Por Yolanda Quincoces
No parece descabellado definir Carmen como la ópera más popular de todos los tiempos. Incluso entre los poco o nada adeptos a esta maravillosa forma de arte que es la ópera, sus melodías son conocidas y tarareadas. Pero la popularidad no está reñida con el arte. Bajo esa fachada de folclorismo, tópicos y música alegre, aparece una de las obras dramáticas fundamentales del siglo XIX, uno de los dramas más auténticos de la historia de la ópera, que Bizet transformó en música de forma magistral. Una historia cruda, realista y atemporal, de amor, celos y venganza, que tiene bien ganado su lugar en la historia de la música.
El Liceu vuelve a programarla (del 17 de abril al 2 de mayo) en la ya clásica puesta en escena de Calixto Bieito que se estrenara en el Festival de Peralada en 1999 y que sigue sin dejar indiferente. En el rol protagonista la mezzosoprano francesa Beatrice Uria-Monzon, quien también fue la encargada del papel en la anterior ocasión en que se puso esta producción sobre el escenario del Liceu (2011). El personaje de Don José será encarnado por el tenor Nikolai Schukoff, mientras que los de la joven Micaela y el torero Escamillo estarán en manos de Evelin Novak y Massimo Cavalletti, respectivamente. La dirección musical correrá a cargo de Ainars Rubikis.
Sinopsis
Sevilla, hacia 1830.
Precede a la ópera el famosísimo preludio. Una introducción llena de energía que comienza con el tema de la corrida de toros del cuarto acto, intercalado con la canción del toreador. En contraste con este clima de alegría, la segunda parte de la obertura presenta lo que podemos llamar el motivo del destino, que se repite a lo largo de la ópera, asociado con el fatal sino que le espera a la protagonista. El trémolo de las cuerdas crea una atmósfera de tensión que preludia algo terrible. Justo cuando esta tensión llega a su clímax, la obertura termina abruptamente para dar paso a la acción del primer acto.
ACTO I
Una plaza en Sevilla. La fábrica de tabaco a la derecha y la sala de guardia de los dragones del Regimiento de Alcalá a la izquierda.
Los soldados del regimiento matan el tiempo observando pasar a la gente (Sur la place chacun passe…). Enseguida se fijan en una joven que parece necesitar ayuda. La joven, Micaela, busca al cabo Don José, que en ese momento no está de guardia. El cabo de guardia, Morales, y el resto de soldados, intentan convencerla para que se quede a esperar con ellos, pero Micaela huye asustada ante su insistencia. Un toque de trompeta anuncia el cambio de guardia. Con los guardias del relevo aparece un grupo de niños que imita alegremente la marcha de los militares y el sonido de sus trompetas (Avec la garde montante…). Morales informa a Don José de la llegada de Micaela y la guardia saliente se retira. El teniente Zúñiga pregunta curioso a Don José acerca de Micaela, pero su conversación queda interrumpida por la campana que anuncia el descanso de las cigarreras de la fábrica de tabaco. Todos los hombres se agolpan para verlas salir (La cloche a sonné…).
Las cigarreras fuman y cantan sobre el humo y el amor en un bello y sugerente coro (Dans l’air nous suivons des yeux…). Los hombres se extrañan por la ausencia de Carmen justo cuando ella entra en escena. Todos le preguntan cuándo podrán disfrutar de su amor. La respuesta de Carmen, (“quizá nunca, quizá mañana, pero hoy no”) da paso al número más conocido de la ópera, la habanera (L’amour est un oiseau rebelle…). Mientras Carmen les explica que el amor es caprichoso e imposible de dominar, todos los hombres están atentos a ella. Todos menos uno: Don José. La gitana no puede evitar fijarse en la indiferencia del soldado y es precisamente esta indiferencia la que despierta su interés por él. Tras la habanera, Carmen se acerca a Don José mientras vuelve a sonar el motivo del destino en un momento musical que transmite a la perfección la atracción y a la vez la tensión que se produce entre ambos personajes; es el comienzo de su historia. El momento se rompe cuando Carmen arroja una flor a Don José y todas las mujeres vuelven entre risas a trabajar.
Don José recoge la flor, indignado por la insolencia de Carmen y a la vez hechizado por sus encantos. La entrada de Micaela interrumpe sus pensamientos. La joven le explica que viene de parte de su madre, que le envía una carta, dinero y un beso. El monólogo de Micaela (Votre mère avec moi…) enseguida se convierte en un evocador dúo en el que ambos recuerdan el pueblo dejado atrás (Ma mère, je la vois…), uno de los momentos más líricos de la ópera, en el que se abandona toda referencia folclórica para crear un momento vocal de gran belleza y dulzura. En la carta, su madre pide a José que se case con la mensajera. Micaela se marcha y anuncia que volverá a por la respuesta. Don José decide hacer caso a su madre y olvidar a la gitana.
