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Crítica: «La hechicera» de Tchaikovsky en la Opernhaus de Frankfurt

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Autor: Raúl Chamorro Mena
14 de diciembre de 2022

Crítica de Raúl Chamorro Mena de la ópera La hechicera de Tchaikovsky en la Opernhaus de Frankfurt 

Asmik Grigorian es La hechicera en Frankfurt

El hechizo de la Grigorian

Por Raúl Chamorro Mena
Frankfurt, 11-XII-2022, Opernhaus. Charodéyka-La Hechicera (Piotr Ilich Tchaikovsky), Asmik Grigorian (Nastasya, llamada “Kuma”), Elena Manistina (La princesa en lo vocal), Verena Rosna (La princesa en escena), Iain MacNeil (El príncipe), Alexander Mikhailov (El príncipe Juri), Fréderic Jost (Mamyrov/Kudma), Alexei Egorov (Paisi), Zanda Svéde (Nenila), Jonathan Abernethy (Balakin), Bozidar Smiljanic (Iván Shuran). Frankfurter Opern-und Museumsorchester. Dirección musical: Valentin Uryupin. Dirección de escena: Vasili Barkhatov.

   Curioso el caso de la ópera La hechicera, Charodéyka, pues se estrenó en 1887 entre las dos obras maestras Eugen Onegin y Pique dame, las más representadas con mucha diferencia de todas las óperas compuestas por el gran Piotr Tchaikovsky. Sin embargo, se trata de una creación totalmente sumida en el olvido y que apenas se representa. La Ópera de Frankfurt, siempre generosa al programar óperas poco frecuentes, ha presentado una nueva producción de Charodéyka a cargo de Vasili Barkhatov y con el protagonismo de la soprano lituana Asmik Grigorian con la circunstancia de poder verla en un mismo fin de semana y de forma consecutiva, como Manon pucciniana y encarnando a Kuma en la ópera de Tchaikovsky basada en un texto de Ippolit Shpazhinsky

   Ciertamente, La hechicera está lejos de las calidades, inspiración musical y sustrato teatral de las magistrales Eugen Onegin y La dama de picas, pero concita indudable interés. Es verdad que la inspiración melódica marca de la casa y esos pasajes de desbordamiento pasional y exaltación romántica propios del genial músico ruso, aparecen en menos medida de lo que uno desearía. Entre ellos, cabe destacar el arioso de Kuma del primer acto, con la presencia también típica de aires folklóricos rusos, el dúo de la princesa y su hijo Iuri del segundo y la concatenación en el tercer capítulo, fundamental en la trama, de los dúos de Kuma con el príncipe-gobernador y con su hijo, el príncipe Iuri. El problema es que la obra, que supera ampliamente las tres horas de duración, se hace un poco larga y el desenlace demasiado premioso y sin la concisión y fuerza dramática que cabría esperar. 

Asmik Grigorian es La hechicera en Frankfurt

   Al igual que la producción de Manon Lescaut vista el día anterior, la puesta en escena de Vasili Barkhatov también traslada la acción a la actualidad y contiene introducción previa de video, en la que nos explica que Kuma ha sido una esposa insatisfecha y maltratada, que ha perdido un hijo y también a su marido, del que ha heredado una importante propiedad que ha convertido en galería de arte –en lugar de la taberna y casa de lenocinio que indica el libreto- a la que acuden los más variados personajes de raíz bohemia e iconoclasta, además de sufrir la persecución del fanático y taimado Mamyrov, una especie de siniestro Rasputín, mano derecha del Príncipe. El montaje convierte la trama en el conflicto que surge en una familia acomodada, con poder político y económico,  «que siempre ha vivido sin preocupaciones ni tristezas», como insiste la princesa en el segundo acto, que ve alterada su vida despreocupada por Nastashya-Kuma, llamada la hechicera, pues el Príncipe se ha enamorado obsesivamente de la encantadora viuda y padece el rechazo absoluto de la misma, pues ella guarda su pasión, no descubierta hasta el tercer acto, por su propio hijo Juri.

