Por Raúl Chamorro Mena
Madrid, 22-II-2019, Teatro Real. Las voces del Real. Bryn Terfel, bajo-barítono. Obras de Richard Wagner, Jacques Offenbach, Arrigo Boito, Kurt Weill, Richard Rodgers, Frederick Loewe y Jerry Bock. Orquesta titular del Teatro Real. Dirección: Josep Caballé-Domenech.
Bryn Terfel constituye otro caso de figura de la lírica contemporánea que no había pisado el Teatro Real, sin embargo, sí había ofrecido en Madrid hace tres años y con gran éxito, uno de sus papeles más representativos -El Holandés errante de Wagner- en versión concierto dentro del ciclo de la orquesta y coro nacionales de España.
Aunque el divo galés comenzó con Mozart y ha abordado un extenso repertorio en estos treinta años de carrera, el repertorio Wagneriano ha sido fundamental a partir de un determinado momento de la misma, pues sus medios vocales -plenos de potencia, caudal, fortaleza y extensión- se adaptan perfectamente a las partituras del músico alemán y, particularmente, a esa vocalidad de Bajo-barítono creada por el genio de Leipzig.
Efectivamente, la música de Wagner ocupó la primera parte de este concierto, de programa más bien extraño e inconexo, pues la segunda, con el único paréntesis del «aria de la destrucción y los silbidos» del Mefistofele de Boito, se centró en el musical de Broadway. Uno, en principio, está a favor de la diversidad musical, de superar las fronteras entre géneros, pero no puede dejar de sorprenderle que un divo operístico se presente en el principal teatro de ópera de una ciudad muy importante, con gran parte de su programa dedicado al musical (se pasó de Wotan al Tevye de El violinista en el tejado pasando por Oklahoma!, algo que no puedo asegurar si es insólito, pero sí sorprendente) y regalando una sola propina, aunque la mayoría del público le vitoreaba con ganas y todo ello, además, sin poder evitar ese aroma de bolo que tantas veces acompaña a este tipo de eventos con ensayos escasos y un nivel orquestal que dejó mucho que desear.
Una pena, pero el buen sabor de boca que ha dejado la orquesta titular del teatro en las últimas tres óperas representadas, se borró de un plumazo en este concierto. Y eso que la primera parte empezó bien, con un digno preludio del acto tercero de Lohengrin y el monólogo de las lilas que canta Hans Sachs en Los maestros cantores de Nuremberg, fragmento en el que Terfel y la orquesta dirigida por Josep Caballé-Domenech demostraron la mayor capacidad de matices de todo el concierto. El galés fraseó con intención apoyado en su indiscutible carisma, muy importante para caracterizar a este líder popular de su comunidad, además de dar la impresión de ir «calentando» su voz empastada, amplia y voluminosa, de cara al plato fuerte del evento que venía a continuación. Sin embargo, la prestación orquestal ya comenzó a torcerse con una inexplicable Cabalgata de las valquirias, carente de sentido sin la presencia de las mismas y que sólo sirvió para escuchar una interpretación embarullada, llena de desajustes, fallos en los metales y con una cuerda sin presencia ni color. Los mismos parámetros de desbarajuste orquestal presidieron los Adioses de Wotan, que desde el punto de vista del solista, fue el clímax del concierto. Cierto es que pudieron escucharse desigualdades de emisión, que el esmalte acusa desgaste y el sonido ha perdido metal, pero es indiscutible que Terfel exhibió caudal, robustez, extensión (si bien los agudos resultaron un tanto abiertos y esforzados), capacidad para superar la barrera orquestal wagneriana y para emitir sonidos plenos, rotundos e impactantes, además de afirmar adecuadamente la autoridad que corresponde al Dios supremo. Desde el «Leb wohl, du kühnesherlliches Kind! –¡Adios audaz, hermosa niña!», hasta un imperioso y plenamente autoritario «Wert Meines Speeres Spitze Fürchtet Durchschreite - Jamás atraviese el fuego quien tema la punta de mi lanza», pasando por un contundente «Loge hör! Lausche hieher!». Bien es verdad, que no estamos ante un cantante (nunca lo ha sido) pródigo en sutilezas y que, a veces, resulta un punto vociferante y rudo, pero es innegable, que transcurrido un mes desde las funciones de El oro del Rhin, por fin Wotan pisó el escenario del Teatro Real y al que firma, le quedan serias dudas de que volvamos a escuchar uno ni parecido en las próximas jornadas del Anillo.
Si ni la orquesta ni la batuta fueron capaces de hacer justicia a la inmensa y riquísima orquestación, ni traducir la grandiosidad del drama wagneriano, tampoco en la ligereza de la opereta de Offenbach remontaron el vuelo, pues es difícil imaginar una obertura de La bella Helena más anodina, apagada y falta de chispa que la dirigida por Caballé-Domenech al comienzo de la segunda parte. Previamente al bloque dedicado al musical, Terfel abordó el aria «Son lo spirito che nega» de Mefistofele de Arrigo Boito, que junto con La Gioconda de Amilcare Ponchielli, son las dos únicas óperas italianas no verdianas del período que va entre la desaparición de Donizetti y la aparición de la Giovane Scuola (Puccini y los llamados veristas), que se mantienen en repertorio. Sensaciones encontradas ante la particular interpretación por parte de Terfel de este aria de los silbidos. Un diablo excesivo, con unos staccati exagerados, espasmódicos, unos «no!» pasados de rosca a lo que hay que sumar, que sus desigualdades, rudezas y guturalidades quedan más en evidencia en repertorio italiano. Sin embargo, no se puede negar que estamos ante un fragmento que pertenece al género grand guignol y que la personalidad, singularidad y comunicatividad de este Mephisto creado por Terfel fueron indudables. Tanto, que esa comunicación con el público se prolongó una vez terminada la pieza, pues Terfel organizó una especie de competición de silbidos con el público, otro de los momentos insólitos de este concierto. Esa comunicación con los espectadores continuó en los fragmentos de musicales, con un guiño a Madrid al final de «Oh, What a beautiful morning» de Oklahoma! y el relato por parte del divo galés del estreno en Broadway de Camelot con Julie Andrews y Richard Burton. Todas estas piezas fueron bien cantadas por Terfel, con contención y acentos, recogiendo su generoso material vocal, además de demostrar entusiasmo e indudable amor al género (que se enriquece al abordarlo una voz de este fuste) culminando con una sugestiva interpretación de «If I were a richman» de Fiddler on the roof -El violinista en el tejado de Jerry Bock. Al llegar al capítulo de las obras fuera de programa y ante la petición de algún espectador, Terfel exclamó en un voluntarioso castellano «Me gustaría cantar una canción tradicional galesa». Así lo hizo y muy bien por cierto, después saludó, la orquesta se levantó y se acabó lo que se daba.
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