El tenor falleció el 7 de octubre de 1959 en Roma
Mario Lanza nació el mismo año en que murió Enrico Caruso, en 1921. Años más tarde, este hecho resultó simbólico y misterioso, porque parecía que los astros habían marcado a otro de los más grandes tenores de la historia. Si atendemos a Arturo Toscanini, Mario Lanza fue "el tenor más grande del siglo XX", una afirmación que, aun viniendo del mejor director de orquesta italiano de ese siglo -con permiso de Victor de Sabata- , parece que hay que tomar con alguna reserva. Pero si en lo artístico Mario Lanza ha terminado por no satisfacer del todo a los más exigentes aficionados líricos, sobre todo por una cuestión de estilo y trayectoria operística, en general hay que saber reconocer que estamos ante un verdadero mito de la lírica, por varias razones, e incluso ante un icono bastante representativo de cierto tipo de cine que en los años 50 fabricaba Hollywood.
También contribuyó a engrandecer su leyenda personal su prematura muerte, el 7 octubre de 1959, a los 38 años, y su trágica experiencia personal. Se ha llegado a sugerir que incluso pudo ser envenenado por Lucky Luciano por negarse a cantar en un concierto donde asistiría la élite de La cosa nostra. Tras su muerte, parece que debido a una embolia pulmonar, su viuda intenta suicidarse, el más joven de sus cuatro hijos fallece de un ataque al corazón, su hija mayor muere atropellada en una autopista y, su hijo mayor, Damon, de un infarto. El propio tenor sobrellevaba como podía sus numerosos achaques de salud y problemas económicos. Aparte de sus excesos con la bebida. Por si la debilidad de su corazón no fuese suficiente, la presión a la que se veía sometido por Hollywood le obligaba a someterse a forzadas dietas de adelgazamiento antes de cada rodaje. Hizo varias películas, las más conocidas son Serenade (1955), de Anthony Mann, con Joan Fontaine y Sara Montiel y El gran Caruso (1951), de Richard Thorpe.
Lanza murió en Italia, quizás buscando el alma de Caruso que nunca encontró, pero que siempre persiguió sonriendo, con su algo ingenuo peinado repeinado y su atractivo hoyuelo en la barbilla. Alfredo Arnoldo Cocozza, que era como en realidad se llamaba cuando nació en Filadelfia, masculinizó y se apropió del nombre de su madre, inmigrante italiana, puede ser que para compensar su poco afortunada carrera como soprano, pero también porque en Italia logró encontrar lo que más deseaba, sus canciones, su ópera y su impronta. Pero el cantante tampoco quiso renunciar a su ascendiente estadounidense, y dejó parte de su coraje en las películas que, más tarde, empujarían la ilusión de intérpretes como José Carreras o Roberto Alagna.
Sobre todo fue El gran Caruso, otra vez Caruso, el que le dio vida más allá de las pantallas hasta, incluso, llegar a identificarse con él a los ojos de muchos aficionados embaucados por las películas. Que yo sepa, salvo dos representaciones en Nueva Orleans de Madama Butterfly, en 1948, nunca llegó a cantar otra ópera entera sobre el escenario, ni siquiera en grabación. Se habla de su mala memoria, y de su inseguridad. Dejó muchas grabaciones, operísticas y de otros tipos. No se puede decir que respetase la partitura escrupulosamente, ni que sus interpretaciones se encuentren entre las de referencia, porque su estilo, siempre generoso pero también bastante ingenuo y quizás excesivamente arrebatado, se empeñaba siempre en marcar las cosas con un rubato personal, seña de identidad poco apropiada, que no hacía justicia a su voz. Ahí estaba él, sonriente, con la estudiada y algo ingenua postura corporal; con los dientes perfectos y resplandecientes, y sus ganas de agradar, y su voz. Y he aquí donde Mario Lanza merece un lugar entre los mejores: por su voz. Pocas veces ha existido una voz de tenor de su brillantez, tersura y nobleza tímbrica. Hay quien cree que canta muy bien algunas canciones italianas, e incluso españolas. A mí me parece que canta bien en inglés, sobre todo una: I´ll walk with God. Porque parece que habla con Dios, pero no le responde.
Compartir
Aviso: el comentario no será publicado hasta que no sea validado.