   Los odios y fanatismo religioso encarnado en Mamyrov, el despecho de la princesa y la venganza del rechazado príncipe –el que gobierna está acostumbrado a conseguir lo que quiere- desencadena la tragedia con la muerte envenenada de Kuma y el asesinato de su mujer e hijo por parte del príncipe que termina enloqueciendo. La producción caracteriza bien a los personajes, aunque resulta muy difícil asumir que Kuma se enamore del joven príncipe Iuri presentado en el montaje como un amazacotado boxeador descerebrado. La escenografía de Christian Schmidt expone adecuadamente el hogar acomodado, al que no le falta la presencia religiosa -esa mística tan rusa- con una princesa que hace gimnasia con su dama de honor y confidente Nenila y un príncipe cada vez más obsesionado por Kuma, con lo que despertará los odios del humillado Mamyrov, que no está dispuesto a perder su poder e influencia. A todo ello habrá que sumar el despecho de su esposa. En definitiva, la puesta en escena resulta trabajada, con buenos detalles y al igual que la Manon Lescaut de Alex Ollé, se sube a la ola del feminismo tan en boga y convierte a ambas protagonistas en víctimas de las circunstancias y el comportamiento de la mayoría de los hombres que tienen a su alrededor. 

   Asmik Grigorian volvió a demostrar su condición de «animal escénico» con una caracterización magnífica, en la que cuida y expone todos los detalles y aristas del personaje. Aunque la acusan de hechicera y bruja es una mujer encantadora y sufriente, que pretende salvar su galería y sus adeptos del acoso de Mamyrov y se gana al príncipe, sin poder controlar la pasión que surge en el mismo, mientras ella ama secretamente a su hijo. Impagable fue el momento en que Grigorian realiza ante su amado Juri la pantomima tan paródica como irónica de sus atributos como supuesta hechicera. En lo vocal, Grigorian volvió a exhibir esas cualidades que tanto escasean en la lírica actual. La emisión firme y franca, la limpia colocación, el fraseo cuidado, siempre elegante y musical y los ascensos bien resueltos técnicamente. Espléndida la bella aria de Kuma del primer acto y la manera en que la Grigorian resolvió, tanto vocal como interpretativamente, la muy dramática sucesión de dúos con padre e hijo en el tercer acto. Muy emotiva y entregada en su arioso del último acto, envenenamiento y posterior fallecimiento. 

   Elena Manistina sustituyó a última hora a una indispuesta Claudia Manhke, con lo que cantó su parte en el extremo derecho del escenario con apoyo de la partitura, mientras sobre el escenario actuaba Verena Rosna. La Manistina mostró voz amplia, exuberante en centro y grave, además de extensa, aunque algún agudo extremo resultó forzado y duro. Sin embargo, la mezzo rusa se mostró incómoda en el canto recogido, en las líneas legato del magnífico dúo con su hijo, el príncipe Juri, del segundo capítulo. Iain MacNeil cuenta con un material de barítono muy claro y de limitada calidad tímbrica, pero canta con gran corrección musical y se mostró buen caracterizador del gobernador local que se enamora de forma enfermiza de Kuma y conduce a su familia a una tragedia. Muy flojo el tenor Alexander Mikhailov como su hijo el Príncipe Juri, una vocecita toda empotrada en la gola y sin apenas proyección. Sonoro el material del bajo Fréderic Jost, que caracterizó bien al fanático e inicuo Mamyrov, pero emitió alguna nota de sospechosa afinación, además de acreditar problemas en la zona alta. Alexei Egorov apechugó también como sustituto de última hora con el papel del traicionera Paisi, pero actuó también escénicamente, aunque con el apoyo de la partitura.

   La estupenda orquesta de la Ópera de Frankfurt no sonó bajo la dirección de Valentin Uryupin tan bien como el día anterior en Manon Lescaut. Las texturas resultaron menos claras, la finura, los detalles y la elegancia brillaron por su ausencia, el empaste y el color no fueron los mismos y a pesar de que las maderas, tan importantes siempre en Tchaikovsky cumplieron, la batuta optó por resaltar la orquestación de la obra mediante el expediente del trazo grueso. 

Fotos: Opera Frankfurt / Barbara Aumüller

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