Por Gonzalo Lahoz
04-04-14 Madrid. Teatro de la Zarzuela. Sorozábal: Black el payaso. Leoncavallo: Pagliacci. Juan Jesús Rodríguez (Black). María José Moreno (Sofía/Nedda). Jorge de León (Canio). Rubén Amoretti (White). Fabián Veloz (Tonio). Emilio Gavira (Director de escena). David Menéndez (Silvio). Miguel Borrallo (Beppe). Javier Galán (Dupont). Entre otros. Orquesta de la Comunidad de Madrid. Coro del Teatro de la Zarzuela. Ignacio García, director escénico. Donato Renzetti, director.
Si tomamos el circo como el más grande de los espectáculos y concebimos la ópera como la obra de arte total (incluso fuera del Gesamtkunstwerk wagneriano), la conjunción de dos obras como Black el payaso y Pagliacci en una misma velada lírica tendría que arrojar un resultado, cuanto menos, positivo.
Toda clase de personajes circenses tomaron el Teatro de la Zarzuela momentos antes de que comenzara la función en una logradísima recreación que logró un ambiente de lo más festivo y en el que se fue dando la bienvenida al público; incluso la mismísima Teresa Berganza, presente en la sala, se atrevió a levantar las pesas del forzudo con los brazos en alto en pleno foyer. Esos mismos personajes y esos mismos actores (estupendos todos) fueron los que formaron la compañía circense de ambas obras, por lo que pudimos observar con detalle el cuidado trabajo de Pepe Corzo con el sugestivo y alegre vestuario, sin duda uno de los puntos fuertes de toda la puesta firmada con dirección de Ignacio García, que cuenta con aciertos, si bien por momentos no puede evitarse la sensación del “ya visto” en otras producciones. No obstante, siempre es de agradecer optar por esa vía antes que por la de, en ocasiones, vacua innovación que otros colegas toman en aras de una innecesaria e incomprensible originalidad a costa de todo. Sin embargo, con la sensación de deja vù, no es entendible que al final de Pagliacci (y no “I Pagliacci”) por ejemplo, la actitud de Tonio ante lo que ocurre sea tan estática, sin movimiento alguno, al igual que la postura de Canio tras el doble asesinato, al que no ayuda el dramatismo inconsistente de Jorge de León y su débil fraseo, como también pudo sentirse en su aria y en “Un tal gioco, credetemi…”, en el que se acompañó de una marioneta de un payaso, una especie de evidente llamada a su alter ego como si el público no fuera capaz de comprenderlo y una de esas cosas que según las ves aparecer en escena sabes desde el minuto uno que no van a aportar nada bueno. Por suerte no se le siguió dando uso.
Bien planteado y aprovechado la creación del papel de Baydorov en Black el payaso con la interpretación de un magistral Emilio Gavira, aun con la dificultad y doble filo que siempre encierra la inclusión de un narrador en cualquier obra, ya sea teatral, literaria o cinematográfica. Por su parte, Juan Sanz y Miguel Ángel Coso firmaron una escenografía, ensoñadora en Black, realista en Pagliacci, certera en ambas; con gran manejo del escenario rotatorio que ya dio de sí en la anterior producción de Curro Vargas y donde se creó la magia de la carpa de un circo y un palacio con apenas elementos en la primera parte y un precioso carromato en la segunda, que sirvió a las mil maravillas a los requerimientos de la obra de Leoncavallo.
En el foso, la batuta chimpunera de Donato Renzetti, más detallista en la ópera italiana, aunque de inspiración alicorta, que en la partitura de Sorozábal, debiendo destacar desde el minuto uno la maestría y facilidad de nuestro compositor en la creación y recreación de melodías, en las que se ahogó Renzetti en más de una ocasión, además de hacerse evidentes los desajustes con los cantantes, con entradas erradas y un solapamiento constante de la orquesta sobre las voces, especialmente las de las féminas. Correcto el coro, al que no se le dio buen uso en el escenario, al igual que a los figurantes, dando la sensación de escaso trabajo de movimiento sobre el escenario, caótico por momentos, de apelotonamiento en el reducido espacio que quedaba libre en Pagliacci delante del carromato de la compañía.
Juan Jesús Rodríguez triunfó en su cometido de “Panem et circenses” como el payaso que llega a ser rey y calma al vulgo, con una voz recia y bien timbrada y que en los últimos días anunció querer reservar, renunciando a hacer doblete y alternando las fechas con el Tonio de Pagliacci (Sin aviso en el programa de mano u hoja volandera). En su lugar, el payaso deforme lo cantó Fabián Veloz, quien recibió grandes aplausos por parte del respetable, con un canto correcto sí, pero nada nacarado arriba y nasalizado. Muy bien cantados así mismo los secundarios de David Menéndez como Silvio y Rubén Amoretti como White en sus respectivas obras, subiendo ambos los quilates de la producción.
Buena línea de canto la de Javier Galán como Dupont, con resoluciones algo vulgares y adecuado el Beppe (¡No Peppe como se escribe continuamente en los, una vez más, equivocados programa y volandera!) de Miguel Borrallo, en el que se evidencian los tintes líricos del tenor, y algo escasa de proyección la Catalina de Nuria García-Arrés, a quien no ayudó en nada la orquesta de Renzetti.
Maria José Moreno fue un gusto como Nedda y Sofía, si bien ambos roles sobrepasan un ápice su registro grave. La concepción y la construcción de los dos personajes fue realmente inteligente por parte de la granadina, llevando el agua a su molino y dibujando unas mujeres delicadas, de la fragilidad de un cristal que puede cortar cuando es necesario. Mientras que en Black su romanza “Yo que jamás había sentido…” pudo pasar algo desapercibida, fue exquisito el dúo que le sigue “Para mi príncipe” junto a Rodríguez; al igual que el dúo con Menéndez en Pagliacci y su “Stridonolassù”, donde levemente pudo sacar a relucir su manejo de agudos, al igual que su protagonismo en los concertantes de Black. Un poco a la contra ocurre con el Canio de Jorge de León, un trompetazo de voz en gran parte descontrolada pero de gran tirada en el agudo, de refulgente squillo y atronador volumen que te acaba golpeando, de vuelta, en la misma nuca.
En resumen, aunque no se consiguiera “el más difícil todavía”, se anduvo cerca en una gran noche de circo donde la risa se torna tan pronto llanto como serenidad. Pasen y escuchen, que escuchar nunca está de más, máxime aquí, para aprender esta vez que nunca hay que subestimar a aquellos que se toman la vida o hacen que nos tomemos la vida con sentido del humor… ¡Y qué vivan los payasos!
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