Por Miquel Gené
Requiem. Bernat Vivancos. Neu Records, 2015. Latvian Radio Choir; Sigvards Klava, director; Pau Codina, violoncello solista.
Requiem es el segundo trabajo fruto de la colaboración entre Bernat Vivancos, el Latvian Radio Choir y el sello de música contemporánea barcelonés Neu Records. El disco presenta la primera y excelente grabación del Requiem que Vivancos ha escrito en memoria de su padre y que quiere ser “un canto a la contemplación de la vida, de la muerte y de la trascendencia”. La presencia del Latvian Radio Choir, un coro de amplio registro estilístico y con una enorme calidad técnica, la grabación de Neu Records, siguiendo unos estándares de alta definición y disponible en distintos formatos -desde el estéreo clásico a la versión surround 5.1- y el cuidado diseño del soporte físico nos sitúan delante de un producto de alta calidad, en la línea de producciones como las de ECM o Harmonia Mundi.
Bernat Vivancos vive en un mundo poliédrico, no unívoco, en el que aquello más oscuro puede ser a la vez lo más luminoso, donde lo más solitario y silencioso nos puede abrir las puertas a la hermandad universal y a una nueva vida. No es extraño, pues, que haya concebido su Requiem desde una perspectiva original, sin seguir los textos de la liturgia católica: “Quiere ser una meditación luminosa sobre la trascendencia, con una propuesta de transversalidad, en la que la elección de unos textos y reflexiones abierta y plural responde a una visión aconfesional del final de la existencia humana”. Así, Vivancos usa desde el texto litúrgico para el Aeternam hasta un fragmento científico que explica el proceso de putrefacción del Journal of Forensic Sciences para introducir el Lasciatemi morire, pasando por el Evangeli gaudium del Papa Francisco, un texto del poeta Kahlil Gibran en su oda al amor generoso en L’amour, le temps, textos del Llibre Vermell de Montserrat o partes del Addition aux Pensées philosophiques de Denis Diderot.
Esta visión poliédrica de la existencia queda representada también por la música, para la cual Vivancos encuentra en el coro un instrumento perfecto. A través de él puede expresar la relación esquiva y compleja que se establece entre las partes y el todo. Cada voz, cada línea melódica, mantiene su lugar propio, y en él encuentra espacio para expresarse y desarrollarse de forma individual. A la vez, todas estas voces generan un espacio mayor, que las supera a todas y que las contiene, las arropa y les da un sentido más amplio, más allá de su propia existencia. Un sentido que podría ser el del amor que propugna L’amour, le temps, que, en las palabras de Kahlil Gibran, ama sin ahogar, sin negar la individualidad del otro y del uno.
La manera como Vivancos trata el coro también es múltiple. Siempre con una visión de instrumento global, a menudo el sonido resultante es claramente orquestal. A ello ayuda la variedad de registros tímbricos que proporciona el Latvian Radio Choir, capaz de esconder su calidad humana y presentar su sonido como algo abstracto, alejado de toda corporalidad. Una corporalidad que, desde otra perspectiva, Vivancos sabe transmitir a cada una de sus notas en una relación fundamental que atraviesa y sostiene toda la obra: la de atracción. El motivo de tres notas descendentes en que se basa el Requiem queda, de este modo, fragmentado en una relación más pequeña y fundamental, aquella que atrae a dos cuerpos el uno hacia el otro, y que da sentido a la continuidad del tiempo y de la vida. Es la relación que se establece en el núcleo del ser humano en las tres fases existenciales que describe el Padre Josep Maria Carmona en el texto que introduce el Lux Perpetua: la de la formación en el seno de la madre, la del tránsito entre el nacimiento y la muerte y la de acogida por el Padre. Relaciones de uno a uno, direccionadas por la inevitabilidad del cambio de estado (del no ser al ser, de la vida a la muerte, del ser humano hacia Dios), representadas en el movimiento entre notas, en el interavlo musical que llena el vacío del silencio, y que proporciona un sentido de necesidad de resolución, de movimiento imparable hacia delante.
El discurso que propone Vivancos a partir de este material se basa en una armonía sencilla, triádica y sujeta a centros tonales claros, pero que no por ello pierde intensidad emocional (más bien al contrario) ni capacidad para generar potentes efectos (como la resolución de una escala lidia en su sexto grado rebajado: la luz). Su gusto por el trabajo textural, con el que adelgaza o engorda el sonido, lo solidifica o lo hace vaporoso, proporciona una sensación de arquitectura sonora, de espacio tridimensional que se dilata y se encoge. El contraste, elemento central en la construcción de la dirección, queda expresado en términos de textura y de intensidad sonora.
El coro de Vivancos toma una nueva dimensión tímbrica cuando le incorpora, en el Lasciatemi morire, un cuarteto de violonchelos Y violonchelo solista, “expresión del dolor de la muerte y del cara a cara con la evidencia de un final inevitable, la putrefacción del cuerpo humano, hecho tierra, hecho materia, hecho ceniza”. El cuarteto se mueve dentro de unas cordenadas sonoras totalmente distintas a las del coro, buscando sonidos tensos que nos llevan a una estética cercana al expresionismo alemán. El solista, por su parte, se mueve en parámetros más románticos. Esta mezcla tímbrica y expresiva genera una nueva calidad sonora: un coro enriquecido con nuevos timbres que se asimilan a la voz, pero que no lo son, que parecen sintéticos, pero que no lo son, a la vez que las voces parecen querer acercarse a las cuerdas. Una mezcla perfecta donde, esta vez sí, las partes se disuelven en el todo.
El resultado de todo ello es una música, la de Bernat Vivancos, que en las voces del Latvian Radio Choir se nos revela de una riqueza material y conceptual extraordinaria y de una belleza extrema. Con una mezcla indisoluble de opuestos –intensidad y reposo, actividad y calma- que nos habla, desde lo más profundo, de la complejidad del mundo en el que nuestro espíritu nace, se desarrolla y, quizá, trasciende.
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