- Béla Bartók (1881-1945):
Kossuth, Sz. 21.
- Béla Bartók (1881-1945):
Concierto para piano Nº 2 en Sol mayor, Sz. 95.
Segunda parte:
- George Enescu (1881-1955):
Rapsodias rumanas, Op. 11.
- Igor Stravinsky (1882-1971):
Jeu de cartes.
En este 2014, 150 aniversario del nacimiento de Richard Strauss, no está de más repasar, bajo todas sus firmas y concepciones, muchas de ellas íntimamente ligadas con la obra del muniqués, uno de los géneros que, junto a la ópera, significó el culmen de su carrera compositiva: El Poema Sinfónico.
Así, esta narración musical sobre Kossuth, el malogrado revolucionario húngaro (quién le iba a decir al propio
Bartók que él también tendría que sopesar el exilio años más tarde), es el resultado de la fascinación de Béla Bartók por la obra de Strauss, cuyo estreno de
Así habló Zaratrusta le supuso un auténtico revulsivo compositivo, para más tarde componer este poema sinfónico propio, a partir de una reducción de
Vida de Héroe del alemán. No obstante, en esta colorista partitura también apreciamos la gran influencia del "padre del poema sinfónico" Franz Liszt
a través de las armonías y sonoridades escogidas por el compositor húngaro.
Fuera ya Bartók de los convencionalismos románticos, escuchamos a continuación su
Concierto para piano nº 2, surgiendo como una oda al contrapunto en manos de uno de los mayores tutores del mismo durante el siglo XX, lo cual, a efectos técnicos e interpretativos, supone todo un reto, en muchos casos imposible de superar.
Enescu, el segundo de los tres grandes coétaneos escogidos esta semana, nos sumerge de lleno en los ritmos y colores del folklore más tradicionalista rumano, a través de melodías embebidas de las danzas y canciones populares, que en el caso de la
Primera Rapsodia culminan en un verdadero estado de frenesí tras la introducción del tema por unas bucólicas maderas.
Terminamos con
Igor Stravinsky y su ballet
Juego de Cartas, compuesto en su periodo neoclásico (podemos apreciar hasta reminiscencias rossinianas hacia el final de la partitura), y dividido en tres secciones, tres manos, en las que el Jóker va cambiando de facha para hacerse con la victoria. Acompaña a la obra una moraleja escogida por el propio Stravinsky
Los lobos y los corderos de La Fontaine, en la que nadie puede fiarse de la paz en la que él mismo queda desarmado.