RICCARDO MUTI OFRECE EL VERDI MÁS GENUINO EN EL MET
Nueva York, Metropolitan Opera. 15 de marzo de 2010. Attila (Verdi). Ildar Abdrazakov, Violeta Urmana, Ramón Vargas, Giovanni Meoni, Russell Thomas, Samuel Ramey. Dirección Musical: Riccardo Muti. Producción: Pierre Audi
"Attila", obra vibrante e incandescente del Verdi de juventud, o de galeras o más risorgimentale, llegaba por primera vez al Met de manos de otro debutante en la plaza, nada menos que el maestro Riccardo Muti en lo que, según ha manifestado, también será una despedida. Actualmente no hay cantantes adecuados para esta obra, pero, sin embargo, el maestro Napolitano es una referencia imbatible en la ejecución musical de la misma. Así volvió a demostrarlo. Al frente de la fantástica orquesta del Met, de espléndido sonido, ya desde el magnífico preludio, vibramos con una dirección musical verdianísima, plena de sentido teatral, tensión, nervio y brío verdiano. Con un sentido del ritmo "Toscaniniano", expeditivo, trepidante, flamígero. Fabulosa la tempestad, el amanecer, magníficamente construido en el que el maestro crea un clímax fantástico, el preludio previo al "Liberamente or piangi" de Odabella, los concertantes de los actos Primero y segundo.... En fin, las numerosas cabalette (Attila puede ser la ópera más representativa de las mismas) fluyen con todo el aliento y vigor verdianísimos que te levantan del asiento y hasta reanimarían a un barracón de enfermos alicaídos. Particularmente memorable la de Foresto "Cara patria già madre e reina".
Flojo, insuficiente a todas luces Ildar Abdrazakov como protagonista. Justo de volumen, falto de empaste, de metal, de carne, rotundidad y densidad. Desguarnecido en el grave y falto de expansión en el agudo. Canta con cierta finura, pero el papel le sobrepasa por todos lados y la falta de amplitud se hace escandalosa en frases como "E l'alma in petto ad Attila s'agghiaccia pel terror" o en dúo con el barítono. Sobrepasado asimismo por el papel de Ezio, Giovanni Meoni que estaba inicialmente previsto para una sola función, pero ante la cancelación de Carlos Álvarez ha afrontado todas. Voz insustancial, fea, seca, atenorada, sin extremos, de una modestia tímbrica alarmante. Uno tenía una doble sensación al escuchar el rutilante dúo Attila-Ezio del acto I. Por un lado, que el Bajo era barítono y el barítono, tenor y por otro, que todo lo tenía que hacer la orquesta y la batuta. En el lado positivo del reparto, aún con carencias importantes, encontramos en primer lugar, a Violeta Urmana como Odabella, que espoleada por la batuta atenúo, en cierto punto, su habitual y consabida frialdad y falta de temperamento y calor para la ópera italiana que se preveía más grave en un título como éste. El material, el más voluminoso de los cuatro protagonistas, sin problema para pasar la orquesta y llenar el teatro, mantiene sanidad, belleza y terciopelo en centro y primer agudo. Según se avanza en la zona alta, el sonido se torna agrio, estridente, lamentablemente abierto. Apenas "se asoma al balcón" del Do en el tremendo salto de octava del recitativo de salida "Santo di patria" y ni siquiera intenta el de su segundo aria. Falta de cuerpo y redondez en el grave, su sentido del canto fue irreprochable como siempre, aunque se encuentra, lógicamente, muy incómoda en la agilidad de la cabaletta "Da te questo or m'è concesso" que resulta aproximativa. Ramón Vargas tampoco es tenor para Foresto por temperamento y falta de metal. Comenzó con precauciones (había cancelado la función del día 12 que también presencié, en la que fue sustituido por el Uldino, Russell Thomas que hizo lo que pudo, pero es un cantante muy verde y con muchas carencias), pero se fue afianzando en la cabaletta "cara patria" en la que introdujo variaciones en el "da capo". La voz, todavía sana, bella y armada en centro y grave, adolece de un registro agudo en el que el sonido se estrecha y resulta ayuno de "squillo" y expansión tímbrica. Musicalísimo, impecable su sentido de la línea de canto, aprovechó la pieza más lírica de su papel, el aria "Che non avrebbe il misero", para ofrecer una estupenda interpretación con un fraseo de mucha clase y uso de medias voces, "smorzature" y "pianissimi". El veteranísimo y ya legendario Samuel Ramey, referencial intérprete que fue del papel de Attila, mostró una voz que oscila por todos los lados pero suficiente para dejar en evidencia al protagonista por calidad tímbrica, proyección y presencia sonora. Espantosa producción de Pierre Audi. Comienza con un decorado que parece una ciudad actual después de un terremoto o una guerra. Escombros, bloques y paredes destripadas. Nos debe querer simbolizar la barbarie de Attila que arrasa por donde pasa. Muy agudo el tipo. El estupor aumenta cuando vemos una especie de telón que parece un campo de golf, que tiene un agujero o tronera desde el cual desde una altura y lejitos de la parte delantera del escenario, el bajo canta su gran escena de la ópera (¡Como si estuviera sobradito de voz el hombre!). Pero es que el barítono canta la suya en el mismo decorado pero con el agujero, esta vez, en el lado opuesto. Sin dirección de actores alguna, de vergüenza ajena el concertante final del acto I, con Attila y Uldino en su tronera del campo de golf, Foresto y Odabella en un ladito y Ramey con una cruz tieso como una vela a la derecha. Otra producción más de horror.
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