El cuarteto suizo inaugura, con criterios históricos y un fantástico orgánico de instrumentos del XVII, este ciclo dedicado al género de cámara por excelencia en un programa dedicado al surgimiento del mismo.
Por Mario Guada |@elcriticorn
Madrid. 27-X-2017 | 19:30. Fundación Juan March. Historia del cuarteto en siete conciertos [Viernes temáticos]. Entrada gratuita. Obras de Giovanni Battista Sammartini, Gaetano Brunetti, Luigi Boccherini y Franz Xaver Ricter. casalQuartett.
Se presentaba para esta temporada 2017/2018 una nueva edición de los Viernes temático [repetidos en sábados], que la Fundación Juan March viene celebrando desde hace varios años y con el que poder desarrollar –a lo largo de toda su temporada– una visión profunda y analítica de algún ámbito, género, compositor, época o movimiento concreto en la historia de la música occidental. Esta temporada, y con buen criterio, se han centrado en el cuarteto de cuerda, un género que, a pesar de su supuesta vigencia, no tiene tanta cabida en los escenarios españoles como cabría suponer. De especial interés me parecía este concierto inaugural, precisamente por lo prácticamente nulo que resulta escuchar las obras aquí interpretadas en concierto. Y no es que se trate de compositores especialmente ignotos en la historiografía –al menos la promulgada en los últimos años por los nuevos estudios–, aunque tampoco, bien es cierto, de los que el llamado gran público suele conocer. La presentación previa de treinta minutos –como es seña de identidad del ciclo–, sirvió para acercar al público un somero repaso por el surgimiento y evolución del cuarteto, que para el encargado de llevarla a cabo en esta ocasión, Miguel Ángel Marín –director del Programa de Música de la Fundación Juan March a la par que musicólogo especializado en los repertorios dieciochescos, entre los cuales ha dedicado gran parte de su tiempo al cuarteto y a algunos de los compositores aquí representados: Joseph Haydn y el cuarteto de cuerda (Madrid, 2009); y Gaetano Brunetti. Cuartetos de Cuerda L 184-L 199 (Madrid, 2012), por poner dos claros ejemplos– es sin duda el género más importante en cuanto a la música de cámara se refiere.
El concierto, bajo el título El surgimiento, 1760-1780, se concibió como una muestra por cuatro autores que bien representan el germen y desarrollo –ya de importancia– en la historia del género. La figura de Giovanni Battista Sammartini (1700-1775) y su Sinfonía en Sol mayor sirven, precisamente y de forma muy apropiada, para remarcar la influencia de otros géneros afines al cuarteto al menos en esencia: escritura a cuatro partes que dialogan en igualdad de condiciones –aunque esto suponga resumir de forma ridícula su esencia–. La sinfonía, sonata o concerto a quattro eran alguno de esos géneros que suponen la base sobre la que se erigirá el cuarteto posteriormente. Esta obra, aun con un lenguaje de claras reminiscencias barrocas –ese Grave, en su segundo movimiento, resuena claramente a Corelli–, sirvió de gran apertura para iniciar a los presentes en la historia de sinuosa de este género. Metidos estrictamente en faena aparece la figura de Gaetano –o Cayetano, como era conocido en España– Brunetti (1744-1798), un magnífico compositor español, aunque nacido en Italia, que desarrolló una notable carrera musical en España al abrigo de los nobles y la Familia Real –fue profesor de violín de un Carlos IV todavía Príncipe de Asturias–, llegando a ostentar el cargo de director de la Real Cámara. De Brunetti, que destaca por un corpus instrumental vasto y realmente rico, se interpreta el primero de los cuartetos de su Opera 2, compuestos en Madrid en 1774. Se trata de una obra de notable madurez, en la que los ecos boccherinianos están bastante presentes, y que muestra una capacidad melódica importante, en la que el desarrollo de los movimientos es ya de una densidad textural considerable. Quizá se trate –junto el de Richter– del cuarteto más redondo de las interpretados aquí.
