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CRÍTICA: DELICIOSA 'CARMEN' DE ROBERTO ALAGNA Y ELINA GARANCA EN VIENA. Por Alejandro Martínez

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Autor: Alejandro Martínez
25 de mayo de 2013
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Foto: Michael Pöhn
MEMORABLE DON JOSÉ PARA UNA EXÓTICA CARMEN

Viena. 23/05/2013. Wiener Staatsoper. Elina Garanca (Carmen). Roberto Alagna (Don José). Massimo Cavalletti (Escamillo). Anita Harting (Micaela). Ileana Tonca (Frasquita). Juliette Mars (Mercédès). Janusz Monarcha (Zuniga). Nicolay Borchev (Morales). Dimitrios Flemotomos (Remendado). Tae-Joong Yang (Dancairo). Bertrand De Billy, dirección. Franco Zeffirelli, director de escena / Escenográfo.

      Hace unas semana asistimos a la representación, también en Viena, de Werther, con idéntica pareja protagonista a la que centraba la atención de estas funciones de Carmen que nos ocupan. Si en aquella ocasión fue Garanča, con su Charlotte, quien hizo las delicias del público, aún no siendo la protagonista de la representación, en esta ocasión se diría que el paradigmático Don José de Alagna hizo lo propio, eso sí, sin llegar a eclipsar a la impecable Carmen de la mezzo letona. Una pareja protagonista sensacional y mediática que estuvo, sin duda, a la altura de las expectativas.
      La Carmen de Garanča es rubia, de ojos claros y de voz redonda y hermosa. Un tanto exótica, seguramente, habida cuenta de las intérpretes más habituales en el rol, con timbres más afilados y modos más pasionales. Y es que Garanča es una cantante meditada, medida siempre en su expresión y ajena por completo a ciertos guiños veristas que a menudo tan bien adornan algunas partituras, como la de esta Carmen, que se mueve a su manera entre el belcantismo de algunas páginas y el incipiente verismo de otras. Habrá quien entienda en esa mesura un demérito a la hora de valorar su Carmen, a la que tildarán de fría y distante. Para quien firma, Garanča construye un personaje menos arrollador y menos voluptuoso, sí, aunque lleno de detalles vocales y escénicos que explican su fama al cargo del rol. Es sobre todo una Carmen sostenida con miradas y con acentos. La expresión facial y corporal de Garanča, notable e inteligente actriz, es de una enorme riqueza durante toda la representación, mostrando todas las transiciones emocionales del rol. Y su decir, su acentuación del libreto, es tremendamente comunicativa.
      Garanča muestra, sobre todo, la seguridad de una mujer que se sabe dueña y señora de sus afectos, libérrima, y por ello implacable en su final rechazo a Don José. Como decíamos, pues, no es una Carmen tan pasional y arrolladora como podamos estar acostumbrados, no hay duda, pero sigue siendo tremendamente comunicativa y está cantada de un modo impecable, ejemplar. A este respecto, habrá quien diga que es en exceso preciosista en su línea de canto, siempre redonda, contenida, casi belcantista. Francamente, el mero placer de escuchar ese timbre sostenido por esa emisión tan resuelta es un placer preferible a cualquier exceso vocal de vieja escuela. Nos recordó en este sentido a las sensaciones que provoca Stoyanova en el oyente. De nuevo un canto calculado, pura técnica, que podría confundirse con una interpretación fría y distante. Pero nada más lejos de la realidad. Hay intérpretes que radican su personalidad precisamente ahí, en lo calculado de su temperamento. Seguramente no todas audiencias 'compren' esa fórmula, pero en nuestro caso, nos satisface sin duda alguna. El único inconveniente que cabe manifestar acerca de la Carmen de Garanča es que todavía hoy, años después de sus primeras incursiones en el rol, hay pasajes aislados que se antojan demasiado graves para su instrumento. Pero seamos sinceros: una Carmen tan irrefutable como la de nuestra querida y admirada Berganza tampoco los tenía.