De la fábrica de tabaco surgen gritos de mujeres. Las cigarreras salen a la plaza gritando a los guardias que ha habido una pelea entre “la Carmencita” y otra de las mujeres (Au secour!...). Todas se gritan entre sí y pelean hasta que los guardias tienen que separarlas. Zúñiga envía a Don José a ver qué ha sucedido y éste vuelve con Carmen, que se niega a hablar y sólo tararea una canción, ante lo cual Zúñiga ordena que sea conducida a la prisión. Cuando Carmen se queda a solas con Don José intenta seducirlo para que la libere. Le asegura que la flor que le arrojó ha surtido efecto y que él la dejará libre porque la ama. Don José le prohíbe hablar pero ella canta una seguidilla en la que le insinúa que si la libera le llevará con él a beber manzanilla a la taberna de Lillas Pastia (Près des remparts de Séville…). El cabo intenta resistirse pero acaba cayendo en la trampa. Cuando Zúñiga vuelve con la orden de arresto, Carmen susurra a Don José su plan de escape. Antes de escapar retoma el estribillo de la habanera, tras lo cual empuja a Don José y sale corriendo entre las calles de Sevilla.
ACTO II
En la taberna de Lillas Pastia.
Un pequeño entreacto instrumental presenta y desarrolla la canción de los Dragones de Alcalá que interpretará más tarde Don José. Los elementos de canción militar (melodía sencilla y ritmo marcado por el tambor) son sabiamente combinados con otros de la música culta, como la melodía alternativa llena de cromatismos que elabora el fagot en la segunda parte.
En la taberna se encuentra Carmen con sus amigas Frasquita y Mercedes, Zúñiga, Andrés y otros oficiales. Carmen entona una canción gitana a ritmo de pandereta (Les tringles des sistres tintaent…). Las otras gitanas se unen a ella en el estribillo y la canción va subiendo de tempo e intensidad hasta acabar con un grito y una frenética coda instrumental. Carmen se entera gracias a Zúñiga de que Don José ha pasado un mes en prisión por haberla dejado escapar y de que su condena acaba de terminar. Fuera de la taberna se oyen gritos y vítores. La gente entra aclamando al torero Escamillo (Vivat! Vivat le torero!), que se presenta con la archiconocida canción del toreador (Votre toast, je peux vous le rendre…), unos couplets en los que describe el ambiente de la plaza de toros y la valentía de los toreros para el deleite de todos los presentes. Lillas Pastia pide a los oficiales que se marchen, pues es ya tarde. Escamillo declara a Carmen su amor por ella, quien le contesta que debe esperar. Los oficiales se marchan, aunque Zúñiga anuncia que volverá en una hora, tras el cambio de guardia.
El Dancaire y El Remendado, los dos contrabandistas, entran en la taberna buscando la ayuda de Carmen y sus amigas para una misión importante (Nous avons en tête une affaire!). Frasquita y Mercedes aceptan, pero Carmen se niega. La razón es que está enamorada. Todos intentan persuadirla pero son interrumpidos por Don José, que entona a cappella, desde fuera de la taberna, la canción de los Dragones de Alcalá (Halte-là! Qui va là?).
Entra Don José y todos salen de escena, excepto Carmen. La gitana le cuenta cómo ha bailado para los oficiales y Don José la recrimina, celoso. Carmen se ofrece a bailar sólo para él al tiempo que tararea una melodía a ritmo de castañuelas y José la mira embelesado. Les interrumpen los sones de las trompetas que llaman al cuartel para pasar lista. Cuando Don José explica a Carmen que debe marcharse ésta estalla de ira; se siente engañada por haber confiado en él y por haberse enamorado. Se burla de su sentido del deber imitando las trompetas que acaban de sonar. Él le responde apasionadamente cuánto sufre por tener que partir, pero Carmen no quiere escuchar. La frase final de este tira y afloja (Tu m’entendras!) va seguida por el motivo del destino. Es aquí cuando se muestra por primera vez el carácter violento de Don José, un nuevo paso hacia el destino final de su amada. La premonición desaparece al fundirse con el aria de Don José. El aria de la flor (La fleur que tu m’avais jetée…), otro de esos maravillosos momentos líricos que Bizet decide regalarnos, de una belleza y pasión abrumadoras. José explica a Carmen cómo guardó su flor durante todo el tiempo que estuvo en prisión y cómo la esperanza de volver a verla le mantenía con fuerzas. El aria termina con un sentido Je t’aime!, pero ni siquiera estas palabras consiguen ablandar a Carmen, que le pide que abandone su vida de soldado y huya con ella a las montañas.
