Un drama musical como base de la Ópera española
Por Raúl Chamorro Mena
Madrid, 10-IX-2021. Teatro de la Zarzuela. Circe (Ruperto Chapí). Saioa Hernández (Circe), Alejandro Roy (Ulises), Rubén Amoretti (Arsidas), Marina Pinchuk (voz de Juno/sombra de Ulises). Coro y orquesta titulares del Teatro de la Zarzuela. Dirección musical: Guillermo García Calvo. Versión concierto.
Si la temporada 2020-21 del Teatro de la Zarzuela concluía con el Chapí de El rey que rabió, la actual comenzaba también con música del «xíquet de Villena», pero en una versión muy distinta, el Chapí de Circe, la obra con la que se estrenó en 1902 el Teatro Lírico de Madrid, sito en la Calle Marqués de la Ensenada y que estaba destinado a ser el buque insignia de esa eterna entelequia llamada «ópera española», ya que la misma tenía cerradas las puertas del Teatro Real dominado por la ópera francesa y, sobretodo, la italiana, bajo un acaparador monopolio de la casa editora Ricordi.
En mi opinión y ya lo he afirmado en otras ocasiones, la manifestación nacional del teatro lírico español es la Zarzuela. Se entiende que la gran popularidad de este género, su particular costumbrismo, muy enraizado con el folklore español, además de la tradicional incomprensión y sambenito de inferioridad que ha arrastrado desde siempre, llevara a algunos de los grandes compositores españoles a anhelar la instauración de una ópera española, considerado como género «superior» y capaz de encauzar las vanguardias musicales europeas y la evolución del teatro lírico internacional.
Con la programación de Circe, el Teatro de la Zarzuela cumple con uno de sus compromisos estatutarios ineludibles, la promoción del género lírico español y difusión de las obras menos conocidas y representadas. Entre ellas, sin duda, esta creación de Chapí, que desde su estreno en 1902 y su presentación en Buenos Aires 10 años después, languidecía en el silencio. La obra se interpretó sobre una edición crítica de Juan de Udaeta auspiciada por la SGAE, de la que el propio Chapí fue fundador.
El profesor Emilio Casares Rodicio en su imprescindible artículo del programa de mano, subraya que Chapí «concibe Circe con la clara intención de mostrar las capacidades del escenario» . «Circe es una fantasía visual» . «Músico y libretista - Miguel Ramos Carrión, el favorito de Chapí- conciben su obra para lucir la escena». Por tanto, la versión concierto cercena gran parte de la esencia de la obra y pone de relieve sus carencias en cuanto a sustrato y progresión dramática, pero en fin, algo es algo y corresponde celebrar, cómo no, su programación aún en dicho formato.
En lo musical, el mayor avance de la obra radica en la suntuosa orquestación, insólita en el teatro lírico español hasta el momento. Ese rango sinfónico de la orquestación, junto al declamado de la escritura para la voz, el continuum musical, la inexistencia de números cerrados y la presencia de hilos conductores encuadran la obra plenamente en el drama musical wagneriano, a lo que se suman algunos elementos de la Opera Lyrique francesa y del verismo italiano. Sin dudar del interés de algunos hallazgos sonoros y puntuales momentos en la orquestación, de unos actos segundo y tercero más concisos y logrados, frente al inicial que no remonta el vuelo, al que suscribe no le pareció una obra especialmente inspirada. Es curioso, además, cómo ese deseo por crear una Ópera española conlleva la desaparición de todo vestigio de música identitaria nacional, aunque uno es consciente de que Chapí quisiera distanciarse lo más posible de su producción zarzuelística.
Sólo cinco personajes intervienen en la ópera con protagonismo absoluto de la maga Circe y el héroe Ulyses, soprano y tenor. El amplio orgánico orquestal, que ocupó hasta las cinco primeras filas del patio de butacas, obliga a contar con voces potentes y robustas, justo como las que protagonizaron esta recuperación de la obra de Chapí. Saioa Hernández abordó con su timbre amplio y carnoso la tesitura de Circe, fundamentalmente central con incidencia en la zona de paso, y aunque pudo faltar cierta variedad de acentos a su declamado, sí resultó adecuadamente solemne y escultóreo, lo que unido a la entrega de la soprano y su sonoro caudal la hicieron salir vencedora en su «Isoldiana» lucha con la exuberante orquesta y los pasajes crispados de su línea canora. Prueba de ello fue su intensa escena final - lamento y muerte de Circe- que fue justamente ovacionada por el público.
Incómoda tesitura, asimismo, la de Ulyses, exigente en la zona de paso y con onerosos viajes a la franja aguda. El tenor asturiano Alejandro Roy, siempre entregado y de acentos elocuentes, pudo solventarla con presencia sonora y agudos bien timbrados, además de superar sin problema la barrera orquestal. Su declamado, un punto estentóreo, bien es verdad, destacó en los momentos más heroicos como la huida de Ulyses, por encima del único pasaje de lirismo, el dúo del segundo acto. Timbre sonoro y acentos vehementes los de Rubén Amoretti como Arsidas, lugarteniente del héroe. Buena prestación la de Marina Pinchuk como voz de Juno, pero aún más meritoria su encarnación de la sombra de Aquiles, de tesitura abisal, propia de una contralto neta y que fue superada por la cantante bielorrusa, con inevitable incomodidad, pero con solvencia.
Por encima de las voces, la protagonista de Circe es la orquesta y la dirección del maestro titular del teatro Guillermo García Calvo, con su rigor habitual, demostró un buen trabajo con la orquesta de la Comunidad de Madrid y puso de relieve la riqueza y factura sinfónica de la orquestación, si bien al sonido le faltó variedad de colores y al discurso, contrastes. El coro, muy exigido en esta composición, resultó un tanto apagado, penalizado, además por su ubicación tan al fondo de un escenario, esta vez, particularmente amplio.
Celebro la reposición de Circe, estoy contento de haber podido escucharla, pero sigo pensando que el genio del gran Ruperto Chapí se encuentra, entre otras, en La Revoltosa, La bruja y El rey que rabió.
Fotos: Elena del Real / Teatro de la Zarzuela
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