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[C]rítica: Juanjo Mena y James Ehnes comienzan un mini ciclo Britten-Schubert en la temporada de la OCNE

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Autor: Pedro J. Lapeña Rey
19 de diciembre de 2018

Espadas en todo lo alto

Por Pedro J. Lapeña Rey
Madrid. Auditorio Nacional. 14-XII-2018. Temporada de abono de la Orquesta y Coro Nacionales de España (OCNE). James Ehnes, violín. Director musical, Juanjo Mena. Sinfonía nº 6 en do mayor, D. 589 de Franz Schubert. Concierto para violín, opus 15 de BenjaminBritten. Sinfonía nº 9 en do mayor, D. 944, «La Grande» de Franz Schubert

   Juanjo Mena, el director asociado de la OCNE, ha planteado un mini ciclo de tres conciertos –éste, el del próximo fin de semana, y un tercero en marzo– titulado «Muerte entre las flores» en el que enfrenta las últimas cinco sinfonías de Franz Schubert con dos obras concertantes de un joven Benjamin Britten –los conciertos para violín y para piano– y su Requiem de guerra. Este primer concierto ha comenzado y terminado con las dos Sinfonías en do mayor de Schubert y con el Concierto para violín de Britten entre medias de ambas. De las tres, solo la Sinfonía Grande de Schubert es uno de los puntales del repertorio, tocándose raramente las otras dos.


   La presencia de Juanjo Mena y del violinista canadiense James Enhes tenía un significado especial para mí. Hace ahora casi 3 años, mi primera crítica para Codalario también los tuvo de protagonistas con obras de Beethoven y Bruckner.

   Schubert compuso su Sinfonía en do mayor D.589 entre 1817 y 1818, poco después de cumplir los 20 años. Aunque años atrás, en 1804 con la composición de la Sinfonía Heroica, Beethoven había cambiado para siempre la forma de la sinfonía y la de tantas otras cosas, esta Pequeña de Schubert bebe todavía en fondo y forma del último Haydn, o si se quiere del primer Beethoven que a su vez también bebía de Haydn.

   Juanjo Mena lo entiende así, por lo que utilizó una orquesta reducida –en formación de cuerda 12/10/8/6/4–. Arrancó la sinfonía con el delicado Adagio, nítidamente expuesto por Mena y la orquesta, que se transforma a continuación en un Allegro vivace donde alcanzaron un equilibrio casi perfecto entre claridad y ligereza por un lado y una gran energía por otro. Al Andante posterior, tocado también con transparencia cristalina le faltó el hálito lírico de las grandes ocasiones. El Scherzo empezó algo confuso pero afortunadamente, los músicos se encontraron rápidamente, y el Sr. Mena empezó a revelarnos que los movimientos rápidos le van más que los lentos. El Allegro moderato final, dinámico y con danzas de clara influencia biedermeier, marcó la cima de la interpretación.


   A pesar de su juventud, tras los tres años que BenjaminBritten pasa en el Royal College of Music, su música entra de lleno en los programas de la Sociedad Internacional de Música Contemporánea, la famosa ISCM por sus siglas en inglés –en Florencia en 1934 se interpreta su Phantas y Quartett, op.2– y entra en contacto con el violinista tarraconense Antonio Brossa, profesor allí. En la reunión de la ISCM en Barcelona en 1936, interpreta con él su Suite para violín y piano y poco tiempo después, empieza a componerlesu Concierto para violín. En abril de 1939, Brittenparte hacia América y en su equipaje va la partitura bastante avanzada del concierto. Lo termina en Quebec en el mes de junio. Ese mismo verano, la Orquesta Filarmónica de Nueva York interpreta las Variaciones sobre un tema de Frank Bridge en uno de sus conciertos de verano en el LewisohnStadium del City College of New York. El éxito que cosecha lleva a la orquesta a pedirle una obra para su programación habitual en el Carnegie Hall. La obra es su Concierto para violín que se estrena meses después, el 28 de marzo de 1940, con Antonio Brosaal violín y John Barbirollia la batuta. Lamentablemente y a pesar de su belleza, no es de las obras más populares del británico por lo que era un claro aliciente para asistir al concierto.