Don José se niega rotundamente y ambos se despiden para siempre. De pronto, Zúñiga entra en escena. Al ver a Don José pretende que éste se marche para poder quedarse con Carmen. Los dos militares sacan las espadas pero Carmen impide la pelea llamando a gritos a los contrabandistas, que entran en la taberna y se llevan a Zúñiga. Tras este incidente Don José no tiene más remedio que unirse a los gitanos. El acto acaba con un apoteósico coro en el que los gitanos exaltan la vida errante y la libertad (Suis-nous à travers la campagne…).
ACTO III
Zona rocosa cerca de Sevilla, de noche.
El entreacto comienza con un dulcísimo solo para flauta y arpa al que poco a poco se van uniendo otros instrumentos. El arpa construye una serie de arpegios sobre los que la flauta dibuja una melodía cantabile, como si de un aria se tratase. Un remanso de paz en medio de los acontecimientos.
En las montañas, los contrabandistas se esconden con sus mercancías. Entre ellos se encuentran Carmen, Frasquita, Mercedes, Don José, El Dancaire y El Remendado. Comentan lo peligroso de su oficio y se jactan de su valentía (Écoute, compagnon, écoute… Notre métier est bon…). Carmen y Don José discuten. Ella admite que ya no le ama como antes, lo que desea es ser libre. Sugiere que debería dejarla e irse con su madre, a la que echa de menos, pero Don José enfurece y pronuncia una amenaza que queda en el aire. Frasquita y Mercedes leen su futuro en las cartas, una ve fortuna y la otra amor, pero cuando le toca el turno a Carmen, sólo ve muerte (Carreau! Pique! La mort!). El motivo del destino suena en las flautas cuando la protagonista levanta las cartas; es la prueba definitiva de que su final está cerca. Tras el aria de las cartas, El Dancaire y El Remendado vuelven de su expedición y avisan a las mujeres de que tendrán que distraer a los aduaneros con sus encantos femeninos (Quant au douanier, c’est notre affaire…). Don José se quedará para hacer guardia.
Cuando todos salen de escena llega Micaela, que canta un aria llena de sentimiento (Je dis que rien ne m’épouvante…) en la que ruega a Dios que la proteja y le dé valor para enfrentarse a Carmen. Tras el aria, Micaela escucha un ruido y se esconde. Es Escamillo, el torero, que entra en escena y esquiva una bala disparada por Don José. Ambos se presentan amigablemente pero cuando José descubre que Escamillo viene para cortejar a Carmen, inician una pelea de navajas. Don José está a punto de matar al torero pero Carmen llega y los separa. El Dancaire les recuerda que deben marcharse y Escamillo se va, no sin antes invitar a todos a las corridas de toros de Sevilla.
Los contrabandistas se disponen a emprender la marcha, pero El Remendado descubre a Micaela en su escondite. Ésta viene para pedir a Don José que se marche con ella pues su madre se muere y su único deseo es perdonar a su hijo en el lecho de muerte. José acepta irse con Micaela pero enfurece al ver que Carmen le anima a marcharse. Antes de irse se gira amenazante hacia Carmen para asegurarle que volverán a verse. Sus palabras van seguidas de una macabra variación del motivo del destino, que se disipa con la canción del toreador que entona Escamillo fuera de escena, creando un irónico contraste.
ACTO IV
Exterior de la plaza de toros de Sevilla.
El preludio al último acto está basado en una serie de canciones españolas compiladas por el tenor y compositor español Manuel García. Es la pieza instrumental más efectiva en lo que se refiere a la creación de un color local. El ambiente festivo de la plaza de toros es descrito a la perfección gracias a una melodía de claro color español y una instrumentación brillante.
Fuera de la plaza de toros, los vendedores ambulantes venden a dos cuartos naranjas, bebidas y cigarrillos para la corrida. El público recibe entre vítores el desfile de picadores, peones y banderilleros que entra a la plaza de toros al son de la música que escuchábamos en la obertura (Les voici! Voici la quadrille!). La multitud estalla de júbilo al ver aparecer al espada, Escamillo, que entra acompañado por Carmen. Todos le aclaman en una versión coral de la canción del toreador.
