Crítica del concierto de Chloé van Soeterstède y Colin Currie con la Sinfónica de Castilla y León
Abrumador Colin Currie
Por Agustín Achúcarro
Valladolid, 19-05-23. Auditorio de Valladolid, Sala Sinfónica Jesús López Cobos. Obras: Concierto para percusión de Joey Roukens, De una mañana de primavera de Lili Boulanger y Sinfonía nº2 en do mayor, op. 61 de Robert Schumann. Orquesta Sinfónica de Castilla y León. Directora: Chloé van Soeterstède. Solista: Colin Currie, percusión.
La directora Chloé van Soeterstède, bien apoyada en la Sinfónica de Castilla y León, dio una sólida base a cada una de las obras del programa, lo que hizo posible que se reflejase lo esencial y diverso de cada una. Para esto se basó en una dirección capaz de empastar los sonidos, de una manera tan flexible como equilibrada.
La versión del Concierto para percusión de Roukens -estrenada en 2011 y que era la primera vez que lo interpretaba la OSCyL- se caracterizó por subrayar en cada momento lo rítmico o lo tímbrico, de manera muy eficiente y sumar con la misma habilidad ambos. A esto, se añadió la intervención de un percusionista solista de la talla de Colin Currie, versátil y capaz de tocar los diferentes instrumentos con una soltura y abrumadora facilidad. La idea del compositor de contar con una formación próxima a lo camerístico, permite profundizar en las características de cada uno de los instrumentos. Y lejos de convertirse esto en un catálogo de cada uno de ellos lo que consigue el autor es poner de manifiesto su individualidad y potenciar el conjunto. A eso se añaden los valores de la percusión, rítmicos, de melodía, lo que hace que resulte una obra sugerente y fascinante, en la idea de mezclar un lenguaje actual con elementos clásicos de la orquesta y que sea original. La obra fue muy aplaudida por un público que casi llenaba el auditorio.
Así, pareció que los movimientos primero y tercero fueron hijos del ritmo mientras que los otros dos de la tímbrica y el color. Esta aseveración no es excluyente pues en esta obra esos elementos se combinan continuamente de manera admirable; de tal forma que la idea antes afirmada se convierte en una ilusión más bien subjetiva. La repetición, cierto frenesí rítmico surge del tiempo inicial de la misma forma que una nebulosa instrumental flota en el segundo, mientras que en el tercero todo parece volver el ritmo repetitivo, que no expresa quietud sino avance, y en el cuarto todo tiende a encaminarse hacia un sonido en plenitud. Marimba y vibráfono, con su posibilidad de hacer eco del sonido, el violín solista en el agudo, el sonido creciente de la trompeta, los glissandi orquestales, la cadencia del percusionista, fueron detalles que jugaron una parte importante dentro de los efectos sonoros producidos. Y ahí estuvo también la manera tan certera de tocar los instrumentos de percusión por parte de un Colin Currie capaz de transmitir la fuerza del ritmo o de la melodía. No son mera casualidad los nombres dados a los movimientos, razón por lo que aquí se reseñan: «Líneas y colores», «Recuerdo este lugar», «Ritmos cambiantes» y «Se terminó, mi amigo».
La segunda parte dejó el valor expresivo y nostálgico de la obra De una mañana de primavera de Lili Boulanger. Chloé van Soeterstède permitió la flexibilidad necesaria a la orquesta para que la claridad del sonido, muy logrado en las cuerdas, creara un ambiente determinado.
Y en la Sinfonía nº2 de Schumann, la directora consiguió darle coherencia a la partitura, así como una oportuna relevancia a los momentos claramente cantábiles y al sugerente cromatismo. Se consiguió una afinación muy cuidada, con una cuerda incisiva y nítida, un pulso que no decayó y una solidez del sonido, como se pudo comprobar, por ejemplo, en el movimiento conclusivo, a lo que se unió un juego constante de timbres y colores expuesto abiertamente.
Foto: OSCyL
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