Por Beatriz Cancela |@beacancela
Santiago de Compostela, 26-IV-18. Auditorio de Galicia. Concierto de temporada. Real Filharmonía de Galicia. Dirección: Christoph König. Violín: Tasmin Little. Obras de Brahms, Mozart y Beethoven.
Si extrapolamos el dicho de "cada día es una oportunidad" a la música, cada concierto es una ocasión irrepetible; un desafío para director y orquesta de llevar a cabo una interpretación memorable que agite al espectador (spectator, spectatoris: del latín, el que tiene el hábito de mirar y observar y, añadiríamos en el caso del arte de las musas, también de sentir).
No aprovecharía König la ventaja que le da el ser viejo conocido de la Real Filharmonía de Galicia (RFG), de la cual sería principal director invitado (2013-2016) y hasta candidato para su dirección; al igual que la selección del repertorio. El que fuera asistente y conocedor de la trayectoria de Sir Colin Davis, refleja en su trabajo cierta disciplina con reminiscencias al cabal director británico principalmente en cuanto al encorsetamiento esquivo de dramatismos indebidos, a la claridad en las exposiciones o la sujeción a los dictados de la partitura. Aparentemente organizó y ejecutó las obras buscando una gradación de menor a mayor intensidad, corriendo el riesgo de resultar una propuesta incongruente con la naturaleza de cada compositor y obra.
El romántico conservadurismo de Brahms enlazaba con el período clásico -al parecer el eje sobre el que giraba el concierto- con las Variaciones sobre un tema de Joseph Haydn, op. 56a (1873); obra significativa del alemán, que le abriría las puertas al mundo sinfónico. Una ejecución pausada y organizada bajo unas frases ampulosas pretendidas por König a través de una gestualidad incisivamente ondulante, condensaría la atención más en el director que en sí en la sonoridad, con la que se desvinculaba. Las maderas y las trompas permanecieron subyugadas -cuasi amordazadas- a la cuerda, que copó el protagonismo. Una propuesta disgregada que dio como resultado una dispersión completa del conjunto.
A continuación llegaba el turno de Tasmin Little con el Concierto para violín número 4 en re mayor, K. 218 de Mozart (1775) y el momento de que orquesta -e incluso director- se situasen en segundo plano para otorgar el protagonismo al instrumento solista en esta obra, de las más exigentes para el violín de los cinco que configuran la serie. Un protagonismo, por otra parte, que sí supo aprovechar la británica con veteranía, habilidad y comodidad. Una obra equilibrada y plena en musicalidad que, curiosamente, contrasta sobremanera con el repertorio habitual de Little. Natural, sin aparatosidad y escrupulosa tanto con el fraseo, racional y fluido, como con los agudos, nítidos y cristalinos. La delicadeza y la sobriedad fueron los rasgos distintivos de una ejecución que captó la tención de un auditorio que recibiría la obra con intensos aplausos.
Sería Beethoven el encargado de cerrar el concierto con la Sinfonía número 1 en do mayor, op. 21 (1795). A esperas de un cambio radical, la partitura fue afrontada siguiendo la línea inicial: sobre un tempo lento discurrían motivos disociados que König trataba de imbuir en una sonoridad clásica ensalzada por el planteamiento armónico del conjunto. En el Menuetto. Allegro molto e vivace, asistimos de nuevo a la falta de equilibrio. Ejemplo de ello fue la vehemente presencia de los timbales, desmedidos con respecto a secciones como la de los metales (dos trompetas), provocando la fragmentación de un discurso que alternaba entre una uniformidad sistemática y el contraste con excesiva virulencia, a nuestro parecer.
En líneas generales, un descontrol que achacamos al desacuerdo entre el excesivo gasto energético del director, que no se correspondía con la sonoridad de la orquesta. Por supuesto, ni mucho menos denunciamos falta de diligencia, sino de entendimiento. En cuántas ocasiones la orquesta nos ha brindado interpretaciones magníficas, respondiendo casi siempre cuando hay confianza y avenencia con el director y se afronta un repertorio arriesgado.
La temporada casi está llegando a su fin y cada concierto es una oportunidad para dejarse sorprender; un ejercicio de descubrimiento, de dejarse llevar y emocionarse.
Ojalá la próxima ocasión...
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