Berlín. 05/03/2015 Philarmonie. Temporada de la Berliner Philharmoniker. Beethoven: Concierto para violín y Sinfonía no. 6 Pastoral. Isabelle Faust, violín. Bernard Haitink, dir. musical.
De algún modo es posible afirmar que no hay talento sin oficio, del mismo modo que no hay oficio sin talento. Esto es, aquello tan traído de que más vale que la inspiración de las musas nos pille trabajando. Con la figura de Bernard Haitink se reedita una y otra vez esta discusión. Y es que durante mucho tiempo, en las décadas centrales de su trayectoria, con titularidades de tanto peso como la del Concertgebouw (1964-1988), la London Philharmonic (Director Principal de 1967 a 1979) o el Covent Garden (1987-2002) no fue considerado como otra cosa que un eficacísimo Kapellmeister cualquiera, con esporádicos días de mayor brillo, un poco como le sucedió también a Sawallisch en las coordenadas germanas y como le sucede ahora a Jansons, que nunca imagino el renombre que ahora atesora. Y a estas alturas, recién cumplidos los 86 años, cuesta todavía decantar la discusión hacia uno de esos dos polos, porque en el enfoque de Haitink sigue primando, las más de las veces, el oficio sobre el talento. Ahora bien, hablamos de un oficio que no se limita a cumplir de un modo conservador, sino que intenta agotar las partituras a las que se enfrenta, en busca de interpretaciones casi enciclopédicas, claras, luminosas, referenciales pero sin genio. Y es que tampoco es Haitink un director de gesto personal y estimulante; más bien al contrario, su pulso se antoja a menudo poco teatral, apenas poético. Su batuta tiene más bien los trazos, limpios, claros y elegantes, de una vieja escuela tan artesana como intelectual, que entiende superfluos los ademanes.
Lo cierto es que de algún modo el propio Haitink ha cultivado esa imagen antes citada, como Kapellmeister de primera división, y sólo hoy, ya consagrado como una batuta longeva, se procede a revisar un tanto su legado, donde junto a ese oficio incuestionable se dejan entrever también gestas de marcado talento. Haitink, por cireto, debutó con la Filarmónica de Berlín allá por el lejano 1964, es decir, hace más de cincuenta años, que se dice pronto. En esta ocasión, aunque dio algunas muestras de cansancio, pudimos comprobar que se mantiene en un estado de forma física y mental tan admirable como envidiable. El programa presentado tenía una notable coherencia interna, aunque era a decir verdad bastante conservador. La Sinfonía no. 6 se estrenó en un singular concierto el 22 de diciembre de 1808, en una velada de cuatro horas de duración en las que el propio compositor hizo las veces de solista al piano y de director musical, estrenando asimismo el Cuarto concierto para piano, la Sinfonía no. 5, la Fantasía Coral y otros fragmentos. Las crónicas hablan de aquel concierto como algo memorable, no sólo por la enorme duración del concierto, sino por la revelación que supusieron algunas de las partituras desveladas entonces. A decir verdad, la sinfonía No. 6 quedó un tanto eclipsada por el mayor impacto de la Quinta. Por su parte, el Concierto para violín tuvo su primera lectura en público en 1806, pero no gozó de veradera popularidad y reconocimiento hasta que que cayó en manos del joven violinista Joseph Joachim, que lo interpretó en mayo de 1844 en Londres.
El concierto para violín de Beethoven posee no tanto una estructura singular como sí un discurso genuino, con ese larguísimo primer movimiento y habida cuenta de los inhabituales roles que orquesta e instrumento solista desempeñan, hablándose de igual a igual, no siendo la primera un mero respaldo y acompañamiento del segundo. La violinista alemana Isabelle Faust lleva ya un par de décadas bregando por ser una de las solistas de referencia, sin llegar no obstante a tener el renombre de otros colegas. Ello no obsta para que sea una violinista de gran solvencia, aunque de nuevo, como con Haitink, con más oficio que talento. Faust grabó esta misma partitura de Beethoven con Abbado, en un CD editado en 2012 por Harmonia Mundi. Su enfoque posee intensidad, sí, y firmeza técnica, más allá de algún titubeo en el segundo movimiento, pero no termina de levantar el vuelo, no fascina. Faust se mostró de hecho netamente más brillante en los pasajes con más énfasis y vigor que en los que requieren un intérprete con magnetismo, capaz de suspender el tiempo y generar algo especial con su instrumento. La suya fue, en suma, una interpretación no pluscuamperfecta, más intensa que exacta, levemente emborronada aquí y allá y un tanto tibia. Faust por cierto, en una peculiar vuelta de tuerca, interpretó la cadencia en una adaptación de la edición para piano y orquesta salida de manos del propio Beethoven.
Cuando Beethoven estrenó su sinfonía No. 6 le dio el elocuente sobretítulo de “recuerdos de la vida campestre”. Se trata no en vano de su única sinfonía con contenido programático, con indicaciones expresas para cada movimiento, algo que no ha de tomarse con literalidad sino más bien como un apunte inspirador, a modo de imagen más que a modo de escena. Estamos ante una partitura que irradia a partes iguales paz y santidad que esa terrible inquietud que a veces sugiere el encuentro con la naturaleza, que puede ser tan plácida como siniestra. Para nuestro gusto Haitink plasmó una versión contemplativa en exceso, bucólica en demasía, visto el discurrir de los movimientos centrales, antes de la tormenta, donde el vigor requerido fue sin embargo más arquitectónico que dramático. Haitink dirigió con con decisión y claridad pero sin ambición, buscando una versión convencional, de gran coherencia interna, sin florituras ni virtuosismos. Tan al servicio de la partitura se mostró Haitink que a la postre su batuta terminó por diluirse bajo ese enfoque, amdirable y firme, pero limitado. Por cuanto hace a la respuesta de la Filarmónica de Berlín, lo mismo en esta sinfonía que en el previo concierto para violín, sólo cabe hablar de ella como lo que fue, una ejecución primorosa, a la altura de una partitura plagada de detalles mínimos que muy de tanto en tanto se pasan por alto, emborronados. Nos quedamos sobre todo con el magistral entramado desplegado por las cuerdas, de una textura gloriosa, rica y variada.
Por cierto, y nota al margen, también hay gente maleducada en Alemania, no nos vayamos a pensar que estas cosas sólo nos pasan en España: y es que una acalorada discusión a plena voz entre varios asistentes de las primeras filas retrasó el inicio del segundo movimiento del concierto para violín, con un Haitink lógica y visiblemente molesto.
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