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CRÍTICA: CLAUDIO ABBADO DIRIGE A LA MOZART ORCHESTRA EN EL AUDITORIO NACIONAL, DENTRO DEL CICLO DE IBERMÚSICA. Por Gonzalo Lahoz

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Autor: Gonzalo Lahoz
2 de abril de 2013
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Madrid. Auditorio Nacional. 24/03/13. Ciclo Ibermúsica. Obras de Beethoven, Haydn y Mozart. Orchestra Mozart. Gegory Ahss, violín. Konstantin Pfiz, violonchelo. Lucas Macías Navarro, oboe. Guilhaume Santana, fagot. Gustavo Gimeno, director. Claudio Abbado, director.

       Las cosas como son, si en el Auditorio Nacional hubieran anunciado un concierto cuyo programa consistiese en la Leonora III, Op.72 de Beethoven, la Sinfonía concertante HOB.I: 105 de Haydn y la inusual Sinfonía nº33, KV319 de Mozart a cargo de una, para la mayoría del público, ignota formación en nuestro país como es la Orchestra Mozart, relativamente escasa hubiera sido la expectación generada. Pero la cosa cambia muy y mucho cuando al frente de la misma se sitúa el maestro entre maestros, el gran Claudio Abbado.
       Contrariamente a la idea que muchos melómanos se han formado sobre la joven Orchestra Mozart, ésta no ha sido una creación del propio Abbado como lo ha sido la Gustav Mahler Jugendorchester, sino que fue fundada por el jurista Fabio Roversi-Monaco y Carlo Maria Badini, este último revolucionario intendente del Teatro alla Scala desde 1977 a 1990, periodo coincidente con la dirección de Abbado al frente de la orquesta del templo operístico de Milán (1968 - 1986). Durante dicho ciclo se forjó una amistad entre ellos que, entre otros felices retos musicales, terminó derivando en el ofrecimiento a Abbado por parte de Badini para hacerse cargo de la dirección artística de la orquesta que nos ocupa.
       Con ello, la labor del director milanés ha sido dar forma y sonoridad a la agrupación, en la que se intercalan importantes primeras figuras del panorama mundial orquestal  cuyas carreras Abbado se encargó de alguna manera de impulsar o afianzar en el pasado, con actuales jóvenes talentos. Así, aunque es evidente el preponderante perfil joven de la formación, podemos disfrutar de la colaboración de nombres como el primer viola Wolfam Christ, que ya superó la cincuentena y con quien Abbado trabajó durante su periodo al frente de la Berliner Philharmoniker, o el concertino Giuliano Carmignola, violinista de reconocido prestigio centrado hoy en día en su carrera como solista. Nutren el plantel restante músicos de las más importantes orquestas europeas como la Royal Concertgebouw, la Wiener Philharmoniker o la Orchestra dell'Accademia di Santa Cecilia entre otras.

       No obstante, en esta gira encontramos numerosos nombres de refuerzo que en realidad no pertenecen a la Orchestra Mozart pero que no se anuncian así en el programa. Un refuerzo que tendría mayor sentido si en el programa leyésemos nombres como Mahler, Strauss o Wagner, pero que con nombres del clasicismo parece tratarse más bien de una operación para reducir costes. Aunque para abaratar costes y emolumentos, nada como la renuncia, premeditada me temo, del maestro Abbado a dirigir la Sinfonía concertante de Haydn, revistiéndolo por parte de la organización como de un gran gesto de generosidad, cediendo el maestro la batuta a su asistente Gustavo Gimeno para el que público español tuviera la oportunidad de conocer el trabajo de su compatriota. De agradecer fue que Alfonso Aijón, director de Ibermúsica, lo anunciara personalmente micrófono en mano. El mensaje fue recibido con educación por parte del respetable, que no bien recibido por la mayoría, que pagó una elevada cantidad de dinero para escuchar a Claudio Abbado, que apenas dirigió poco más de media hora del programa y no a su asistente, por muy bueno que pudiera ser, que tampoco fue el caso.
       Hace ya más de diez años que Gimeno dio el salto de ser el percusionista principal de la Royal Concertgebouw Orchestra a interesarse por la dirección orquestal, siendo el asistente del propio Mariss Jansons. El joven valenciano ofreció una lectura bastante plana y desangelada de la Sinfonía concertante de Haydn, aunque el salir a dirigir entre otras piezas dirigidas por el mismísimo Abbado suponga todo un hándicap difícil de superar. Dio la sensación que había poco trabajo detrás y aunque se consiguieron bellos momentos, supuso toda una oportunidad perdida; desde luego mejor hubiera sido que Abbado le cediera una tercera propina antes que asumir tal reto. Por su parte los solistas actuaron con la corrección debida, con un ostentoso descuido por parte del chelista Konstantin Pfiz, quien en un momento dado entró sobre nota errónea. Faltó pues brillo y excelencia en los instrumentistas protagonistas, quienes integrados en la orquesta minutos antes y después demostraron una gran solvencia.
      Así, Abbado volvió a demostrar una vez más por qué es una de las grandes batutas de la historia de la música. Cristalina línea de exposición, dinámicas contrastadas repletas de matices y esa sonoridad cuasi camerística que hacen únicas sus lecturas, tal y como se pudo apreciar en su acercamiento a la Sinfonía nº33 de Mozart, donde el director impregnó su característica solemnidad y academicismo al genio salzburgués a través de un tejido sonoro embebido de su sentido más beethoviano, cuyo trabajo en las diáfanas dinámicas nos retrotaían a lo que pudo escucharse al comienzo de la tarde con la Obertura Leonora III, la cual comenzó con una exposición magistral en pianísimo donde la Orchestra Mozart sonó compacta y tersa a partes iguales, con especial mención a la sección de las maderas, más concretamente aún a la primera flauta Chiara Tonelli, de una ductilidad y técnica extraordinarias, resumen del buen estado de su sección, seguramente lo mejor de la Orchestra Mozart; detalle que el sabio Abbado percibe a las mil maravillas y busca explotar en las propinas, quizá también lo mejor de toda la velada: dos fragmentos de la milagrosa música incidental "Rosamunde", de Franz Schubert, donde las maderas brillaron con exquisita fragilidad y junto al resto de la orquesta se creó un auténtico ambiente de ensoñación y mágica evocación, con vuelta a unas dinámicas delicadas, elegantes, distinguidísima la cuerda, resultado del buen hacer de un genio, de uno de los grandes alquimistas del sonido de la historia de la dirección orquestal como es Abbado.
      Quizá el programa escogido no haya sido la mejor oportunidad para disfrutar del magisterio de este grande, pero dejemos que, llegado a la "prórroga" (como él mismo define a los años posteriores tras sufrir un cáncer), recoja los frutos, en el público y entre los músicos, que ha proporcionado la siembra de unas simientes llenas del mayor amor y respeto hacia la música. No cabe pues más que aplaudir de pie a quien tanto y tan bien ha sembrado.
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