Bru Zane publica su primera grabación de una ópera de Meyerbeer con Robert le diable
Un diablo con la cola recortada
Por Dani Cortés Gil
«Robert le diable». Giacomo Meyerbeer. Palazzetto Bru Zane.
Aunque localizado en un impresionante palazzetto veneciano, el sello francés Bru Zane cumple este 2022 una década de incansable dedicación a la recuperación de la música gala del diecinueve, una época en que París se convirtió en la gran metrópolis cultural que irradiaba a toda Europa.
Centrándonos en las obras operísticas, con su serie Opéra français, la lista de títulos resucitados por la fundación ya sobrepasa la treintena y se extiende desde los antecedentes del Clasicismo (Christian Bach, Salieri, etc.) hasta bien entrado el siglo XX, con obras postreras de Massenet, Saint-Saëns o Hahn. El género de la grand-opéra también ha encontrado su espacio en la ya importante lista de recuperaciones: La Reine de Chypre de Halévy, Herculanum de David, además de obras poco conocidas de Gounod o Massenet para el gran escenario parisino.
Pero no ha sido hasta ahora que le ha llegado el turno al verdadero patriarca del género, Giacomo Meyerbeer. Marc Minkowski, como director artístico de la Ópera de Burdeos, tuvo la feliz idea de inaugurar la temporada 2021/22 con su primera gran creación para París, Robert le diable (1831). El proyecto, que se tenía que materializar en una tanda representaciones escenificadas de la mano de Olivier Py, acabó siendo inviable debido a los estragos de la pandemia. De aquello solo quedaron un par de funciones en versión de concierto en el auditorio de la citada ciudad y, afortunadamente, su preservación fonográfica de la mano de Bru Zane. Hay rumores que el proyecto se retomará, sorprendentemente, en un teatro de nuestra geografía.
A diferencia de Les Huguenots (Montpellier, 1989), Le Prophète (Turín, 1970) o L’Africaine/Vasco de Gama (Chemnitz, 2013), la primera grand-opéra de Meyerbeer hasta el día de hoy no tenía grabación que le hiciera justicia. Uno se puede sorprender con una joven Scotto en Florencia (1968), el insuperable Bertram de Ramey en París (1985), una sentida Patricia Ciofi en Martina Franca (2000) o el alarde de cualidades de Bryan Hymel en Salerno o Londres (ambas en 2012). Pero todos estos registros sufren de unas direcciones planas, algunos solistas totalmente inadecuados, un sonido pobre y escandalosos cortes que llegan a dejar la obra en un esqueleto de lo que debería que ser.
Desgraciadamente, este último aspecto se repite en la nueva grabación de Bru Zane, aunque sin llegar al extremo de las anteriormente citadas. Algunas de las supresiones se recogen en el libreto que acompaña a la grabación, en formato libro-cd, cosa que honra al sello francés; otras, sin embargo, al tratarse de repeticiones o fragmentos orquestales, solo son detectables con la ayuda de la partitura o si se conoce a fondo la obra. En el primer texto introductorio de la grabación, Alexandre Dratwicki, director artístico de la casa, justifica las supresiones debido a razones económicas (tiempo de ensayo), la limitación del espectáculo en vivo en que se basa la presente grabación (la obra completa sobrepasa las cuatro horas de duración), además de intentar minimizar la fatiga de los cantantes o eliminar la mayor parte de los dos ballets como episodios supuestamente impuestos al compositor.
Pasado este único, aunque importante obstáculo, el de no tener la grabación de la partitura completa, hay que admitir que estamos ante un registro excelente. En primer lugar, sobresale la dirección siempre fresca y dinámica de Marc Minkowski, quizás más reposada y meditativa que lo que nos tiene acostumbrados habitualmente, ya desde el mismo preludio que abre la ópera, con el diabólico motivo descendiente en do menor de los trombones. Destacan así mismo los finales de acto, elaborados concertantes tan propios del genio de Meyerbeer, y que Minkowski desgrana con un asombroso control de texturas, tempo y dinámicas.
Como anécdota, recordamos como el propio director abrazó la partitura al final de la función a la que asistimos, ofreciéndola al público para su ovación. En la grabación se palpa este amor de Minkowski por los pentagramas de la ópera, dando como resultado una interpretación vibrante que no decae en ningún momento, a pesar de la extensión de la música, que con los cortes se quedó en algo más de 3h 30 min.
