BORIS GODUNOV, Teatro Real, Madrid, 30-9-2012
Günther Groissböck (Boris Godunov), Julia Gertseva (Princesa Marina Mnishek), Dmitry Ulianov (Pimen), Evgeni Nikitin (Rangoni), Stefan Margita (Príncipe Shuisky), Anatoly Kotscherga (Varlaam), Michael König (el falso Dimitri), Andrey Popov (El idiota), Alexandra Kadurina (Feodor). Dirección musical: Harmut Haenchen. Dirección escénica: Johan Simons
UNA APERTURA DE TEMPORADA REALMENTE GRIS
Después de las dos interpretaciones concertísticas de "Moses und Aron", llegaba la apertura propiamente dicha de la temporada de ópera 2012-2013 del Teatro Real con la representación de "Boris Godunov" de Mussorgski. Esta vez, a diferencia de la interpretación del año 2007, se ofrecía la gran obra en la versión más completa posible (en mi opinión, afortunadamente), es decir con las 10 escenas, las 7 originales de 1869, más las dos del acto polaco y la de la Catedral de San Basilio que el autor suprimió en la revisión de 1872.
Pues bien, ese comienzo no ha podido ser más gris, plano y aburrido. En primer lugar, la producción de Johan Simons se encuadraba totalmente en la corriente escénica operística actual, presidida por el feísmo. Además, la presencia de clichés y tics repetitivos propios de las producciones actuales es total (mal gusto, vocación por lo antiestético, vestuario anacrónico, paupérrimo y ridículo la base de trajes actuales-otras veces tocan gabardinas- estupor causa ver al coro infantil con camisetas estampadas de manga corta en la gélida Rusia-, un personaje cámara en ristre que filma a otro, un Varlaam presentado como un pederasta, los operarios del Real trajinando con los horripilantes y ridículos muebles enmedio de la representación, ruido escénico-particularmente molesto resultó el coro cambiándose para la escena de San Basilio y el acarreamiento de cazos y sartenes mientras Marina y Grigori cantan el bellísimo dúo del jardín con el que finaliza el acto polaco...).
En fin, todo ello podría verse compensado e incluso bienvenido, si semejante escenografía presidida por un edificio de pisos de la época soviética de cartón miserable (y luego se quejan del cartón-piedra casposo y "de antes", por lo menos era bonito la mayoría de las ocasiones) y pobreza de vestuario y elementos escénicos, hubiera sido acompañada de una dirección escénica que potenciara los momentos dramáticos de la obra, provocado emociones y ofrecido una inteligente dirección escénica y de las masas. Muy al contrario, ésta fue trivial cuando no torpe, la caracterización de personajes, desdibujada, los clímax de la obra (que los tiene y muchos) inexistentes. Más allá de algún acierto en la iluminación, asistimos a una mortecina e irrelevante sucesión de escenas sin ningún interés, sin ningún pico de emoción, que fue sedimentando la sensación de sopor en el público asistente.
Tampoco ayudó la dirección musical de Hartmut Haenchen, que ofreció una magnífica Lady Macbeth de Shostakovich la pasada temporada. En esta ocasión hemos asistitdo a un trabajo sólido, de cierta eficacia, aunque falto de refinamiento, que consigue una buena prestación de la orquesta y, aún mejor del coro (superior el masculino al femenino), pero anodino, monótono, ayuno de tensión teatral, de matices, de incisividad y de emoción (lo cual en una obra como ésta es pecado mortal). La primera parte fue realmente plomiza y vulgar, para subir algo en la segunda, pero sin conseguir remontar el vuelo en ningún momento. El personaje de Boris es grandioso, un monarca que pretende modernizar el país y realizar reformas en favor del pueblo. En suma, un buen gobernante, pero que ha manchado sus manos de sangre para conseguir la corona y eso, su conciencia no lo acepta. Por ello, el remordimiento, el tormento de su inmenso complejo de culpa será el que acabe con él, antes que la revuelta del advenedizo Grigori con ayuda del ejército polaco o las intrigas de los boyardos conspiradores. A Günther Groissböck le va muy grande el papel bajo cualquier punto de vista. Por una voz falta de enjundia, por falta de respaldo técnico y por carencia absoluta de carisma y personalidad. Cierto es que el intérprete es entregado, da lo que tiene y es musical, pero dispone de un material vocal más bien baritonal, todo empotrado en la gola, con un paso al agudo sin resolver, escaso de proyección, de sonoridad, de empaste, de presencia. Su honradez y la escasez de opciones actuales, no nos puede soslayar que su encarnación del zar fue anodina, trivial y sin atisbo de emoción. Que en una escena como la muerte de Boris (de las más conmovedoras de la historia del género) no se notara ni un mínimo de estremecimiento en la sala es suficientemente sintomático.
El resto del elenco tampoco elevó mucho más el nivel, a excepción del rotundo y sonoro Pimen de Dimitri Ulyanov, la Marina de la atractiva Julia Gertseva, que lució una voz con cuerpo en centro y primer agudo, aunque falta de variedad, de clase y de acentos seductores en su fraseo y el buen Shuisky de Stefan Margita que caracterizó ajustadamente este taimado y sinuoso personaje. Cumplidor el Iuoridivi (el idiota,el inocente, personaje fundamental) de Andrey Popov. A más bajo nivel, Evgeny Nikitin gutural y de timbre árido, no logró dotar de relieve al jesuita Rangoni, un papel que tiene mucho jugo a sacar. Mucho peor, un acabado y vocalmente destartalado Anatoly Kotscherga en un Varlaam pasado de rosca y el muy deficiente Grigori (el falso Dimitri) de Michael König de emisión estancada, agudos imposibles (algún ascenso terminó en desastre) y voz más propia para el Shuisky o el idiota, que para el oportunista aspirante al trono.
Personalmente, me fue irremediable realizar una evocación entre la pobreza de esta apertura de temporada del Teatro de la capital del reino y las palabras del idiota (el pueblo ruso seguirá sufriendo esté quién esté en el poder) con la situación actual de España.
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