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Crítica: 'Carmen' de Bizet en el Teatro Real bajo la dirección musical de Marc Piollet y escénica de Calixto Bieito

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Autor: Raúl Chamorro Mena
17 de octubre de 2017

CARMEN DE BIEITO EN EL REAL LIMPIA DE OFENSAS A LA BANDERA

   Por Raúl Chamorro Mena
Madrid, 14-X-2017, Teatro Real. Carmen (Georges Bizet). Anna Goryachova (Carmen), Francesco Meli (Don José), Eleonora Buratto (Micaela), Kyle Ketelsen (Escamillo), Jean Teitgen (Zuniga), Isaac Galán (Moralès), Olivia Doray (Frasquita), Lidia Vinyes Curtis (Mercedes), Borja Quiza (Le Dancaïre), Mikeldi Atxalandabaso (Le Remandado). Pequeños Cantores de la ORCAM, Orquesta y Coro titulares del Teatro Real. Director Musical: Marc Piollet. Director de escena: Calixto Bieito.  

   Como segunda ópera de la presente temporada llega al Teatro Real en una tanda de numerosas representaciones una de las óperas de gran repertorio que se programan en la misma, la inmortal Carmen de Bizet, una de las más extraordinarias óperas jamás compuestas. Ausente desde el año 2002, en que se había repuesto la producción de Emilio Sagi estrenada en 1999, parece que esta vez el aliciente era la famosa y muy difundida producción de Calixto Bieito, dado lo discreto –a priori- de los repartos anunciados.

   Pues bien, finalmente la producción del burgalés fue despojada de su uso agraviante de la bandera española y, que en la situación política actual, podría haber causado un altercado de orden público en el Teatro Real. Personalmente y no tanto –evidentemente- como que se haga con la española, también me molestaría que se usara la bandera de Eslovenia, la de Guatemala o la de Japón con fines humillantes y despreciativos, pues detesto que se ofenda a nadie gratuitamente y con el mero objetivo de provocar de forma injustificable con un arte que tanto amo como es la ópera.

   En definitiva y después  de los “arreglos” efectuados, la bandera española sólo apareció en la desnuda escenografía de Alfons Flores colocada en un mástil en el centro del escenario durante el primer acto, lo que junto a una cabina telefónica a la izquierda, más el coche del segundo acto (que pasan a ser varios Mercedes setenteros en el acto siguiente) y la presencia del toro de Osborne en el mismo tercer capítulo son, prácticamente, todos los elementos escénicos de un montaje que pretende apartarse nítidamente de los muy recargados, aparatosos o exagerados que se recrean en la llamada “españolada” para potenciar el elemento dramático y teatral. En definitiva, los elementos “provocativos” quedan reducidos casi a la nada, toda vez que la presencia de miembros del cuerpo de la Legión en lugar del regimiento de Dragones de Alcalá no va a escandalizar ahora a casi nadie (en la primera función de Carmen que el que suscribe vió en un teatro -hace más de 25 años y protagonizada por Teresa Berganza- eran Guardias Civiles con su tricornio correspondiente). Cierto es que la tensión erótica está totalmente presente en la producción, pero los elementos sexuales (el más atrevido es un mozo desnudo que hace una “Luna” ante el toro de Osborne), teniendo en cuenta la obsesión que el Sr. Bieito tiene por este tema, tampoco pueden incomodar ni al público más mojigato. Por tanto, la lucha de sexos que fundamenta a Carmen, cuya versión italiana (que fue más popular en la nación transalpina, que la original francesa en su propio país en el comienzo de su andadura) fue clave para el impulso y desarrollo del repertorio verista-naturalista, se expresa como idea central de la dramaturgia creada por Bieito, en clave de violencia machista en un entorno irrespirable, asunto que, desgraciadamente, sigue en boga en la actualidad y que la puesta en escena pretende simbolizar con elementos como la Legión o el toro de Osborne, que sus responsables pretenden relacionar con el más ultramontano machismo ibérico. Por tanto, esa “huida de la españolada” es sólo aparente, paradójica o contradictoria. Parece que el mensaje es, que un Don José tan especialmente cerril, desquiciado, zafio y agresivo, sólo puede ser un legionario y que ese clima de violencia sólo o expecialmente, puede darse en ámbitos que los responsables de la producción consideran la “España profunda”.