Como es habitual en los registros de Bru Zane, el equipo vocal elegido tiene una gran consistencia, sin fisuras que malmetan el proyecto. El protagonista está encarnado por la voz del tenor norteamericano John Osborn, de dicción francesa y fraseo excelente, basando su interpretación en el uso de la voz mixta. Uno de los grandes logros de la grabación y de la interpretación de Osborn es el haber incluido, al principio del acto segundo, la gran escena añadida por Meyerbeer para una reposición protagonizada por el tenor Mario de Candia, un auténtico tour de force al que muy pocos tenores se han enfrentado, y menos aún en la versión íntegra de la pieza que se recoge en el presente registro.
A su lado encontramos el Bertram de Nicolas Courjal, un diablo menos temible que los referentes añejos de Christoff o Ramey, pero que a cambio ofrece una mayor inteligibilidad del texto y una composición del personaje con más matices. Se detecta cierto vibrato en su voz, que se evidencia en los momentos más comprometidos, como el “Valse infernale” o la “Évocation”, ambos del acto tercero. Desgraciadamente, para su aria del acto quinto se optó en esta producción por la segunda y tradicional versión de la pieza, “Je t’ai trompé”, aunque la edición crítica utilizada ponga en primer lugar la versión original, “Jamais, c’est imposible”, mucho más elaborada, compleja y extensa, y que solo se ha podido escuchar, aunque parcialmente, en las funciones del 2000 en la Staatsoper berlinesa (también bajo la batuta de Minkowski).
Sorprendente es la Alice de la joven soprano egipcia Amina Edris, con una voz de colores cálidos y un magnífico sentido del fraseo, aunque con ciertas limitaciones en el agudo. Magnífica es la interpretación de sus dos arias, escuchadas aquí íntegras, cosa que no sucedía en ninguna de las grabaciones anteriormente citadas. Pero donde la intérprete se crece es en los dos magníficos tríos de la ópera, tanto en el del acto tercero, con su sorprendente efectismo del a capella, como en el del acto quinto, que convierte la voz de Alice en una voz de ultratumba junto a las llamadas fúnebres y distantes de las trompetas.
La también soprano Erin Morley encarna una princesa Isabelle de auténtico lujo, con una coloratura perfecta, de una facilidad pasmosa, rematada con unos agudos refulgentes. Su gran aria del acto cuarto, la plegaria “Robert, toi que j’aime”, quizás el momento más recordado e interpretado de la ópera, también influencia evidente en algunos episodios de otros grandes colosos decimonónicos como Verdi o Wagner, adquiere en la voz de Morley, que uno casi puede notar lagrimar, un resultado totalmente conmovedor y que en vivo cortaba la respiración del afortunado público asistente.
En papeles menores encontramos a Nico Darmanin (Raimbaut), excelente en la balada del acto primero, y Joel Allison (Alberti y un sacerdote).
La grabación limpia cualquier ruido de sala, además de los aplausos, quizás perdiendo algo de espontaneidad, asemejando el registro al resultado de una grabación en estudio. Pero el equipo técnico de Bru Zane tuvo que luchar contra un gran hándicap, impuesto aún por la pandemia: la gran separación entre los solistas, la orquesta y el coro. Quizás éste último, coro de la propia Ópera de Burdeos, es el que sufre más en la captación sonora, aunque su interpretación, a pesar de la falta de empastado y sonido algo distante, es irreprochable en todo momento, con una precisión asombrosa, tanto en la parte masculina como femenina. Valoración que también podemos aplicar a la magnífica Orquesta de Burdeos-Aquitania, tanto en sus episodios de conjunto (nunca se ha escuchado una bacanal tan colorista como la de esta grabación) como en los múltiples episodios solistas, donde instrumentos como el arpa, el corno inglés, la trompeta o el trombón, además de una nutrida percusión, adquieren una importancia de auténtico virtuosismo.
Dos minuciosos estudios sobre la obra y su contexto, escritos por Robert Ignatius Letellier y Pierre Sérié, completan un lujoso producto altamente recomendable. ¡Por muchos años más, Bru Zane!
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