Bertrand de Billy dirige a la Real Orquesta Sinfónica de Sevilla en el Teatro de la Maestranza de la ciudad andaluza
Un Mahler sevillano
Por Álvaro Cabezas | @AlvaroCabezasG
Sevilla, Teatro de la Maestranza. 18-11-2022. Real Orquesta Sinfónica de Sevilla; Bertrand de Billy, director. Programa: 5ª sinfonía, en Do sostenido menor, de Gustav Mahler.
Lo primero que me llamó la atención al ir al Teatro de la Maestranza para asistir a la interpretación –después de ocho años de ausencia en los atriles de la orquesta, ya que la última vez que fue interpretada lo hizo de la mano de Pedro Halffter en 2014–, de la portentosa Quinta sinfonía de Mahler fue que figurase como obra única en el 4º programa de abono del ciclo Gran Sinfónico. En aras de fomentar el entretenimiento y disfrute de un público ávido de experiencias musicales que le marque –pensemos en los muchos jóvenes que asisten al teatro por primera vez y que recordarán estas como sus inaugurales «versiones de referencia» de las grandes obras del repertorio sinfónico–, quizá hubiese sido más imaginativo programar esta pieza con alguna otra y superar así la duración de 70 escasos minutos que, sin descanso, pasamos en el coliseo sevillano, hasta alcanzar la hora y media u hora y tres cuartos que, con la consabida y apreciada pausa –necesaria para comentar y socializar, pero también interesante a efectos económicos–, se colmasen el par de horas que, como es habitual, debe durar cualquier experiencia cultural que se precie. En descargo del maestro y del programador habría que señalar que es cierto que grandes directores han ofrecido esta obra en solitario –Karajan lo hizo así con los Berliner Philharmoniker en 1972–, convencidos, imagino, de la grandeza y carácter único de esta partitura, pero, también es verdad que otros muchos directores considerados puros mahlerianos la han dispuesto junto a otras obras sin que se le cayesen los anillos y con ello han sabido crear expectativas, contrastes y una vivencia enriquecedora. Tanto Seiji Ozawa como Lorin Maazel o Claudio Abbado han precedido la Quinta de Mahler de otras obras de carácter más clásico –los conciertos para violín nº 3 y nº 5 de Mozart, algunos conciertos para piano del salzburgués como el nº 23 o, más frecuentemente, el nº 27 o, incluso de algunas de sus sinfonías, como la nº 29, nº 39 o la nº 40–, aunque otras veces han actuado de teloneros de este Mahler, Haydn con algunas de sus sinfonías, Schubert con su 5ª y 8ª sinfonías, o –cargando de romanticismo y emoción la velada–, los conciertos para violín de Brahms, Mendelssohn o Tchaikovsky, incluso algunas otras piezas densas como la obertura y ballet de Tannhäuser de Wagner o el poema sinfónico de Muerte y transfiguración de Richard Strauss. Los más avanzados –Harding, más recientemente, por ejemplo–, han unido la Quinta sinfonía de Mahler con alguna obra de la Segunda Escuela de Viena o incluso con alguna pieza contemporánea de estreno. Sin embargo, aquí nuestra Sinfónica se centró en una única obra, de enorme complejidad, sin duda, pero que podía haber sido acompañada por otra que abriese plaza.