   Si a la sociedad de 1875 le impactó esa mujer indómita, que vive libre, sin sujetarse a regla alguna, que es voluble porque reivindica su derecho a serlo, y que contrastaba con la inocencia virginal y abnegación de Micaela, si se sitúa la acción en los años setenta o en un período que podríamos llamar contemporáneo, ese impacto ya no es el mismo, por lo que Carmen ya no es tan salvaje, ni siquiera racial, más bien una prostituta cuyo aparente libre albedrío está marcado por el entorno desesperanzador en el que se mueve. Asimismo, la presencia de la lacra de la violencia machista se convierte en eje esencial y es un hecho, que aún en la actualidad, una mujer que aspira a la emancipación y la independencia puede perder la vida y que la pasión amorosa posesiva e irracional llevada al extremo conduce a la tragedia. Por ello, en el dúo final Carmen y Don José van vestidos como cualquier pareja que podamos ver por la calle, para simbolizar y entroncar el asesinato de la protagonista a manos de Don José con los que, tristemente, seguimos viendo a diario en las noticias. Habría que recordar, que la ambientación en España era algo propio de la Opera-Comique, movimiento al que pertenece Carmen, y ello porque al igual que el Sur de Italia, se consideraban lugares “exóticos” en el París de la época. Asimismo, ese carácter indomable e independiente de Carmen se asocia más a su carácter de gitana que al de española. La producción, justo es decirlo, discurre con innegable fuerza teatral, una trabajada dirección escénica y caracterización de personajes (dentro de la dramaturgia creada, claro está) y es que el Sr. Bieito sabe de teatro y así lo demuestra cuando logra apartarse de sus obsesiones por el sexo, la escatología y la provocación gratuita. Un montaje, una visión distinta, que se puede disfrutar por quiénes llevamos muchas funciones de Carmen en nuestras alforjas con diversas producciones, pero no sé si será el más apropiado para quien se acerque por primera vez a la obra  

    La rusa Anna Goryachova demostró que es una cantante pulcra, de sólida preparación musical y con un buen concepto del canto. Un mezzo acuto que proviene del mundo de Mozart y Rossini, con una voz sana, homogénea, grata y bien equilibrada de registros, aunque el caudal es justo y el grave más bien débil como pudo comprobarse en el aria de las cartas del acto tercero. Asimismo, la falta de robustez vocal y de garra, se pusieron especialmente de relieve en los dos actos finales. En lo intepretativo, a falta de una mayor personalidad y temperamento, resultó comprometida y creíble dentro de la caracterización que prevé el montaje, en una Carmen atractiva, sin atisbo de vulgaridad, tampoco especialmente salvaje, ni nada racial y que incluso denota ciertas dosis de vulnerabilidad en algunos momentos.

   Micaela no es en esta ocasión la muchacha virginal, ingenua y candorosa, al contrario, más bien desenvuelta y nada asustadiza. La encarnó Eleonora Buratto, que posee un sonido bien proyectado, pero cuyo centro carece de la consistencia y redondez de una soprano lírica pura como pide la parte. Diseñó bien y con adecuada efusión lírica sus bellas frases del dúo con Don José del primer acto, pero se vió un tanto superada en los espinosos ascensos, -en los que el sonido se abrió y revistió de cierta acritud-, de su gran aria del acto tercero “Je dis que rien ne m’epouvante” despojada del recitativo “C’est des contrebandiers le refuge ordinaire”, puesto que se interpretó la edición Fritz Oeser, que parece se está imponiendo con cada vez más fuerza y que prescinde de los recitativos musicados por Ernst Guiraud.

   Francesco Meli encarnó un Don José dentro de la gran tradición de escuela italiana y asimilables (entre los que se encuadrarían la gran nómina de grandes tenores españoles interpretes del papel encabezada por la inigualable creación del aragonés Miguel Fleta), de hecho los tres tenores previstos en esta tanda de funciones son italianos. Meli cuenta con un timbre agraciado, cada vez más ensanchado y un ardor más bien genérico, pero la falta de resolución técnica del pasaje de registro, se traduce en agudos muy esforzados, atacados a squarciagola y en que la resolución del si bemol final del aria de la flor en pianissimo -como está indicado- estuvo a punto de terminar en accidente. Tampoco su fraseo puede sustraerse a una lineal genericidad. Como intérprete no resultó muy creíble ni pareció cómodo en este Don José tan cerril, cateto, irreflexivo, agresivo e inmaduro que plantea la producción. Sonoro y tonante, aunque también rudo como pudo comprobarse en el lírico dúo con Carmen del último acto, el Escamillo de Kyle Ketelsen, que resultó viril y desafiante en lo interpretativo. Buenas parejas de secundarios las que formaron Olivia Doray (Frasquita) y Lidia Vinyes Curtis (Mercedes), por un lado y Borja Quiza (El Dancairo) y Mikeldi Atxalandabaso (El Remendado), por el otro, en ese inframundo de contrabando, trapicheo y prostitución. Cumplidor Isaac Galán como Morales y una mención para el material, recio, amplio y voluminoso, de Jean Teitgen como Zúñiga. La dirección musical de Marc Piollet se deslizó por el terreno del aparato efectista, con clara tendencia al ruido y al trazo grueso en una labor escasamente refinada y claramente vulgar. La orquesta sonó pesante, borrosa y bastorra. Algo mejor el coro, pero con un sonido más vigoroso y altisonante que pulido y flexible, además de alguna estridencia puntual y valorar como se merece la buena prestación vocal y escénica de los Pequeños cantores de la ORCAM que dirije Ana González.

Foto: Javier del Real

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