   En el Moderato con moto inicial, el Sr. Mena consiguió de percusión y cuerdas uncomienzo misterioso a la espera de la entrada del violín. El sonido elegante y de apreciable belleza de James Ehnes surgió como de las tinieblas imbricándose en la melodía lánguida del tema inicial. El Sr. Mena se esmeró en conseguir una tímbrica refinada por lo que las preguntas y respuestas entre la orquesta y el solista en el segundo tema tuvieron el carácter recóndito  que pide el concierto hasta que un arpegio del arpa nos introduce el enigmático tema de cinco notas con arpegios posteriores en pizzicato con el que el violinista nos subyugó. De nuevo el violín elegante y de gran clase del Sr.Ehnes nos acompañó hasta el final, proverbialmente acompañado de orquesta y director. En el Vivace continuó la química entre solista y director, con frases preciosas de la flauta o los trombones en sus diálogos con el violín. El Sr. Mena construyó el crescendo previo a la cadenza con gran equilibrio, y el canadiense respondió en ella con un fraseo primoroso, bien cantado, y de gran elegancia. Sin solución de continuidad nos adentramos en la Passacaglia final donde nos reencontramos con varios de los temas anteriormente expuestos y ese carácter misterioso que no nos abandona hasta el final. James Ehnes volvió a imponer la calidad de su fraseo y su exquisita musicalidad, y orquesta y director rayaron a un gran nivel. Por poner un pero, eché en falta algo más de garra en el canadiense en el arranque del Vivace, pero en el resto del concierto estuvo magnífico con lo que el resultado global fue sobresaliente. A los vítores y aclamaciones del público respondió el Sr. Ehnes con un bis de J.S.Bach, que el Sr. Mena no se quiso perder oyéndolo desde uno de los escalones de la parte de atrás del escenario. A su conclusión, de nuevo vítores y muchos aplausos para el canadiense –a los que se sumó la orquesta en pleno– en el que creo que es su debut con la OCNE y al que dados los resultados –muy superiores a los del Concierto de Beethoven que mencionaba al inicio– no dudo que volveremos a ver en breve.


   Tras el descanso, volvimos a Franz Schubert, a su Sinfonía Grande, D.944. Convertida desde hace tiempo en una de las obras clave del repertorio sinfónico, musicalmente supone un gran avance con respecto a su «hermana pequeña» y a la posterior Sinfonía inconclusa. Me sorprendió que acostumbrado a escucharla en gran formación de cuerda (normalmente no se baja de 16/14/12/10/8), Juanjo Mena utilizara una cuerda menos densa (14/12/10/8/6). La obra por tanto agilizó texturas, y ganó en claridad y vivacidad, lo que le viene bien al movimiento inicial. Tanto el Andante como el posterior Allegro ma non troppo sonaron frescos y dúctiles, aunque sin arrebatarnos, como si el Sr. Mena no quisiera abandonar el clima biedermeier con que terminó la D. 589. Con esta concepción, el “Andante con moto” posterior fue el que más sufrió. A pesar de la excelente prestación de casi toda la orquesta –mención especial para un Robert Silla deslumbrante toda la tarde con su oboe y aúnmás en este movimiento– los episodios dramáticos quedaron apagados y algo caídos. No olvidemos que cuando Schubert compone esta sinfonía, es un hombre atormentado que a pesar de sus poco menos de 30 años, presiente que la sífilis va a acabar pronto con su vida. Afortunadamente, los dos movimientos finales, estuvieron mucho mejor. El Sr. Mena bordó el tema inicial del Scherzo e incluso el vals intermedio tuvo su dosis justa de rubato. En el Allegro vivace final, bien fraseado y con un exquisito refinamiento tímbrico, elevó el nivel de tensión, con unas cuerdas graves que estuvieron realmente primorosas y una orquesta que en general, demostró un gran nivel.

   La semana que viene continuaremos con este mini ciclo, y con dos obras maestras. La “Inconclusa” de Schubert y el “WarRequiem” de Britten.

Foto: Jorge Alvariño / Codalario
Está prohibida su reproducción

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