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Crítica: Camille Thomas y Marc Soustrot con la Sinfónica de Sevilla

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Autor: Álvaro Cabezas
9 de diciembre de 2023

Crítica del concierto de la Orquesta Sinfónica de Sevilla dirigido por Marc Soustrot, con la chelista Camille Thomas como solista

Camille Thomas y Marc Soustrot con la Sinfónica de Sevilla

Repertorio francés en el Día de la Inmaculada

 

Por Álvaro Cabezas | @AlvaroCabezasG
Sevilla, 8-XII-2023. Teatro de la Maestranza. Real Orquesta Sinfónica de Sevilla; Camille Thomas, violonchelo; Marc Soustrot, director. Programa: Obertura de Beatriz y Benedicto de Hector Berlioz; Concierto para violonchelo y orquesta en re menor, de Édouard Lalo; D'un matin de printemps de Lili Boulanger; y Tercera sinfonía, H. 186, Sinfonía Litúrgica, de Arthur Honegger.

   En estos días algunos músicos de la Real Orquesta Sinfónica de Sevilla lamentaban en sus redes sociales que en la presente temporada vuelva a repetirse la discutible colocación de determinados programas de abono del Ciclo Sinfónico en el calendario del Teatro de la Maestranza en fechas que, digamos, no resultan las más favorecedoras para llenar el auditorio. Ya lo vivimos al inicio de curso con un concierto el Día de la Hispanidad y ayer con otro en el de la Inmaculada Concepción. Ante la asistencia de público que presentaba el teatro [estaba cubierto poco menos de la mitad del aforo], podría pensarse que muchos abonados se habían ido de puente, pero creo que esto es un planteamiento algo engañoso: eran más bien los abonados jóvenes los que no estaban presente como en otras ocasiones, quizá porque se avecinan los exámenes, quizá porque hayan aprovechado estos días de fiesta para regresar a sus lugares de origen familiar. En cualquier caso, eso no significa nada, ya que en unas jornadas en las que el centro de Sevilla estaba, literalmente, colapsado por cientos de miles de personas atraídas por los besamanos inmaculistas y las luces de Navidad, el reto estribaba, precisamente, en incluir a parte de esas masas en un espectáculo de alto nivel cultural como es un concierto de la Sinfónica en un Maestranza que, por fin, se presentaría lleno.

   Obviando ese asunto organizativo y acercándonos a lo estrictamente musical, disfrutamos de un concierto que presentaba varios puntos de interés. En primer lugar fue un programa más ideado por el director artístico y titular de la orquesta, Marc Soustrot, como los que, en esta su última temporada, parecen servirle de despedida del público sevillano con un repertorio que domina por completo: el de extracción francesa. Si contextualizamos adecuadamente sólo encontramos a Martinon, Ansermet, Cluytens, Prêtre, Ozawa y Munch como maestros reinantes en el repertorio galo, aunque hubo importantes incursiones en el mismo de muchos otros como Celibidache en un plano menos extenso, Maazel, Karajan o el propio Abbado. Desaparecidos o inactivos todos, hoy son, un escalón por debajo, Mikko Franck, Charles Dutoit, Stéphane Denève, Tugan Sokhiev o nuestros Plasson y Soustrot los mejores baluartes de este apasionante y refinado mundo musical, por lo que un concierto de estas características no deja de ser valioso como un ejercicio de aprendizaje a pleno rendimiento. Por otra parte, el conjunto de cuatro obras que conformaban el programa nunca había sido interpreto por la Sinfónica con anterioridad, algo que, sin duda, plantea dos conclusiones: que no se trataba de piezas que hubieran generado interés antes de Soustrot y que se presentaban como una prueba de fuego para una orquesta que sobrevive, bien que mal, a muchos infortunios culturales e inestabilidades administrativas: señálese que, tras un año como directora gerente, María Marí-Pérez fue relevada hace un mes y con carácter provisional por el presidente de la Asociación de Amigos de la Orquesta, Victoriano Martín Ortiz, por lo que existe, de nuevo y como una espada de Damocles, la expectativa sobre lo que ocurrirá la temporada que viene tanto en el plano artístico como en el económico en una institución que nunca descansa tranquila.

Camille Thomas con la Sinfónica de Sevilla

   La obra que abría el concierto era la obertura de la ópera cómica Beatriz y Benedicto de Berlioz, bastante insustancial en su contenido musical, pero con mucha propaganda francesa en forma de percusión y juego de metales, como si de una suerte de derivación de la Marche au supplice se tratase. Más interés despertaba el concierto para violonchelo y orquesta de Lalo, interpretado por una Camille Thomas que se hizo muy popular [hoy se diría viral], durante las semanas más duras de la pandemia. Orquesta y solista tocaron con mucha pasión y adecuada concertación. El primer movimiento, musculoso y rotundo, tuvo una agradable continuación en el segundo, Intermezzo, donde se introducía una cantinela de sabor hispánico que volvió a retomarse en tono menor y pretensión mayestática en un final apoteósico y pleno de buena música. Como propina, Thomas ofreció un sentido El canto de los pájaros, de Pablo Casals, que dejó al público sobrecogido y en silencio durante unos segundos, casi como si estuviésemos escuchándolo en Cataluña.

   Tras el descanso, otras dos piezas francesas. La primera, D'un matin de printemps de Lili Boulanger, elegante, sofisticada y distintiva, nos trajo a Sevilla el perfume parisino del final de la I Guerra Mundial como síntoma de una torre de marfil habitada por jóvenes promesas de la enseñanza y la instrucción musical. La segunda, la Tercera sinfonía de Honegger, marca un punto muy alto en la historia de la Sinfónica de Sevilla. Dividida en tres movimientos que suponen un portentoso ejercicio de concentración y contraste dinámico constante, la orquesta sirvió en bandeja una obra que, a pesar de no haberla interpretado nunca, le sienta como anillo al dedo, porque muestra a las claras la calidad de las distintas secciones con las intervenciones solistas y de conjunto de bajos, metales, maderas y cuerdas. El inicio es rudo y un tanto diabólico, el segundo movimiento es sosegado y de influencia jazzística, pero de clara hondura espiritual y reflexiva. En esos momentos, la unión entre director y orquesta fue total, la atención en la sala pura y expectante y la belleza del sonido inolvidable. El tercer movimiento fue un asombro dividido en dos partes: la primera, tremenda y desalentadora, que, tras un crescendo y un fortísimo que nos encogió el corazón, derivó en una orillada segunda sección, despaciosa y decaída, que prueba que esta música de Honegger, plato fuerte de la noche, debe considerarse como una obra de mayor empaque del que hoy goza y programarse, grabarse y escucharse más para rastrear en ella melodías y soluciones que se han desarrollado inteligente y posteriormente en el imaginario colectivo de bandas sonoras muy conocidas. Karajan la interpretó por primera vez en 1954 en Viena y, tan convencido estaba de su valía musical, la dirigió en Roma, Lucerna, Salzburgo, Múnich, Berlín, Estados Unidos y Japón en los años siguientes hasta grabarla en 1969. Podría ser una excelente carta de presentación de la Sinfónica de Sevilla en los próximos años, cuando comparezca en los grandes escenarios internacionales gracias a las giras que –si Dios quiere, cuando todo mejore económica y culturalmente–, están por venir para disfrute de músicos y aficionados.

Fotos: Marina Casanova

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