Por Aurelio M. Seco | @AurelioSeco
Chanson d’amour. Sabine Devieilhe, soprano. Alexandre Tharaud, piano. Warner Classics / Erato. Obras de Poulenc, Faure, Debussy y Ravel.
Escribimos sobre Chanson d’amour con la certeza de haber hallado una verdadera preciosidad, un disco en el que la soprano Sabine Devieilhe y el pianista Alexandre Tharaud, que acaban de visitar con éxito el Ciclo de Lied del Teatro de la Zarzuela y CNDM con este repertorio, han querido cantar al amor a través de la Melodié, especie de canción francesa equivalente al lied alemán o la canción española.
Hay que decir que la batalla ideológica de la canción con piano la ha ganado sin duda el lied. Así, el «Ciclo de Lied» coproducido por el Teatro de la Zarzuela y el Centro Nacional de Difusión Musical [CNDM] no se llama «Ciclo de Canción», como sería lo normal, dado que, independientemente de la razón por la que nació, en el presente no ofrece únicamente canciones en alemán, pero las palabras lied o melodie sin duda tienen más gancho publicitario y glamour para la Cultura, un mundo que, como podría haber dicho Umbral, se nos ha convertido en una especie de circo o cajón de sastre lleno de personajes emperifollados con trajes de color gris marengo que toman vermú con Bach. Pero no nos engañemos, no estamos ante un problema puntual de un teatro o programador, es una cuestión general y sistémica que ocurre en todo el mundo. Es el «mundo de la Cultura», capaz de adorar en el mismo teatro a Carlos Álvarez y a Rosalía, a Sabine Devieilhe y a Rodrigo Cuevas, a José García Martín y a C. Tangana y quedarse además tan ancho, pero que es incapaz de ver las diferencias entre ellos y las consecuencias de tal ecualización. «Gracias por ayudarnos a difundir cultura», es el mensaje del Teatro de la Zarzuela en sus notas de prensa uniendo reveladoramente «Cultura» y «Gracia». Pero qué será «cultura», nos preguntamos, para la antigua gran Calle de Jovellanos, hoy reconvertida en pequeña y algo inconsistente plazuela cultureta: ¿es la cultura de Cuevas, la de Kraus, o más bien la de ambos a la vez?. Creemos que esto último. La cultura funciona aquí como pura ideología ecualizante, como el micrófono que, en aquelllos famosos conciertos que ofrecía Pavarotti junto a «amigos» como Brian Adams, igualaba ambas técnicas para el oyente que, a lo lejos, oía amplificadas y de igual forma a los dos. Daba igual que Adams o Bono cantaran, vamos a decirlo así, con la voz con la que nacieron, y que Pavarotti fuera culmen de una forma de emitir perfeccionada a través de siglos, y que permite a ciertos cantantes, obviamente sin amplificación, que su voz recorra todo el teatro hasta el público por encima de una orquesta sinfónica. Ahí estaba el micro, como hoy la Cultura, para diluir las diferencias y confundirlo todo. Así que la Cultura se nos ha convertido un poco y sin quererlo en la religión del vulgo de clase alta, tanto como la cultura musical en una extraña modulación categorial todavía por definir, perdida en sus propias inconsistencias y filosofías y, quién sabe, quizás totalmente perdida para nuestro presente.
Pero vayamos al caso que nos ocupa, el precioso disco francés donde esta vez no gana el lied sino la refrescante melodié, con obras de Fauré, Poulenc, Ravel y Debussy.
Lo protagoniza una de las más fascinantes cantantes de hoy, Sabine Devieilhe, soprano de coloratura para la que habría que programar una Lakmé en cualquier teatro del mundo, el Real incluido. Interprete carismática, inteligente y elegante, Devieilhe da aquí un recital de cómo cantar hechizando al personal con su lírica venusiana, delicada, de una sensualidad refinada y elegante, marcada siempre con detalles de buen gusto, exquisitamente delineados dentro de un estilo natural, es decir, que no resulta forzado dramáticamente ni artificioso de estilo. Al contrario, cada gesto, cada frase de las canciones son un deleite para el oído y la imaginación. Devieilhe, que posee una técnica portentosa que le ha permitido destacar en papeles tan difíciles como el de la Olympia de Los cuentos de Hoffman o La Reina de la Noche de La flauta mágica de Mozart, se olvida aquí de los fuegos artificiales y los registros sobreagudos, para cantar musitando como a media voz, susurrándonos las cosas al oído con mesura y sin mesura.
Es todo un acierto la presencia de Alexandre Tharaud que, desde luego, no es un pianista acompañante cualquiera, sino un músico de talento con una gran trayectoria profesional dentro del mundo del piano, que en este trabajo muestra un gran dominio del repertorio, perfumando con personalidad cada trazo de la partitura, y acompañando con gran sensibilidad y cuidado a la soprano.
El repertorio es conocido, una muy buena selección de piezas que a través de la historia del disco hemos oído en voces de grandes artistas. Pongamos por caso esa obra maestra de Fauré que es Après un rêve, que recordamos en la elegante voz de Gérard Souzay, por ejemplo, pero que en la de Devieilhe nos parece de una sutileza casi religiosa, como una plegaria de una inocencia insinuante. Cada frase, incluso a veces cada palabra o vocal parece algo especial y diferente en su interpretación. Incluso los adornos, las formas interpretativas personales, se han realizado con buen tino. No hemos podido dejar de oír el disco varias veces, la pintoresca Voyage a Paris de Poulenc, las Cinq mélodies populaires grecques de Ravel, las vaporosas Ariettes oubliées de Debussy o la Chanson Française del propio Ravel, pero queremos citar especialmente una de las más delicadas y emotivas: Les Chemins de l’amour, obra muy conocida de Poulenc que cierra el disco de forma brillante. Es verdaderamente emocionante oír a la artista entonar la pieza en los seis preciosos segundos que van del minuto 1:27 al 1:33 en la versión de Youtube que facilitamos a continuación. Y si Jessye Norman era capaz de arrastrarnos con esta obra por los abismos resignados, reflexionados, apasionados y extremos de la melancolía amorosa, viendo un mundo en la pieza, Devieilhe convierte la canción en una amable, nostálgica y encantadora alegoría de desamor, en una versión donde la perspectiva está algo más alejada, eso sí, sin menosprecio de las deliciosas sutilezas. Pero qué preciosidad de disco, qué maravilla de música y qué belleza de voz.
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