Luigi Boccherini (1743-1805), otro español nacido en Italia –los italianos dirán que es un compatriota que vivió en España–, no podía faltar en un concierto como este, más si tenemos en cuenta –como defiende Marín– que se trata, junto a Franz Joseph Haydn –por eso aquello de a.H., antes de Haydn, en el título de esta crítica–, del padre del género. De su Op. II, considerada como la primera colección de cuartetos de cuerda de la historia –compuesta en Viena en 1761 y publicada en París en 1767– se dio buena muestra con el que la inaugura, una obra de gran fuerza dramática y expresiva, en la que sorprende especialmente el movimiento conclusivo, de contrapunto refinado, energía desbordante y mixtura de lenguajes entre el Clasicismo y el Romanticismo, por momentos casi Sturm und Drang. Para finalizar, Franz Xaver Richter (1709-1789), el extraordinario compositor moravo al cual, en mi opinión, no se le ha terminado de hacer justicia desde la historiografía –ni la de antes ni la de ahora–. El autor checo, conocido más por su adhesión a la célebre Escuela de Mannheim, es un compositor de un talento inmenso, de lo que queda evidente constancia a través de sus composiciones instrumentales –sus sinfonías son un dechado de inteligencia, conocimiento y refinamiento–, pero también obras vocales, especialmente en el ámbito sacro. De sus Cuartetos Op. V se interpretó el inicial, un magnífico ejemplo de su capacidad de inventiva y su mixtura realmente hermosa de elementos italianos y alemanes.
La interpretación corrió a cargo del casalQuartett –no confundir con el Cuarteto Casals–, una formación suiza fundada en 1996, de amplio espectro –entre sus actividades se encuentra hasta la fusión del cuarteto con el tango y el jazz–, pero que desde 2008 se ha centrado en interpretar, bajo los supuestos del movimiento históricamente informado y contando con un espectacular cuarteto construido por Jacobus Stainer –uno de los constructores más relevantes en la Europa del XVII–, repertorios tempranos del cuarteto, llegando a registrar dos grabaciones centradas precisamente en el nacimiento del género. Los instrumentos –cedidos por el Mikkollegium Winterthur, y con datación en 1660 para violines y violonchelo, y 1659 para la viola– se mantiene, dentro de lo que cabe, en un estado interesante, aunque obviamente han sufrido modificaciones con el paso del tiempo. Mentoneras aparte, el cuarteto está montado con cuerdas de semitripa –tripa pura resulta inviable para un directo–, por lo que su sonido pierde en potencia, pero ganas en otros matices y colores que los instrumentos modernos –muy a su pesar– no logran alcanzar. El comedido uso del vibrato como recurso expresivo –eso que nunca debería haber dejado de ser–, el buen entendimiento entre las líneas, un balance bien conseguido –un punto más de presencia en la viola se habría agradecido–, un sonido realmente pulido, un trabajo conjunto muy bueno –este cuarteto funciona de forma tremendamente orgánica sobre el escenario–, un trabajo dinámico interesante y la notable expresividad de sus lecturas hicieron de estos intérpretes una gratísima sorpresa como inicio de este ciclo. Me extrañó, no obstante, comprobar que se situaron sobre las tablas de la Fundación de la forma habitual en los cuartetos desde hace poco más de un siglo, desechando así –lo que hubiera sido más lógico, teniendo en cuenta los criterios históricos que aplica el conjunto– la formación primigenia del cuarteto de cuerda, con los violines enfrentados –herencia de la orquesta barroca–, el violonchelo situado a la derecha del violín primero –en ocasiones incluso sobre un estrado, para situar la caja de resonancia a la misma altura que el resto de instrumentos– y la viola a su derecha, dejando al segundo violín en el extremo de la formación. Gran trabajo de Felix Froschhammer y Rachel Rosina Späth a los violines –mejor la segunda en este caso, con un sonido aterciopelado y muy concentrado–, Markus Fleck a la viola –la parte quizá más difícil en la formación del cuarteto, en la que ha de hacerse brillar una línea que a veces carece de cierta importancia frente al resto, pero que fue solventada con bello sonido y gran expresividad– y Andreas Fleck al violonchelo –quien por momentos se mostró algo más tosco que el resto del conjunto, aunque sostuvo bien sobre su línea de bajo la arquitectura contrapuntística de las obras y se mostró solvente en la escritura más protagonista del cuarteto boccheriniano–.
Sin duda un inicio de ciclo prometedor, un concierto que planteó de forma inteligente el surgimiento de este género, aunque quizá otros autores hubieran podido tener cabida. Dada la complejidad de mostrar, en tan solo siete conciertos, un género sobre el que tanta tinta se ha empleado, hay que considerar ponerle buena nota a la Fundación por la elección del repertorio, pero especialmente del conjunto, porque sin acudir a los nombres quizá más relevantes de la interpretación historicista del cuarteto se logró un concierto inaugural de muchos quilates, que sin duda encandiló al público asistente –quien por una vez, y sin que sirva de precedente, no abandonó de forma masiva y apresurada la sala dentro del primer minuto desde que finalizó la velada–.
Fotografía: Lutz Jaekel.
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