Versión inmensa, en fin, de una de las obras más exigentes del repertorio, debida a un pianista asombroso que, por su capacidad de entrega a la música que toca, técnica de alcance trascendente, personalidad individual, cultura pianística e intensidad humana, merece un lugar entre los grandes.
Por F. Jaime Pantín
Jorge Luis Prats, piano. Obras de Granados, Villalobos, Fariñas, Cervantes y Lecuona. Decca 2011.
El 2 de marzo de 2011, el sello Decca aprovechaba el recital ofrecido por Jorge Luis Prats en el ciclo Grandes Intérpretes Pilar Bayona, en la sala Mozart del Auditorio de Zaragoza, para realizar en vivo la grabación de un programa de marcado signo nacionalista, en el que también figuraba La valse de Ravel, que no fue incluida en el disco, suponemos que por razones de espacio. El eje del recital estaba constituido por la Suite Goyescas de Granados, siendo complementada por la Bachiana Brasileira nº 4 de Heitor Villalobos y la obra titulada Alta Gracia de uno de los principales compositores contemporáneos cubanos, Carlos Fariñas, amén de los habituales bises “de la tierra” con los que Prats acostumbra a culminar de manera magistral sus actuaciones, en este caso una selección de las Danzas Cubanas de Ignacio Cervantes y la conocida Malagueña de Ernesto Lecuona.
Jorge Luis Prats es un pianista distinto a todos los demás, tanto por la forma en que su carrera parece haberse desarrollado como por su propia personalidad pianística e interpretativa. Músico y pianista de fuerte personalidad y firmes -y a veces sorprendentes- convicciones, deslumbra con interpretaciones de fuerza pasional de la máxima intensidad a las que acompaña un muy especial refinamiento estilístico, una sonoridad fastuosa- solo vista en los grandes pianistas del pasado- un muy personal sentido rítmico y una técnica portentosa por capacidad, naturalidad, brillantez, facilidad y virtuosismo. Es decir, un auténtico fuera de serie a quien es necesario descubrir y esta espléndida grabación constituye una excelente oportunidad para hacerlo.
Un recital marcado por el signo de lo popular, sublimado en muchos momentos en aras de la búsqueda de una expresividad trascendente. Pocos pianistas existen tan capacitados para manejar este lenguaje, repleto de giros melódicos característicos, ritmos que surgen de los más hondo, a veces primario y que se transforman generando un sinfín de matices agógicos que confieren a esta música un refinamiento y exuberancia tan solo al alcance de intérpretes especialmente dotados para asumir el lenguaje de un repertorio en el que Prats parece inalcanzable.
Una intensa e inspirada versión de Bachianas Brasileiras nº 4, la única del ciclo de 9 que fue dedicada al piano solo, obra de infrecuente audición, en la que Villalobos se aleja pronto de la austeridad luterana del Preludio inicial para adentrarse paulatinamente en las complejidades rítmicas de un folklore a veces rural y descarnado. Una brillantísima y evocadora interpretación de Alta Gracia de Fariñas, retorno a la Cuba natal en la que el ritmo frenético, casi visceral, se expresa a través de un virtuosismo de altos vuelos y a la que complementa la elegancia casi salonística de las Danzas de Cervantes, con su movimiento insinuante, sensualidad refinada y escritura pianística eficaz, son las obras que complementan un recital que tiene como poderoso eje a la Suite Goyescas, obra definitiva de Enrique Granados que junto a la Iberia de Albéniz constituye la cumbre del repertorio español para piano.
Esta magna obra consta de seis piezas, de considerable extensión, divididas en dos partes. La primera de ellas presenta un entorno descriptivo, tejido sobre una historia de amor, celos y muerte que transcurre en un imaginario Madrid dieciochesco. La segunda muestra un perfil más interiorizado y una fantasía de connotaciones oníricas que desarrolla, a veces de manera fragmentaria, los temas, giros melódicos y ritmos que caracterizan a las piezas de la primera parte. Prats, de manera sorprendente, decide suprimir la Serenata del Espectro que Granados coloca como colofón de la Suite, al considerar, en propias palabras, “que es poco lo que añade a todo lo sucedido anteriormente”. A pesar de lo respetable de la opinión de un pianista que muestra una autenticidad inquebrantable, no podemos dejar de lamentar una decisión que nos priva de la magia fantasmagórica de ese espectro tonadillesco que aparece y desaparece pinzando las cuerdas de su guitarra tras entonar, a modo de copla, las armonías sombrías y penetrantes del Dies Irae. Pieza sobrecogedora que en manos de Prats podría alcanzar cotas de expresión sublime, a la vista de la genialidad mostrada en el resto de la Suite.
No sigue el pianista cubano en su versión la edición que el musicólogo y pianista Douglas Riva realizó en 2001 bajo la supervisión de Alicia de Larrocha y que, publicada por la editorial Boileau, se ha establecido como texto de referencia, de documentación exhaustiva que recoge la tradición de la escuela de Frank Marshall de la que la gran pianista catalana fue figura indiscutible e intérprete suprema de esta música.
Jorge Luis Prats se acerca a Goyescas desde un prisma de gran libertad, amparado por una intuición casi infalible, una fantasía desbordante, un temperamento volcánico, un caudal sonoro ilimitado y una inspiración que fluye sin cesar, descubriendo nuevas posibilidades y bellezas en una música en la que ya todo parecía estar dicho.
Los frecuentes cambios en armonías, alteraciones, giros melódicos, duplicación de bajos y ornamentación, pueden sorprender, pero es conocida la tendencia del propio Granados a cambiar sus propios textos, reservando siempre en las interpretaciones de su propia música un margen a la improvisación, algo totalmente connatural al estilo romántico y que las actuales tendencias interpretativas parecen obviar.
Así vemos cómo el pianista cubano incluye en El Fandango de Candil el pasaje contenido entre los compases 141-160, que el propio Granados recomienda suprimir, de la misma forma que la pieza El Pelele- que, aunque no pertenece a la Suite está encuadrada dentro de la temática goyesca- es tocada tras Quejas o la Maja y el Ruiseñor, rompiendo así la línea dramática global de la obra y enlazando directamente con El Amor y la Muerte, auténtica balada que Prats introduce de manera imponente, alcanzando matices distintos dentro del dolor a veces lacerante y desgarrado, otras casi feliz, como el mismo Granados sugiere.
Agógica de maestro, pasión al límite, siempre bajo el férreo control de una mente privilegiada para la interpretación y belleza inenarrable en el canto del adagio central, nueva visión de la Maja, de reminiscencias fúnebres, pero impregnado de dulzura.
En Coloquio en la Reja, Prats sorprende comenzando en forte y transformando este nocturno íntimo y contemplativo en una premonición de la tragedia final, cuya progresiva estilización a través de una copla admirablemente cantada, desemboca en un passionattoque- inesperadamente- se inicia en pianísimo para ascender, en un crescendo interminable, a una culminación de plenitud inigualable, como igualmente pletórica de vitalidad, energía y color es su traducción de Requiebros. Brillantez a raudales, transparencia cristalina en las agilidades y en la exposición contrapuntística de una jota en la que lo popular convive con el barroquismo más sofisticado.
Versión inmensa, en fin, de una de las obras más exigentes del repertorio, debida a un pianista asombroso que, por su capacidad de entrega a la música que toca, técnica de alcance trascendente, personalidad individual, cultura pianística e intensidad humana, merece un lugar entre los grandes.
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