Carmen y Escamillo se declaran su mutuo amor. Frasquita y Mercedes aconsejan a Carmen que se vaya de ahí, pues han visto a Don José escondido entre la multitud. La gitana no se asusta y decide quedarse para hablar con él a solas. Cuando todos entran en la plaza Don José se presenta ante ella. Le suplica que vuelva con él, pero es en vano, ella ya no le ama. Al ver que sus súplicas no sirven de nada la amenaza con matarla, pero ella se mantiene firme: “Libre nací y libre moriré”. Con los gritos de victoria en la plaza de toros como telón de fondo, Don José saca un cuchillo y asesina a Carmen. Ante el cuerpo inerte de su amada se declara culpable y la orquesta toca por última vez el motivo del destino, finalmente cumplido.
Sobre el autor
Georges Bizet nació en París el 25 de octubre de 1838, en el seno de una familia musical. Su padre era profesor de canto, al igual que su tío, y su madre le dio las primeras lecciones de solfeo. Con nueve años de edad entró en el conservatorio de París, donde ganó varios premios a lo largo de sus años de estudios. Estudió piano con Marmontel y Zimmerman, convirtiéndose en un pianista excepcional, alabado incluso por Liszt. También estudió órgano con Benoist y composición con Fromental Halévy, cuya hija se convertiría años después en su esposa. En 1857 ganó el Premio de Roma, una beca de cinco años que le permitió vivir de la composición durante ese periodo de tiempo, primero en Roma, y luego en París. Tras esta etapa se vio obligado a realizar otros trabajos para poder sobrevivir. Daba clases de piano, trabajaba como pianista acompañante y realizaba numerosos arreglos y transcripciones de obras de otros compositores. Tuvo una carrera corta y llena de altibajos. El 3 de junio de 1875 moriría de un ataque al corazón, con tan sólo treinta y seis años.
Compuso piezas para piano, de las que recordamos sus Jeux d’enfants, para cuatro manos; y algunas obras sinfónicas, como su Sinfonía en Do Mayor; pero fue principalmente un compositor de música escénica. Bizet era muy dado a empezar proyectos para luego abandonarlos. En el caso de sus óperas planeó alrededor de treinta, de las que sólo llegó a realizar seis. Les Pêcheurs des Perles, La Jolie Fille de Perth y, sobre todo, Carmen, han pasado a la posteridad, pero ninguna de sus óperas obtuvo un gran éxito durante la vida del compositor (aunque obviamente sí después). También compuso música incidental para la obra de teatro de Daudet L’Arlésienne, que no fue bien acogida, pero sí la suite orquestal en que convertiría después esta música, que hoy es una de sus obras más conocidas. Muchos de los fracasos musicales de Bizet se debieron a la prensa de la época, que lo trató especialmente mal. Sin embargo, sí que contó con el apoyo de numerosos compositores contemporáneos que alabaron su obra, como Berlioz, Gounod, Wagner o Massenet.
Sobre la ópera
En 1873, De Leuven y Du Locle, los dos directores de la Opéra Comique, encargaron a Bizet la composición de una ópera con libreto de Meilhac y Halévy. Bizet sugirió como tema la novela de Prosper Merimée, Carmen, escrita en 1845. A pesar del entusiasmo de los libretistas, De Leuven no estaba de acuerdo con el tema. La Opéra Comique era principalmente un teatro de entretenimiento familiar y Carmen presentaba escenas evidentemente violentas, como la muerte final de la protagonista en el escenario. De Leuven renunció a su cargo en 1874 y el proyecto pudo seguir adelante, pero éste no sería el único obstáculo que tendría que sortear Bizet para poder estrenar su ópera. Los ensayos se alargaron mucho más de lo previsto debido a las quejas de la orquesta, que opinaba que algunos fragmentos eran imposibles de tocar. El coro también se mostró indignado al ver que se pretendía que actuaran individualmente, especialmente las mujeres, que tenían que fumar y pelear en escena mientras cantaban.
