Por Albert Ferrer Flamarich
Barcelona melómana. La passió musical de la ciutat a través dels grans compositors. Cesc Avilés Pàmies. Angle Editorial, Barcelona, 2015. 314 págs. IBSN: 978-84-16139-65-1
En Barcelona melómana, el periodista Cesc Avilés (Reus, 1981) propone una síntesis divulgativa sobre la tradición musical en Barcelona en época moderna a partir de fragmentos, historietas y un amplio abanico de microrelatos. A partir de hechos concretos establece un recorrido episódico que dibuja la recepción de la obra de diversos compositores. Se describen temas como la llegada de la ópera a Barcelona, el hallazgo de las suites de violoncelo de Bach por Casals, los incendios y la bomba del Liceu, la fiebre wagneriana o las visitas de Strauss, Stravinsky y Schönberg, entre otros. Los numerosos incisos de la crítica de la época visten un enfoque ameno y con dosis de humor que asume el talante actual en el periodismo cultural.
La mayoría del relato es sobradamente conocido desde la historia de la música y la musicología en general. Su atractivo recae en la voluntad específicamente divulgativa y periodística de presentar estos temas más allá de los originales académicos, es decir, de las tesis doctorales, los libros y revistas especializadas. Lo hace con dosis de originalidad literaria, inventando diálogos y recreando situaciones, pese a que el crítico firmante aburre este tipo de derivaciones y soluciones fantasiosas. En consecuencia el capítulo de Liszt es detestable, a pesar de los méritos del guión.
Algunos fragmentos se insieren en una fragmentación novelesca típicamente posmoderna que recuerda a la manera en que Salvador Espriu estructuró sus primeras narraciones. Un escritor que Cesc Avilés cita en la versión más sensacionalista de su vínculo con la música en el capítulo sobre Verdi, y que olvida en un tema tan significativo como es la posible visita de Chopin a Arenys de Mar el invierno de 1838. Ésta es una historia digna de un capítulo en un libro como Barcelona melòmana: se enfoque desde la reconstrucción de las circunstancias del diario apócrifo de Joaquim Maria Pujol de Pastor i Capllonch recogido por el estudio del padre Palomer, o desde otras pruebas documentales como los dibujos de Maurice Dudevant de La torre dels Encantats y el Mont Calvari maresmeños.
Igualmente el capítulo “liceístes y cruzados” podía haberse estructurado a partir del poema satírico alrededor del Gran Teatre del Liceu editado por la Biblioteca de Catalunya en el estudio crítico de Roger Alier. El texto, de escasas pretensiones literarias pero de aguda mofa, fue escrito supuestamente en 1864 pero Alier lo refiere una década anterior. Este largo poema es un ejemplo evidente y completo de la pugna entre los partidarios de los dos teatros barceloneses.
La edición es utilitaria con cubiertas blandas, letra cómodamente legible, pero se echa en falta un índice onomástico y una relación bibliográfica más detallada. No aparecen diversas fuentes consultadas como, por ejemplo, la tesis (¿publicada o no?) sobre las estrenas de las óperas de Verdi en Barcelona de Paula Costes.
Errores
Limitar el inciso musical durante la Guerra de Sucesión al terreno operístico es restar peso a la documentación eclesiástica y olvidar un tema apasionante como la policoralidad, especialmente en una Barcelona rica en referencias europeas. Por otro lado es una exageración y un detalle de efectismo periodístico afirmar que Guillermo Tell de Rossini quedaría para siempre ligada al acto criminal de Santiago Salvador (pág. 159). Como mínimo hace medio siglo que los que lo podían concebir así murieron. Los historiadores y musicólogos actuales solo aparejamos los dos datos en los contextos oportunos, ya que el atentado no deja de ser un hecho tangencial en la percepción contemporánea de la última ópera rossiniana.
Igualmente tachar a Richard Strauss de “figaflor” (blandengue, pág. 279) puede ser ingenioso, pero como mínimo es insultante en un relato divulgativo como éste, si no va reforzado de las justificaciones pertinentes. Más ambigua y arriesgada es la afirmación reduccionista que Mozart funda la ópera alemana (pág. 69), o que en todo el siglo XIX solo sube a escena Don Giovanni en Barcelona (pág. 69) cuando el mismo autor comenta otras producciones siguiendo la línea establecida por el libro Mozart a Barcelona: recepció operística de Jaume Radigales. Olvida además un Don Giovanni en el Teatre Principal el 1824 y una Flauta Màgica de 1870. También se equivoca en atribuir Der Freischütz a Meyerbeer (pág. 24), lapsus menor como es obvio, y en otorgar el origen de la expresión “molta merda” a la estrena de la sede de los Camps Elisis: según algunas fuentes es una expresión anterior vinculada a los corrales de comedias. No obstante es un libro que gustará al aficionado musical y al curioso por la cultura y que acierta a hacer visible un patrimonio y unas relaciones significativas del pasado histórico barcelonés.
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