En cualquier caso, aunque el concierto duró poco y se hizo corto, estuvo pleno de significados y excitación sensorial. Mahler es un compositor muy querido y valorado en Sevilla. De hecho, podríamos pensar que –como le confesó Gorbachov a Claudio Abbado durante una gira por la antigua URSS de los Berliner Philharmoniker, la música de Mahler le era muy conocida porque, sin saberlo–, constituía la banda sonora de su vida hasta entonces, algo perfectamente extrapolable a la Sevilla de antes y a la de ahora. En este Mahler –muy distinto al de los ciclos de canciones, al de las sinfonías corales –la 2ª, la 3ª o la 8ª–, incluso al crepuscular de la 9ª o 10ª sinfonía, se reúne la gracia vienesa que aquí colinda tan bien con la gracia regionalista de los años veinte y treinta de la centuria pasada, pero también la profundidad reflexiva y sentimental del Adagietto que en la ciudad del Guadalquivir solo parece hablar de amor correspondido o, por último, el virtuosismo animoso del scherzo y del finale que, con toda la fuerza y la garra posible, te anclan primero a la butaca y después te hacen levitar a la salida del teatro. Qué bien le sienta Mahler a Sevilla y qué bien lo interpreta esta orquesta que atesora, entre lo mejor de su trayectoria, el haberlo tocado con corazón y éxito muchas veces. Por ello nos extrañó tanto la elección del maestro Bertrand de Billy para interpretar a Mahler y, concretamente, esta sinfonía, porque no teníamos referencias previas al respecto. Este director ha desarrollado la mayor parte de su carrera en Austria y Alemania y ha alcanzado algunos éxitos recreando el repertorio francés en aquellos lugares, especialmente en la Wiener Staatsoper, donde llegó a ser uno de los principales directores invitados para, cuando no encontró el suficiente respaldo, abandonar la casa por un tiempo. No creemos que sea, por tanto, un auténtico mahleriano, pero si el maestro ha decidido recorrer ese camino y pensado que la orquesta de Sevilla era el vehículo ideal para alcanzar sus propósitos, bienvenido sea, porque lo hizo muy bien.
Es cierto que la lectura de la obra fue muy acelerada y que faltó siempre o casi siempre espacio, silencios, sosiego y cierto dramatismo y densidad. Pero también lo es que de Billy se centró en todo momento en cumplir con la partitura y que la orquesta respondió a todas sus exigencias con inteligencia y solventando con brillantez las dificultades. Salvo algún sonido un tanto desabrido de los metales en alguno de los muchos momentos en los que intervinieron, la formación orquestal estuvo en plena forma, especialmente las cuerdas, con los violines en vanguardia y las violas, violonchelos y contrabajos rubricando toda la línea melódica. Ciertamente fue una progresión, un trabajo que se incrementó con el correr del tiempo. Así el primer movimiento fue lo menos impactante y decisivo y pasó como un leve ejercicio de proeza técnica. Los sentimientos comenzaron a aflorar en el segundo y el tercero, llegando a altas cotas de belleza, pero también arriesgando mucho. La orquesta estaba plenamente concentrada y los gestos del director, sin ser muy expansivos, eran elocuentes con respecto a lo que deseaba. La prueba del esfuerzo más llamativa la ofreció el solista de la sección de violas, cuyo instrumento sufrió un desperfecto en la noche del viernes, algo que lo obligó a seguir tocando con la viola de un compañero mientras la suya era reparada. El director se percató de este detalle al cambiar de movimiento, pero siguió adelante con todo el equipo. El scherzo fue, quizá, lo mejor de la función, lo más puro y genuinamente mahleriano, con un sonido ancho y revitalizado, aunque, como hemos dicho, parecía proyectarse un tanto acelerado. El último tramo sonó con fuerza y resultó impresionante, pero por momentos, también, algo confuso y desdibujado, siendo el último compás no tan resultón como suele recordarse. Aún así, el público estaba extasiado y hubiera querido escuchar algo más a continuación, pero, claro, ¿quién puede aportar algo tras tocar un Mahler así? Enhorabuena a la orquesta y al director, queremos más Mahler en Sevilla. Lástima que haya que esperar hasta el mes de enero para el siguiente programa de abono y hasta abril para el próximo concierto con obras de Mahler. Nos recrearemos en el recuerdo de esta curiosa Quinta sinfonía del maestro bohemio bajo la batuta de Bertrand de Billy para hacer más llevadera la espera.
Fotos: Guillermo Mendo Murillo
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