«En definitiva, una interpretación memorable con un veterano y sabio maestro al frente de una orquesta de ensueño»
Por Raúl Chamorro Mena
Amsterdam, 14-XII-2018, Concertgebouw. Concierto para piano nº 23 Kv 488 (Wolfgang Amadeus Mozart), Mitsuko Uchida, piano. Sinfonía núm.6 -Edición Nowak 1952- (Anton Bruckner). Koninklijk Concertgebouworkest (Orquesta Real del Concertgebouw de Amsterdam). Dirección: Bernard Haitink.
Se siente una emoción especial al entrar en el Concertgebouw de Amsterdam, legendaria sala de conciertos inaugurada en 1888 y por la que han desfilado tantas glorias de la música de todos los tiempos. Esa impresión se acentúa al caminar por sus pasillos y dependencias, ante las pinturas y bustos de Eduard van Beinum, Vladimir Horowitz, Arthur Rubinstein, Kirill Kondrashin, Eugen Jochum, Mariss Jansons, Riccardo Chailly… y sobre todo, Gustav Mahler, que tantas veces dirigió a la Orquesta del Concertgebouw y Willem Melgenberg, que fue su titular durante ¡¡¡50 años!!! y la situó como una referencia mundial.
Otro de los músicos especialmente ligado a la orquesta que lleva el nombre del recinto, Bernard Haitink -titular de la misma durante más de 25 años- se subía al podio de este concierto, que a la postre, resultó memorable. A sus 89 años, Haitink ha de ayudarse ya de un bastón para caminar (en el mes de junio pasado sufrió una caída en la propia sala del Concertgebouw), pero, sin embargo, dirigió buena parte del concierto de pie y demostró encontrarse en el ápice de su magisterio musical.
Desde el comienzo del espléndido Concierto para piano número 23 de Mozart se apreció la fabulosa acústica de la bellísima sala, así como el primoroso sonido de la que es una de las mejores orquestas del mundo. Una cuerda sedosa, brillante y pulida y unas maderas de una subyugante exactitud y esplendor tímbrico bordaron la introducción del concierto, antes de que la gran pianista japonesa Mitsuko Uchida atacara las primeras notas del piano con un sonido bello y delicado, pero algo mermado de brillantez, riqueza y caudal. Ni esta circunstancia, así como alguna que otra nota abierta empañaron una intepretación de notable nivel, que tuvo como cima el adagio del segundo movimiento, en el que el fraseo elegantísimo, pleno de clase, musicalidad y sabiduría de la Uchida brilló con luz propia, con esa capacidad para extraer la esencia de la melodía y exponerla tanto en lo musical como en lo expresivo, que atesoran los grandes artistas. Todo ello desde el aplomo y la mesura, en plena comunión con el tan atento como refinadísimo y transparente acompañamiento de Haitink. La aquilatada técnica y seguridad virtuosística de la Uchida se impusieron en el Rondò a pesar de que la ejecución no fue todo lo limpia -las notas no surgieron con la suprema nitidez-, que cabría esperar.
La Sexta sinfonía no es, ni mucho menos, de las más interpretadas del catálogo de Anton Bruckner a pesar de que el propio autor la calificó de la «más audaz» y que no comparte con la mayoría de sus hermanas, tanto el problema de los retoques y cambios del compositor como la polémica de las versiones, ediciones críticas etc... Se interpretó la edición de Leopold Nowak de 1952, la comúnmente aceptada y lo primero que hay que subrayar, reconociendo que no tengo intención alguna de morigerar el apasionamiento que me embarga, es la monumental y colosal interpretación de Bernard Haitink al frente de la Real Orquesta del Concertgebouw de Amsterdam, que demostró, una vez más, ser una de las mejores del mundo. En el Majestoso inicial Haitink demostró su capacidad de siempre para construir, además de ofrecer un sonido compacto, denso, vigoroso, como corresponde, pero al mismo tiempo, de una diáfana claridad en las texturas. Una cuerda aterciopelada, de sonido tan amplio como empastado, terso y brillante, unas maderas auténticamente deslumbrantes y unos metales de una seguridad y fulgor, realmente cegador, con una magistral batuta al frente aseguraron todo el clima de misterio de este primer movimiento. El segundo fue realmente mágico con una orquesta “cantando” los temas con dinámicas primorosas y una marcha fúnebre de una belleza embriagadora, que dejó al público sin respiración. Al final del movimiento, Haitink lanzó un beso a la orquesta y la sala estalló en una gran ovación. Por encima de las reglas, que nunca pueden ser rígidas e inflexibles, está la espontaneidad del público, que aún estando al final del segundo movimiento no pudo reprimir la catarsis del aplauso y los vítores, sobrecogido ante tanta belleza. Tengo que confesar que durante toda la noche y el día siguiente al concierto ha acudido una y otra vez a mi cerebro la energía rítmica de la cuerda, el diálogo de esta con las maderas (gloriosas) y el contraste entre todos los motivos rítmicos del tercer movimiento. Fabulosas también las trompas en este capítulo y durante todo el concierto. El último movimiento puso brillantísimo broche de oro a una inolvidable interpretación. En definitiva, Haitink integró sentido de la construcción (fundamental siempre la arquitectura global en Bruckner), con capacidad para resaltar los abundantes constrastes rítmicos que contiene esta sinfonía, todo ello con impecable equlibrio, tempi coherentes y plena colaboración de una orquesta sobresaliente en estado de gracia en todas sus secciones y que ofreció un sonido fascinante.
En definitiva, una interpretación memorable con un veterano y sabio maestro al frente de una orquesta de ensueño. Ovaciones clamorosas que no duraron más, sin duda, para no obligar al veteranísimo maestro a más salidas a recibir los vítores del público.
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