Crítica de Raúl Chamorro Mena de la ópera Bianca e Falliero de Rossini, en el Festival Rossini de Pésaro
Vuelve el Palafestival con una estimable Bianca e Falliero
Por Raúl Chamorro Mena
Pesaro, 11-VIII-2024. 20 horas. Auditorium Scavolini. Rossini Opera Festival. Bianca e Falliero (Gioachino Rossini). Jessica Pratt (Bianca), Aya Wakizono (Falliero), Dimitry Korchak (Contareno), Giorgi Manoshvili (Capellio), Carmen Buendía (Constanza), Niccolò Donini (Priuli), Claudio Zazzaro (Ufficiale). Coro del Teatro Ventidio Basso. Orquesta Sinfónica Nacional de la RAI. Dirección musical: Roberto Abbado. Dirección de escena: Jean-Louis Grinda.
Hace 20 años, en mi primera visita al Festival Rossini de Pesaro, recuerdo una representación de Tancredi en el Palafestival, el palacio de los deportes, situado en Viale dei partigiani. Al año siguiente, este enclave albergó su última función en el ROF, dentro de la incesante búsqueda de recintos que complementen, como sedes del certamen, al Teatro Rossini, también, a su vez, afectado por diversas reformas.
Por fin, el ahora denominado Auditorium Scavolini se ha reincorporado a la actividad del Festival. Como he subrayado, se encuentra situado en plena ciudad de Pesaro, Viale dei Partigiani, frente a la lejanía y frialdad del Adriatic -actualmente Vitrifrigo- Arena. Para la ocasión, el antiguo Palazzo dello sport ha acogido la ópera de 1819 Bianca e Falliero, la número 30 del catálogo rossiniano y quinta y última de las estrenadas en el Teatro alla Scala de Milán. Ópera poco frecuente en las programaciones y que concitó en su estreno un fuerte contraste entre la negativa acogida de la crítica y la muy favorable del público, que le otorgó hasta 39 reposiciones, una cifra reseñable para la época. Desde luego, la obra contiene numerosas bellezas, orquestación refinada -destinada a la orquesta de La Scala- inspirada escritura para la voz y números de conjunto de gran brillantez, que encuadran la insuperable combinación de idealización y drama, tesoro del Cisne de Pesaro.
La trama del libreto de Felice Romani puede resultar algo convencional, pues en el marco de enfrentamientos militares y conjuras políticas, se desenvuelve la fundamental relación amorosa entre Bianca y el héroe militar Faliero contrapuesta al matrimonio que el padre de la primera, Contareno, ha pactado con su hasta entonces enemigo Capellio y que pondrá fin a disputas hereditarias ancestrales. La irrupción de Falliero en la boda de Bianca anticipa la de Edgardo en la Lucia Donizettiana, dando lugar a un gran concertante de puro clímax teatral, culminando la ópera en final feliz con el correspondiente rondò catártico de la protagonista, para el que Rossini reelaboró el «Tanti afetti» de La donna del lago, estrenada tres meses antes en Nápoles. La ópera fue recuperada en 1986 por el ROF con un elenco formado por Marilyn Horne, Katia Ricciarelli y Chris Merritt, bajo la dirección musical de Donato Renzetti.
En el reparto convocado en esta edición destacó el tenor Dimitry Korchak en la mejor prestación que le he visto, teniendo en cuenta, además, la enorme dificultad de un papel tan exigente como Contareno, que pide un baritenore. Korchak demostró lo que puede hacerse con una voz no bella, pero impecablemente colocada, homogénea y con control absoluto sobre la misma. Dominador del estilo, Korchak resolvió con nota el inclemente canto di sbalzo -basado en saltos interválicos- constante en su parte, así como la coloratura di forza y los acentos vehementes. Todo ello con seguridad, sin exageraciones, sin comprometer nunca su organización vocal, ni el legato y la línea canora. Ejemplo de ello fue su espléndida interpretación de la escabrosa aria tripartita del primer acto «Pensa che omai resistere».
Notable la Bianca de Jessica Pratt, afín a los modos de soprano angelicato de su parte, pero que tiene los arrestos de enfrentarse al padre y defender su amor por Faliero. Pratt usa sus armas y brilla en la coloratura aérea y los sobreagudos, algunos interpolados, lo cual es lícito en bel canto al igual que los adornos y abbellimenti, mientras lo ampare el buen gusto y la musicalidad. Alguna nota no fue perfecta, pero Pratt demostró su dominio de los resortes belcantistas, legato, dinámicas, ataques limpios y brillantes cadencias con volate y escalas bien resueltas. Extrajo toda la brillantez virtuosística de su gran escena final.
Falliero es un papel de contralto musico o in travesti con todas las letras y una gran exigencia en extensión y fibra dramática. Rossini sentía particular debilidad por esta cuerda, que, por diversas razones, pudo utilizar sólo puntualmente en su período Napolitano. «La contralto es el pilar al que se deben subordinar las demás voces e instrumentos en una composición musical plena» afirmaba el Maestro en una carta a Luigi Ferrucci.
La elección de Aya Wakizono se reveló como un claro error de cast y resultó insuficiente a todas luces para resolver las exigencias del papel. Voz desguarnecida, pobretona, de soprano corta, sin graves, ayuna de redondez y terciopelo. La cantante es musical y elegante, sí, pero cuenta con escasa fantasía y variedad en su canto. En el aspecto dramático, Wakizono, a pesar de su innegable compromiso, acreditó escasos carisma y personalidad lo que provocó, que las cuitas del general nos interesen menos de lo que debieran. Rocoso, pero un tanto tosco, el Capellio del bajo Giorgi Manoshvili, más bien envarado en escena. Cumplieron bien los comprimarios Carmen Buendía, Niccolò Donini y Claudio Zazzaro.
Valiosa la dirección musical de Roberto Abbado a pesar de alguna pesantez, pues obtuvo una magnífica prestación de la Orquesta Nacional de la RAI, compacta, con gama de colores y equilibrio en todas sus secciones. No faltaron bellos detalles, como la hermosa introducción al la cavatina de Bianca, en la labor de Abbado, refinada, como es ineludible en Rossini y con apropiada factura teatral.
Encontré insuficiente el Coro del Teatro Ventidio Basso, apagado y falto de presencia, especialmente una sección femenina desempastada y ratonera.
Lo mejor que puede destacarse de la puesta en escena de Jean Louis Grinda es su eficacia, pues sin apenas detalles ni ideas, expuso la obra con coherencia y de forma inteligible e, incluso, ofreció algún momento visualmente bello, como la postal del comienzo del segundo acto con una Luna llena entre nubes enmarcando una sugestiva Venecia nocturna.
Fotos: Festival Rossini de Pesaro
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