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Crítica: Christoph König y María Dueñas con la Sinfónica de RTVE

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Autor: Óscar del Saz
21 de marzo de 2025

Crítica de Óscar del Saz del concierto de la Sinfónica de RTVE, con la violinista María Dueñas bajo la dirección de Christoph König

María Dueñas

Una Dueñas rotunda

Por Óscar del Saz | @oskargs
Madrid. 20-III-2025. Teatro Monumental. OCRTVE. Sinfónico A/15. Obras de Franz Schmidt (1874-1939) y Félix Mendelssohn (1809-1847). Orquesta de RTVE. María Dueñas, violín. Christoph König, director.

   Con un lleno al completo del aforo, la Orquesta Sinfónica de RTVE, dirigida por su titular Christoph König, nos ofreció una velada en la que compartieron atriles obras de Franz Schmidt y Félix Mendelssohn. De este último, se interpretó su célebre Concierto para Violín y Orquesta en Mi menor Op. 64 (1845), a cargo de la estupenda y afamada violinista María Dueñas, que es artista residente de la OCRTVE. En el caso del austro húngaro Schmidt, se interpretó la muy interesante y poco frecuentada Sinfonía n.º 4 en Do mayor (1933).

   El repertorio de Franz Schmidt, fiel al estilo post-romántico, ha sido relativamente olvidado en parte porque, aunque influenciado por Bruckner y Mahler, el compositor estuvo fuera de la innovación de esa época (Schoenberg, Alban Berg, etc.), que evolucionaba hacia el modernismo y el atonalismo, además de que dado su alineamiento con el régimen nazi, ello perjudicó la difusión de su música después de la II Guerra Mundial.

   Su Cuarta Sinfonía (Allegro molto moderato, Adagio, Molto vivace y Allegro molto moderato) merece los adjetivos de cautivadora y compleja -técnicamente hablando-, ya que requiere del manejo una densa orquestación. König condujo dicha «inercia orquestal» con una gran concentración, precisión y fluidez para que el discurso sonoro fuera envolvente y casi hipnótico, no decayendo en ningún momento. 

   El carácter de la pieza se puede definir como elegíaco y emotivo, ya que fue escrita en memoria de su hija fallecida -como recordó König antes de comenzar- y, por tanto, es muy dependiente del tratamiento discursivo que se dé a la cuerda, aunque también son importantes los contrastes que aparecen en sonido de otros instrumentos solistas como la sección de metales (trompeta, trompas, trombones), o como la de los contrabajos, cuyos profesores solistas merecen ser felicitados por sus certeras prestaciones. 

   En este sentido, y con respecto a la cuerda grave, vimos a los ocho violoncellos en una disposición apaisada y frontal, al fondo del escenario, que entendemos hizo que se repartiera de forma igualitaria -en el escenario- su peso sonoro. De igual forma, los esforzados diez contrabajos y el mismo número de violas realizaron una muy buena labor de empaste. 

   En conjunción con la cuerda aguda, dado que los pasajes de estas secciones son particularmente exigentes, König consiguió un buen mix sonoro cuando se entremezcla el empleo del arco corto -agilidades-, o un discurso «fugado» con la aparición de las líneas melódicas largas y sostenidas, que resultaron de gran aportación expresiva, dando lugar -en función de en qué movimiento nos encontráramos- a momentos solemnes y meditativos, a otros más ligeros y llenos de contrastes y a algunos profundamente emotivos. 

   La dirección de König resultó en todo momento muy concentrada y eficiente, con nervio interno, energizante y con gesto totalmente transparente para focalizar intensidades y dinámicas que nunca se desbordaron en el forte. El tratamiento del final, en tendencia hacia la extinción del sonido y en pos de la consecución de una atmósfera casi irreal, obtuvo una magnífica factura.

   Como se ha comentado, la segunda parte estuvo a cargo de la violinista granadina María Dueñas (2002), que viene de debutar de forma exitosa con la Sinfónica de Castilla y León y Vasily Petrenko a la batuta, con el Concierto para violín y orquesta n.º 3 en si menor, Op. 61 de Saint-Saëns. 

   De no menos exigencia y aprecio por parte del público, es el Concierto para violín y orquesta en mi menor, Op. 64, de Felix Mendelssohn que, organizado en tres movimientos (Allegro molto appassionato, Andante y Allegretto non troppo – Allegro molto vivace), conectados sin pausas, no permite relajos, y exige una fuidez continua al intérprete, que debe lidiar sin resuello con diferentes caracteres y tempi, aspecto éstos que fueron magníficamente resueltos por María Dueñas.

   Asombra en una intérprete tan joven la seguridad y la energía corporal y mental con la que Dueñas ejecuta los numerosos pasajes de complejidad y rapidez manifiestas, tanto para la digitación como para el arco (nuestra intérprete toca el Nicolò Gagliano y el Stradivarius «Camposelice» [1710], cedido generosamente por la Nippon Music Foundation). La desafiante cadenza, escrita por el propio Mendelssohn y que, por tanto, no se deja a la improvisación del solista, fue resuelta de forma tan rauda como quirúrgica, con gran despliegue técnico y estupenda afinación.

   El segundo movimiento presenta largas líneas melódicas que Dueñas controló con el arco de forma primorosa en el fraseo, si bien echamos en falta cierto remate en el volumen de las notas agudas. Incluso hubiera hecho falta un mayor brillo o proyección, lo que no afectó de forma práctica a la expresividad, que se cuidó a satisfacción a lo largo de todo el movimiento.

   El tercer movimiento, con tempi rápidos, intercala algunos accelerandi que son muy cortos y estrictos en extensión, que gozaron de excelente ejecución. El movimiento también incluyó pasajes de dobles cuerdas que son técnicamente complejos, pero que no resultaron comprometedores para Dueñas, dado que parecía domeñar y «torsionar» -con el arco, con gran fruición- el instrumento a voluntad, entre su mandíbula y el extremo opuesto del mástil. En algún momento puntual, la orquesta excedió el volumen crítico para estar balanceada con el instrumento solista, pero el pirotécnico final llegó dando protagonismo pleno al violín y colaborando para preparar la última nota de Dueñas. El acompañamiento de König siempre fue colaborativo y se notó que ambos intérpretes se entendieron a las mil maravillas, al igual que se mantuvo la química con la orquesta. 

   Por todo lo anteriormente comentado y ganándose el favor del público, María Dueñas obtuvo un rotundo éxito y fue largamente ovacionada y braveada por el respetable, por lo que tuvo que salir a saludar en repetidas ocasiones. Ofreció dos propinas, totalmente contrastadas. La primera fue una nana, cuya autoría no supimos identificar. Después de otra tanda de saludos, ofreció la segunda: la enrevesada Applemania, del ruso polifacético Aleksey Igudesman (1973).

Fotos: Fernando Frade / Codalario
Está prohibida su reproducción

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