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Crítica: Recital de Cecilia Bartoli en Oviedo, con Antoni Parera Fons al piano

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Autor: Nuria Blanco Álvarez
27 de marzo de 2017

TUTTO ITALIA

   Por Nuria Blanco Álvarez | @miladomusical
Oviedo. 24-III-2017. Auditorio Príncipe Felipe. Conciertos del Auditorio. Cecilia Bartoli, Mezzosoprano. Antoni Parera Fons, Piano.

   Cecilia Bartoli recaló en la capital asturiana dentro de su periplo español para ofrecer el recital “Un viaje por 400 años de música italiana” donde efectivamente hace un recorrido del panorama lírico de su país desde el siglo XVI al XX, en el que se incluyen “grandes hits” como Lascia a la spina, O mio babbino caro pero también Nel blu dipinto de blú e incluso O sole mío. Un repertorio amplio, a cargo de dieciséis compositores distintos donde interpretó veinticuatro temas en italiano además de cuatro propinas, si bien es cierto que casi todos ellos eran muy breves. En esta variada selección sorprendió la intrusión de una obra para piano compuesta por el propio acompañante, Antoni Parera Fons, que a última hora fue el elegido para el evento tras una indisposición del previsto Sergio Ciomei. Una pieza fuera de contexto que parece más bien una licencia tolerada por la inminente necesidad de contar con un pianista en el último momento y que aprovechó la oportunidad. Este hecho se notó en muchas de sus intervenciones, que resultaron un tanto mecánicas e incluso monótonas, más en la primera parte, donde los defectos fueron más evidentes como en la conocida Vaga luna de Bellini. También interpretó al piano solo otros tres temas, dejando así que la mezzo descansara en una silla junto al piano en otros tantos momentos.

   Resulta también llamativo que una artista consagrada como Bartoli, tuviera que ayudarse de la partitura de casi todos los temas de la segunda parte del recital, algo inaceptable y una muestra del escaso interés que mostró en la preparación de su recital en Asturias donde no desplegó todo el virtuosismo del que es capaz. Midió sus intervenciones para ofrecer unas interpretaciones sin alardes vocales más allá de alguna coloratura aquí y allá, unos cómodos piano para no fatigar su voz, más engolamiento del habitual, especialmente en la primera parte, y la elección de unas piezas, en general, muy poco complejas y de cómoda tesitura, que incluso parecía ir solfeando, como en el caso de Aprile de Tosti.

   No cabe duda de que Cecilia Bartoli es una artista con mayúsculas y que su arrolladora personalidad inunda el escenario con su presencia -de hecho sus entradas en las tablas siempre se produjeron bajo la iluminación de un potente cañón de luz sobre su persona- y por ello pudimos ver destellos de lo que pudo haber sido y no fue. Se presentó en la primera parte con un atuendo de corte masculino con levita de terciopelo negro y camisa roja con grandes chorreras, para interpretar algunas piezas del repertorio de los castrati, como la popular aria de Häendel Lascia la spina,  en la que hizo gala de un hermoso legato y gran fiato pero donde no pudo lucirse plenamente por su cada vez más notorio engolamiento. Sí dotó a cada pieza de su propia personalidad y resultaron hermosos sus graves y voz redonda en Me voglio fa na casa de Donizetti,  lástima que no hubiera ninguna pieza más de este registro en el recital, donde la voz de Bartoli se muestra plena. También resultó atrayente la llamativa coloratura de la canción napolitana Munasterio e Santa Chiara de Barberis, en la que la cantante dejó patente el dominio de su instrumento, y La danza de Rossini, que la propia mezzo acompañó con la pandereta y sirvió para cerrar  la primera parte del recital.

   En la segunda, y ya con un largo vestido rojo, lleno de volantes que no hacían destacar precisamente su figura, centró el repertorio en el siglo XIX italiano. De nuevo se instaló en la comodidad al interpretar un O mio babbino caro en un tempo ágil para facilitar sin duda la interpretación de esta conocida aria y tras una serie de escuetas canciones italianas pudimos oir la melancólica Tammurriata nera de Mario, una de las piezas más líricas de la noche. La velada se cerró con el popular tema de Domenico Modugno Nel blu dipinto di blú, canción que no encajaba en absoluto con la atmósfera del recital y que fue acompañada por una muy poco afortunada versión pianística, pieza elegida como un hábil recurso para finalizar intentando dejar un buen sabor de boca en una audiencia que abarrotaba el Auditorio Príncipe Felipe.

   Entre las generosas propinas que ofreció, no faltaron el aria Près de remparts de Séville de Carmen de Bizet, única pieza de la noche que no fue en italiano, en la que la diva se animó incluso a intentar taconear y mover sus brazos como si bailase flamenco y el pseudo himno italiano O sole mio en una versión elegante y cuidada, en la que pudimos escuchar el único crescendo que se produjo en toda la velada para alcanzar el agudo final.

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