El talento y la expresividad de Luis Aracama son la barca perfecta para flotar quedamente en el embalse de la música estática y cristalina de Federico Mompou.
Por Álvaro Menéndez Granda | @amenendezgranda
Música callada, Federico Mompou. Luis Aracama, piano. IBS Classical.
La Música callada de Federico Mompou es una suerte de embalse, de estanque, en el que confluyen varios arroyos. Por un lado el de la infancia, encarnado en melodías sencillas y amables que parecen salidas de un álbum de la juventud o de unas escenas de niños; por otro lado el de la resignación de quien se sabe ya lejos de esa niñez y sólo puede observarla desde la nostalgia; a esa resignación suele acompañarle la incertidumbre, pues quien añora el pasado a menudo teme al futuro. Ambas, resignación e incertidumbre, se manifiestan en diversas construcciones armónicas que avanzan y evolucionan pero nunca encuentran asiento. Un último curso desemboca en este lago sonoro, el de la muerte; pareciera que desde un rincón nos acechara, no sólo a nosotros, sino a todo aquello que tiene algún valor. Este es, para mí, el personaje más difícil de identificar en su música. Quizá la permanente evocación del silencio y la imposibilidad de desarrollo en las ideas debido a la forma breve —como si cualquier posibilidad de arraigar y evolucionar se truncara— sean sus mejores representantes. Pero lo verdaderamente llamativo es que, pese a la confluencia de tan variadas aguas, el estanque sigue siendo limpio, transparente, y paradójicamente lleno de vida.
Es la Música callada de Mompou la protagonista del último lanzamiento discográfico del pianista cántabro Luis Aracama. Editada por el sello IBS Classical, la grabación reúne los cuatro cuadernos que forman la obra —probablemente la más representativa de su autor— y lo hace, además, en un elegante formato que incluye un nutrido libreto con abundante e inhabitual información sobre el registro —como el modelo de piano utilizado y el técnico responsable de la afinación; muchas otras compañías de discos deberían tomar buena nota de esta sana y necesaria costumbre—. El digipack reproduce varias fotografías, todas ellas excelentes, como viene siendo habitual en las producciones de este magnífico sello.
Pero lo que más importa de una grabación es lo que el intérprete ha hecho con la música y cómo lo ha hecho. No tengo más que buenas palabras para la interpretación de Aracama, que con seguridad podía haber escogido obras que permitieran su lucimiento técnico pero que, en lugar de eso, prefirió dedicar su tiempo y su esfuerzo a una música de marcado carácter intimista, en la que hay que exprimir al máximo los escasos elementos que la componen para obtener de ellos todo el jugo expresivo. El pianista santanderino vierte la obra de forma flexible y dulce, misteriosa y delicada. Mompou, de cuyo nacimiento se celebra este 2018 el 125 aniversario, produjo una cantidad nada desdeñable de música para piano —comparable en abundancia a la de Ravel— que para mí había sido prácticamente desconocida hasta hace poco. Le debo a Luis Aracama el habérmela presentado de un modo tal que, mientras escribo estas líneas, la partitura de la Música callada reposa abierta sobre el atril de mi piano esperando a que mi agenda me permita acercarme a ella con la intensidad y la dedicación que merece.
No puedo dejar de mencionar lo que para mí es el mejor momento del disco: las nueve primeras piezas, que forman todas ellas el primer cuaderno. Tanto por la música en sí misma como por la manera en que Aracama la interpreta, este primer cuaderno reúne la esencia misma de todo el ciclo: el menos es más, la reducción a lo esencial. El delicioso Angelico que abre la serie, el misterioso y al mismo tiempo infantil Placide, el bellísimo y patético Lento que ocupa el séptimo puesto, el resignado Lento final, todos ellos son el ejemplo perfecto de lo que Mompou perseguía, la poderosa y elocuente sencillez de la miniatura.
Una grabación que merece sin duda un lugar destacado entre los lanzamientos nacionales, en lo que llevamos de 2018. Una bellísima música, de ricas armonías, melodías inocentes y evocadoras formas, fantásticamente interpretada por un pianista al que seguiré de cerca de partir de ahora. El talento y la expresividad de Luis Aracama son la barca perfecta para flotar quedamente en el embalse de la música estática y cristalina de Federico Mompou.
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