Con mucho retraso, Carmen se estrenó el 3 de marzo de 1875. Es cierto que buena parte del público salió del teatro encolerizado por lo que acababa de ver y que las críticas fueron, para variar, malas. Sin embargo, la ópera obtuvo un total de cuarenta y cinco representaciones ese año gracias a varios motivos. En primer lugar, lo escandaloso de la obra, de una modernidad apabullante, que circuló de boca en boca. Por otra parte, lo morboso de la muerte del compositor, que se produjo tan sólo tres meses después del estreno, concretamente la noche de la representación número treinta y tres. Finalmente, los rumores (fundados o infundados) de que Bizet vivía una aventura amorosa con la protagonista de la ópera, la mezzosoprano Celestine Galli-Marié. En cualquier caso, es lógico pensar que la música también tuvo algo que ver. Compositores de la talla de Brahms y Wagner dieron a conocer su admiración por Carmen. Fue la versión estrenada en Viena en 1875, en la que Guiraud cambió los diálogos por recitativos, la que supuso el inicio de la fama mundial de la ópera.
Celestine Galli-Marié como Carmen, en un retrato de Henri-Lucien Doucet (1884)
Musicalmente, Carmen es una equilibrada mezcla entre lo serio y lo ligero, lo dramático y lo folclórico. No ha faltado quien se ha dejado engañar por esa superficie de música ligera y no ha querido ver más allá. Pero Carmen es mucho más que habaneras, seguidillas y canciones. El excepcional sentido dramático del compositor capta con todo detalle cada emoción, cada rasgo del carácter de los personajes, cada acontecimiento, y lo plasma magistralmente en música, una música que es puro sentimiento. En un rápido análisis podemos distinguir dos tipos de piezas fundamentales en Carmen.
En primer lugar, los fragmentos de inspiración folclórica, aquellos en que Bizet utilizó una gran variedad de tópicos de la música española para crear ese color exótico tan de moda en la ópera francesa del XIX. Forman parte de este grupo la habanera y la seguidilla del primer acto, la canción gitana del segundo o el último entreacto. Para algunas de estas piezas, como hemos visto, Bizet se sirvió de composiciones previas. El uso de castañuelas y panderetas, de ritmos típicos españoles, de una música llena de color y matices, son algunos de los elementos de los que se valió con este fin.
Por otro lado, los fragmentos líricos, como son todas las intervenciones de Micaela y de Don José. Es en estos fragmentos donde destaca la tradición musical francesa de Gounod y Meyerbeer, de la que Bizet es heredero (Gounod llegó incluso a acusar a Bizet de haberle plagiado el aria de Micaela). Porque a pesar de sus múltiples novedades y del esfuerzo de Bizet por crear una ambientación española, Carmen es una ópera francesa. Esencialmente, es una opéra comique, con sus diálogos y sus personajes cómicos (Dancaire y Remendado), al estilo francés, si bien podemos decir que su nivel de innovación es tal que trasciende el género.
El éxito de Carmen radica en que es una obra atemporal, que habla de las pasiones humanas, y que está hoy tan a la orden como lo estaba el día de su estreno. Narra la historia de dos personajes opuestos, cada uno con una visión del amor totalmente diferente. Carmen es un alma libre, una mujer moderna, única dueña de sí misma, aunque, por desgracia, no de su destino. No busca el amor verdadero porque disfruta de su libertad, de la idea de un futuro labrado por ella misma y por nadie más (“Mon coeur est libre comme l'air!”). Don José, en cambio, es un hombre extremadamente pasional. Se enamora hasta la médula y sufre terriblemente con los desprecios de Carmen. Es posesivo, celoso, quiere cortar las alas a Carmen, atarla a él para siempre y, lo más terrible: prefiere verla muerta antes que en brazos de otro.
Pero lo más apasionante es la capacidad de Carmen por resistir ante el yugo de los hombres. Son tan fuertes sus ideales que ella misma elige la muerte antes que una vida de sometimiento y resignación con un hombre al que no ama. Conoce su destino y lo afronta con valentía. Por todo ello, Carmen se ha convertido en símbolo de modernidad. Una mujer adelantada a su tiempo que aún hoy sigue cautivando los corazones de todos los que se acercan a su historia.
Fragmento destacado
Es una tarea difícil escoger un único fragmento de Carmen, pero si debemos elegir uno que identifique automáticamente a la ópera y a su protagonista, ese es la habanera. El texto expresa a la perfección esa idea del amor libre, sin ataduras, impredecible, ingobernable, que guía las acciones de la protagonista hasta el final. Para su composición, Bizet se basó de forma bastante evidente en la habanera El Arreglito, del compositor Sebastián Iradier, aunque en su defensa alegó que la creía de autor anónimo. La escuchamos aquí en la voz de Elina Garanca, en una producción de Richard Eyre para el Metropolitan de Nueva York bajo la dirección de Yannick Nézet-Séguin.
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