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CD: Carus publica La obra orquestal de Johann Wenzel Kalliwoda

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Autor: Albert Ferrer Flamarich

KALLIWODA ORQUESTAL

    Por Albert Ferrer Flamarich
Kalliwoda: Sinfonía 1, Concierto para violín y orquesta Núm. 1 en Mi bemol Op. 15, Introducción y variaciones para clarinete y orquesta en Si bemoll Op. 128. Daniel Sepec, violín. Pierre-André Taillard, clarinete. Hofkapelle Stuttgart. Frieder Bernius, director. CARUS 83289 DDD 57:10

   Johann Wenzel Kalliwoda (1801-1866) pertenece a la categoría de aquellos compositores “desconocidos redescubribles”. Violinista, director de orquesta y compositor, originario de Praga, hasta los años 30 del siglo XX estaba presente en muchas sociedades corales germánicas gracias a su Das Deutsche lied (“Wenn sich der Geist auf Andachtsschwingen”). Autor de un importante legado instrumental, gozó de un considerable reconocimiento durante los primeros años del siglo XIX, a pesar de que hoy en día sólo se le recuerda por ser autor de siete sinfonías fechadas entre 1825 y 1840 y admiradas por Schumann en unos cánones herederos de la escuela vienesa y -posteriormente- la escuela de Leipzig. Éstas abrieron el camino al sinfonismo romántico checo a través de una cierta libertad formal combinada con toques populares, ritmos marcados, amplios desarrollos armónicos y fanfarrias.

   Su lenguaje no tiene mucho que envidiar a contemporáneos reexhumados recientemente por el mercado discográfico como Romberg, Vogler, Fesca o, en algunos aspectos, Danzi. De estética muy propia del Clasicismo aderezada con pinceladas de un atrevido e incipiente romanticismo y la sombra inevitable de Beethoven, parte de su obra fue concebida para una corte de provincia como maestro de capilla. Hecho que dificultó su difusión a pesar de la sugerente evolución que, en las décadas finales de su vida, lo acercó a unos giros que parecen anunciar la inmensidad de un Brahms.

   El programa incluido por Carus en esta grabación, fechada en enero de 2013 y febrero de 2014, permite evaluar la firmeza y maestría de un Kalliwoda aún muy académico, a pesar de cierta libertad creativa también perceptible en numerosos compatriotas suyos y otros compositores eslavos. Lo demuestra el trabajo melódico y el trato de los vientos con la base armónica de las cuerdas y la Introducción y variaciones para clarinete y orquesta Op. 128. Originalmente de 1844 para piano a cuatro manos y expertamente reelaborada para clarinete y orquesta, se inscribe en la herencia del biedermeier con una escritura cercana al virtuosismo operístico, que explota la cualidad protagonista del clarinete, instrumento más apreciado en el ámbito checo que el oboe. Pierre-André Taillard borda la página con matices y ataques pulcros, una línea de fraseo elegante e inflexiones de tempi.

   Como violinista Kalliwoda pertenece a una generación posterior a Louis Spohr y Pierre Rode, compositores que interpretó como concertista y que superó en vitalidad y trabajo melódico en páginas como el Concertino para violín y orquesta nº1 estrenado por el propio Kalliwoda como solista el año 1829 en Leipzig. Por su pequeña escala y estructurado como un solo movimiento en tres tramos y con notable diversidad temática, juega con la forma sonata y se inicia con cuatro golpes de timbal (¿recordando los seis con que comienza el de Beethoven?). La línea solista es elegante, con pasajes “cantabile” en modo menor en la sección central y jovialidad en el rondó, como asume Daniel Sepec como solista. La obra se hermana a páginas parecidas en duración y escritura para diversos instrumentos solistas que no se han de confundir con el más ambicioso -y único- concierto de Kalliwoda: su Opus 9 para violín y orquesta.

   Finalmente, la Sinfonía nº.1 (1825) es la obra más ambiciosa de las aquí reunidas. Se basa en un diatonismo biensonante, afable, en un reparto de las funciones de las familias instrumentales muy habitual en la época y una fuga en el cuarto movimiento. Destaca el tema inicial del segundo movimiento desplegado en notas largas en legato y que recuerda al movimiento lento de la Sinfonía nº 40 de Mozart. También sorprende el motivo principal en entrada fugada de las cuerdas del scherzo, de sospechoso parecido y precedente con el tema principal del también scherzo de la Sinfonía nº 4 Op. 120 de Schumann, compuesta dieciséis años después.

   En resumen, se trata de un disco que será interesante pero no revelador para melómanos y, en concreto, para los exploradores del Romanticismo. Más sugerentes son sus Sinfonias núm. 2 y núm. 4 -esta última fascinó a Robert Schumann, entonces crítico de la Neue Zeitschrift für Musik de Leipzig cuando se estrenó alrededor de 1835-. La interpretación de la Hofkapelle de Sttutgart con Frieder Bernius al frente desprende corrección y profesionalidad para una audición aproximativa y agradable, pero resulta menos vibrante, contrastante e impulsiva que las de Michael Alexander Willens con la Kölner Akademie en la integral que el sello CPO ha de terminar hace años. Esta discográfica alemana es una de las que ha contribuido a difundir el legado de Kalliwoda en las últimas dos décadas, juntamente con MDG, Orfeo o Calliope y formaciones como el Talich Quartet.

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