      Volvíamos a escuchar a Alagna algunas semanas después de su Werther y le encontramos sin duda en mejor forma que las dos ocasiones recientes en que le pudimos ver (el citado Werther y un anterior Pinkerton). Sobre todo, amén de una emisión más fresca y segura, nos congratulo hallar de nuevo un centro y un pasaje más nítidos y un agudo más desahogado y presente. Un Alagna, en suma, mucho más seguro e incluso confiado en su fraseo, siempre bravo, poético y sentido en cada sílaba, manejando a placer la prosodia de la lengua francesa. En un plano interpretativo, Alagna recrea a la perfección todas las facetas del personaje: desde un Don José enamoradizo y un tanto pueril hasta un Don José pusilánime, pasando por supuesto por un Don José despechado y violento. En el transcurso de su interpretación del aria de la flor se hizo un silencio en el teatro de esos que delatan la autenticidad y perfección de lo que transcurre en escena. Y es que Alagna sigue siendo el mejor tenor de su generación cuando su voz está en plena forma y cuando el rol se ajusta a su vocalidad. La escena final fue memorable. Vocalmente intachable y dramáticamente encendida, pasional, llevada además con excepcional tensión y lirismo por B. de Billy desde el foso. Minutos de ópera con mayúsculas.
      Anita Hartig, que ya había sido Frasquita en esta producción, en 2010, era la responsable esta vez del rol de Micaëla, un papel bombón para una lírica plena de timbre fresco y brillante. No en vano, en las citadas funciones de 2010, el rol lo interpretó Anna Netrebko. Hartig posee esas facultades en el tercio agudo, que es, por su facilidad, casi el de una ligera, pero adolece de un instrumento corto en el grave, generalmente entubado ya en el centro. La voz es tan resultona como genérica y la intérprete carece de singular personalidad. Su fraseo fue más bien anodino en toda su parte, salvo en un delicado y muy bien delineado 'Je dis que rien ne m´épouvante".
   Massimo Cavalletti
sustituía finalmente en toda esta tanda de representaciones a un indispuesto Tézier, en el rol de Escamillo, dejándonos sensaciones encontradas. El instrumento es extenso y homogéneo, pero el timbre es un tanto plebeyo y sus modos escénicos se antojan más bien zafios. Sin embargo, se mostró diestro en el recitativo y vocalmente siempre firme y seguro. Nos gustaría valorar su desempeño en algún rol italiano, belcantista o verdiano, menos ajeno a sus facultades que el de este 'torero de Grenade'. El equipo de comprimarios fue más que solvente, destacando el Zuniga de Janusz Monarcha y la Frasquita de Ileana Tonca.
      Bertrand de Billy regresaba al foso de la Staatsoper de Viena, donde es casi un segundo titular, habida cuenta de la cantidad de representaciones que dirige al cabo del año. Volvió a demostrar su valía, su profesionalidad, aunque echamos de menos una mayor fantasía e imaginación en el fraseo, en ocasiones apresurado por mor de unos tiempos demasiado marciales. El punto fuerte de su lectura fueron en todo caso los pasajes más líricos y el brillante acompañamiento de todas las páginas vocales solistas. La orquesta de la Staastoper respondió, como es costumbre, con una recreación intachable, de indudable riqueza instrumental y general virtuosismo. Lo mismo cabe decir del siempre solvente coro titular del teatro, tan requerido por esta partitura.
      En escena se disponía la ya más que clásica producción de Franco Zeffirelli, repuesta infinidad de veces en Viena y popularizada por el registro en vídeo de 1978, con Plácido Domingo, Elena Obratzsova y Carlos Kleiber. Es un ejemplo paradigmático de un modo de entender la escena, donde prima el realismo, la verosimilitud y concreción máximas de lo dispuesto en el libreto. Adolece, en todo caso, de una escenografía irregular y no siempre bien iluminada. Espléndido el marco escenográfico para los actos primero y cuarto, el primero con una amplia perspectiva y el segundo con un hábil plano inclinado. Incluso el segundo cuadro tiene su atractivo, a pesar de estar marcado por cierto horror vacui. Lo más pobre de la propuesta de Zeffirelli es en todo caso la recreación de la roquedad donde se dan cita los contrabandistas en el tercer acto, especialmente mal iluminada en la búsqueda, fallida, de un ambiente tenebroso. Asimismo, la dirección de actores es bastante intuitiva, dejando el protagonismo a la libre expresión de los solistas. En conjunto es una producción solvente, aunque vista con distancia se advierten las costuras del paso del tiempo, habida cuenta de un código dramático un tanto demodé. El vestuario de Leo Bei presenta algunas variaciones hoy en día respecto al que se podía contemplar en la citada retransmisión de 1978.
 
Foto: Michael Pöhn 
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