sólo desde el conocimiento exclusivo de la propia voz del maestro y de los roles que haya desarrollado, pero no sobre el conocimiento de cómo enseñar canto para cualquier voz -aunque no sea la de tu cuerda- y para cualquier rol, aunque no sean los que el maestro haya desarrollado en su carrera.
Es éste un problema grave, ya que lo que vemos en este momento es que se ha convertido en maestro de canto a cualquier cantante que se dedique a contar -que no siempre explicar- cómo entiende «su voz» o «su rol», por no hablar de los profesores de canto que ahora se dedican a dar clases por videoconferencia, de forma nefasta, utilizando micrófonos y altavoces en una conexión por internet que usualmente adolece de todo tipo de bonanza en las calidades de sonido transmitidas y recibidas.
El segundo aspecto que considerar sería que no llegara a la final ninguna voz grave masculina -bajos, barítonos- cuando nosotros si escuchamos varias posibles. Quizá sería una opción más a tener en cuenta considerar que a la final llegara al menos un concursante de cada tipo de voz para dar mayor riqueza y espectro de sonoridades a la gala final. Aun con la salvedad anterior, en general, nos pareció justo el ramillete de cantantes que llegó a la final. Somos conscientes de que para los concursantes no fue lo mismo cantar en un teatro de un auditorio de una localidad madrileña, con escasa afluencia de público -echamos en falta que más estudiantes del conservatorio de Arganda del Rey se tomaran más tiempo en acudir a esas eliminatorias- que hacerlo en el Teatro Real con una apreciable entrada. Creemos que eso pasó factura a algunos cantantes que resultaron demasiado nerviosos y envarados a la hora de cantar, lo cual puede resultar hasta lógico.
Como es obvio a la vista de la nómina de finalistas, fue apabullante la presencia en número -y también en calidad- de los cantantes coreanos (nada menos que 5 de 12). Comentamos con Carlos Álvarez, allí presente porque estuvo encargado de entregar uno de los premios, que el problema no era preguntarse -no por los cantantes de la final, sino en general- si algunas de las voces coreanas fueran demasiado mecanizadas y no llegaran a emocionar, sino que si esa mismas voces sentían cosas -y en qué proporción- o si se les removía algo por dentro al cantar un repertorio tan ajeno a su cultura. Esta pregunta nos la hacemos todos, ya que cantar implica meterse dentro de un rol… En todo caso, el resultado ahí está y tiene mucho mérito que cantantes coreanos hagan carrera en muchos teatros del mundo.
Es por ello -aunque sólo fuera por temas probabilísticos-, por lo que no es extraño que al final se alzara con el primer premio -más el premio del Festival de Perelada- el tenor coreano Jihoon Son, con una voz de tenor ligero muy puro que abordó con facilidad la inclemente tesitura de su aria rossiniana, y con un entendimiento claro de su rol, ya que apuntó pinceladas escénicas a su interpretación, aunque en la subida a los agudos viera mermado el volumen de los mismos demostrando que todavía le queda factor de mejora a la hora de igualar su instrumento abajo y arriba. Preguntado por nosotros Joan Matabosch, si les había resultado difícil llegar a decidir el primer premio, y teniendo en cuenta que la decisión se hizo esperar aproximadamente 40 minutos nos comentó, esbozando media sonrisa, que evidentemente había habido consenso no sin discusión previa, en el sentido anglosajón -to discuss- del término.
El segundo premio se otorgó ex aequo a la soprano coreana Sarah Yang y a la soprano rusa Anna Cabrera; esta última fue galardonada también con los premios Teatro Real y Gran Teatro del Liceo. Sarah Yang delineó una eléctrica aria en «Je veux vivre», aunque estimamos excesivo mecanicismo a la interpretación en detrimento de la emoción transmitida. Anna Cabrera sirvió una Liú que fue de menos a más y cuyos nervios quizá ayudaron a transmitir un personaje operístico que no deja de sufrir en toda la ópera.
La mezzosoprano brasileña Marcela Rahal se alzó con el tercer premio, para nosotros la cantante más completa de las convocadas a la final, porque demostró una muy buena simbiosis de dotes actorales y un canto belcantista muy matizado, o contrastado -según el momento del aria-, lo que demuestra una clara madurez artística pese a su juventud. El Premio Saioa Hernández-Francesco Pio Galasso fue para la soprano rusa Elizaveta Kulagina, que planteó una muy comedida y verista a medias «Donde lieta usci», de La bohème.
En definitiva, un Concurso y una gala que nos ayudó a hacernos una idea significativa de las voces que se están formando actualmente a nivel mundial y que ha tenido muy en cuenta tanto el maravilloso trabajo de los pianistas acompañantes, los estupendos Madalit Llamazares y Omar J. Sánchez, que han sustituido a nuestro querido y admirado maestro Ricardo Estrada, pianista de siempre de estas ediciones concursales, al que enviamos un saludo desde aquí y un deseo de pronto y total restablecimiento, al igual que al maravilloso pianista Manuel Burgueras, que no pudo comparecer como acompañante debido al Covid.
También hubo espacio para el recuerdo y la emotividad con Teresa Berganza, fallecida recientemente, que comentó en su momento el querer estar presente en la final que ayer tuvo lugar. Enhorabuena a los premiados, y a esperar noticias sobre la siguiente sede del Concurso Internacional de Canto Montserrat Caballé. Sólo se aportó una pista: «Será más al sur», comentó la presentadora de la Gala, la presidenta de la Fundació Montserrat Caballé, Montserrat Caballé Claus, sobrina de nuestra cantante universal, que sitúa entre sus sueños y fines un museo de la soprano en Barcelona, dedicado a la gran artista catalana en Barcelona. Ojala se consiga.
Foto: Isabel Caballé
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