Por Aurelio M. Seco / @AurelioSeco
Igor Levit. Beethoven: The Complete Piano Sonatas. Sony Classical
De vez en cuando en el mundo de la música aparece un nombre subrayado por encima del resto. Detrás de la línea suele haber grandes apoyos en forma de campañas publicitarias, apuestas o impulsos de ciertas agencias, gestores e incluso políticos capaces de conseguir con su influencia que cualquier músico de cierto talento alcance relevancia. La ideología política está entrometida hasta lo más profundo en el mundo de la música. Es muy difícil conseguir situarse en un nivel de gran notoriedad si no se dan ciertos mínimos, pero no es imposible: ahí está el caso de James Rhodes.
Hoy queremos centrarnos en el trabajo discográfico de un joven y talentoso pianista que, de un tiempo a esta parte, está sonando muy fuerte en importantes medios generalistas de Alemania y en general de Europa, que está cosechando relevantes galardones y que cada vez resulta más fácil ver programado en destacados ciclos internacionales de conciertos, con los mejores maestros y orquestas, un joven que, por cierto, en los últimos días ha denunciado, según Der tagespiegel, haber recibido una amenaza de muerte por correo electrónico el pasado mes de noviembre, advirtiendo, según dicho medio, del antisemitismo existente.
Se trata de Igor Levit, quien a sus 32 años ha sacado al mercado un trabajo discográfico dedicado nada menos que a las 32 sonatas de Beethoven con el sello Sony Classical. Su apellido se ha puesto de moda, así que teníamos curiosidad por analizar las versiones de las sonatas de Beethoven de un pianista al que se le ha otorgado nada menos que el Premio Beethoven 2019 y el Gilmore 2018.
Conviene comenzar recordando que estamos ante un repertorio muy difícil que requiere de una gran madurez técnica, analítica e incluso personal. Son numerosos los casos de artistas que decidieron esperar antes de grabar o dirigir ciertas obras. Tenemos uno muy conocido en España, Juanjo Mena, un director consagrado a nivel internacional que, en 2016, la última vez que tuve la oportunidad de entrevistarle, todavía no había encontrado la mejor ocasión para enfrentarse a la Tercera sinfonía de Beethoven en público [y es muy probable que todavía no lo haya hecho], una decisión que a nuestro juicio dice mucho, y positivo, sobre su prudencia a la hora de llevar su carrera. Carlos Kleiber poseía un repertorio operístico y sinfónico inmenso, pero sólo dirigió un puñado de obras. Kleiber es un caso extremo de lo que queremos decir.
Las sonatas de Beethoven ya han sido grabadas por algunos de los más importantes pianistas de la historia, aunque no todos hayan decidido dejar constancia de las 32. Sí lo hicieron Arthur Schnabel, Wilhelm Kempff, Maurizio Pollini, Daniel Barenboin o los menos conocidos por el gran público Anton Kuerti y Mari Kodama. Sviatoslav Richter, Mihail Pletnev o Murray Perahia, entre otros, han dejado versiones magistrales de muchas de ellas.
Igor Levit ha preferido grabarlas todas de golpe, seguramente animado por la conmemoración, en 2020, del 250 aniversario del nacimiento del compositor. El resultado es, para un joven de 32 años, meritorio pero, si de lo que se trata es de situarlo en su lugar en la historia, el resultado es intrascendente. Las versiones de Levit no aportan nada a lo que ya ha sido grabado. Más bien al contrario.
Las sonatas de Beethoven poseen un enorme espectro dinámico y, por la naturaleza de su material musical, muy contrastante. En las versiones de Levit encontramos empobrecido este aspecto. A veces se opta por una velocidad excesiva, comprimiendo demasiado este concepto dinámico, sin dejarlo respirar para que su función tenga el sentido dramático apropiado respecto a la continuidad del material precedente y consecuente. Aun con la rapidez, se podría haber optado por una agógica menos rígida, pero es que incluso en esto el artista se nos muestra petrificado en una especie de metrónomo continuo. Tras oír el primer movimiento de la Sonata claro de luna no encontramos diferencia entre su versión y la que podría ofrecer un joven pianista que acaba de terminar la carrera. Lo mismo sucede con el Adagio cantabile de la Patética, por poner dos entre muchos ejemplos.
Hay un estilo facilón en Levit, políticamente correcto, reducido a la mínima expresión. ¡Y estamos hablando de Beethoven!, todo un mar de proposiciones y principios musicales capaces de recorrer en toda su extensión el enorme espectro dramático del hombre. Con esta grabación Igor Levit se postula como uno de los más dignos representantes de una especie de formalismo sin fondo, que además da la impresión de despreciar la historia [la historia de la interpretación pianística]. ¿Pero cómo es posible que este pianista esté hoy tan encumbrado?, me he preguntado tras oír cada sonata. Pues ahí lo tienen.
El primer movimiento de la Waldstein parece diluir la potencialidad de esta música. Schnabel también tocaba rápido esta sonata, pero su concepto era menos rígido. El tercer movimiento de Los adioses está engarzado como una pieza de orfebrería, pero aséptica, monocromática. Se puede decir que la versión de Schnabel [y la de otros muchos], contiene a la de Levit, pero no a la inversa. Incluso la toma de sonido nos parece alejada, dulzona, inerte, fría. El arte de la interpretación pianística aparece en este disco maniatado, como primorosamente envuelto en una navideña y algo cursi caja conmemorativa color gris marengo. En el Allegro molto de la Sonata nº 31 volvemos a encontrarnos esa especie de movimiento perpetuo continuo levitiano, como si el pianista se atuviese a pies juntillas a la negra y la corchea sin darse cuenta de que los signos musicales tienen un amplio margen de interpretación. El movimiento aquí nos resulta nervioso, con una crestas y valles que llegan porque aparecen en la partitura, pero una vez más, sin mostrarnos dónde empieza una cosa y termina la otra salvo de forma abrupta cuando no insulsa. Levit toca todo seguido como una máquina reproductora de signos.
Las versiones, en definitiva, reflejan a un joven pianista de talento, con facilidad para superar los problemas técnicos de las obras de Beethoven, pero también a un artista superficial cuyas interpretaciones carecen de peso e interés si las contrastamos [y criticar es comparar, enfrentar y clasificar] con las que han dejado grabadas u ofrecido en recital tantos pianistas. Levit pretende conquistarnos con cierta astucia y dulzura de carácter, que no es suficiente, al uniformizar las diferencias, pasando por alto las «junturas naturales» de las sonatas de Beethoven, con sus contradicciones y posibilidades, allanando lo complejo, volando como por encima del paisaje, simplificándonoslo desde su punto de vista, con una bisoñez risueña a nuestro juicio demasiado segura de sí misma.
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