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Crítica: Debut de Benjamin Grosvenor en el ciclo «Grandes Intérpretes» de la Fundación Scherzo

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Autor: Pedro J. Lapeña Rey
11 de octubre de 2018

Puro talento

   Por Pedro J. Lapeña Rey
Madrid. Auditorio Nacional. 9-X-2018. Ciclo Grandes intérpretes de la Fundación Scherzo. Benjamin Grosvenor, piano. Suite francesa nº5 en sol mayor, BWV 816 de J. S. Bach. Sonata nº13 en si bemol mayor, K. 333 de W. A. Mozart. Barcarola op. 60 de F. Chopin. Dos piezas de Goyescas: Los Requiebros, y La maja y el ruiseñor de Enrique Granados. Gaspard de la Nuit de Maurice Ravel.

   Lo que son las cosas. Los que hemos seguido la incipiente y brillante carrera del joven pianista británico Benjamin Grosvenor esperábamos con anhelo su recital de debut en Madrid en el Ciclo de Grandes Intérpretes. Y sin embargo, una buena parte de la afición madrileña no debió pensar así, ya que en el Auditorio Nacional no habría más de media entrada. Ellos se lo perdieron, porque ha sido un recital del que nos acordaremos en el futuro.

   A diferencia de la mayor parte de los colegas de su edad que pasan una parte importante de su juventud de concurso en concurso, el británico no ha aparecido por ellos. Su apuesta por el espaldarazo que hoy en día supone estar en la órbita de la BBC, le llevó a ganar la final de la «BBC Young Musician Competition» en 2004 con solo 11 años, y a participar entre 2010 y 2012 en el Programa «New Generation Artists». Gracias a ello, debutó en los PROMS –nada menos que en la Noche inaugural de 2011 con solo 19 años– y en las temporadas de las cuatro orquestas de la Radio pública británica. Su innegable talento tampoco pasó desapercibido para la Decca, que con su fichaje le convirtió en el pianista mas joven que haya grabado algún disco con el legendario sello británico, donde ya ha cosechado dos Diapasond'Or.

   El pasado mes de febrero reseñamos su debut con orquesta en Madrid en el ciclo de Ibermúsica, con un Concierto para piano y orquesta n°2 en si bemol mayor de Ludwig van Beethoven muy esperanzador junto a la Orquesta Gürzenich de Colonia y François-Xavier Roth. Y las expectativas generadas se van cumpliendo.

   El programa de ayer, variado y con obras que abarcaban dos siglos, fue una especie de muestrario de sus compositores mas afines –Bach, Mozart, Granados o Ravel–, músicos que le han acompañado desde el principio de su carrera. Mostró el pianista británico muchas virtudes basadas en un gran nivel técnico, en un fraseo elegante, en un sonido muy cuidado y en una pulsación límpida y cristalina, y también algún pequeño defecto con el uso del pedal. Igualmente nos mostró que tiene las ideas muy claras –al menos lo claras que se pueden tener a su edad– y una facilidad innata para edificar las obras.

   En la Suite francesa nº5 de Bach huyó de criterios historicistas e hizo una versión que muchos pueden considerar demodé, pero que fue muy atractiva. Demostró un gran sentido del equilibrio, con un sonido brillante pero contenido. Su viaje por las distintas danzas fue revelador con una Allemande de tiempo vivo, dicha con elegancia y con trinos de gran factura. En la Courante nos invitó a bailar con alegría, y en la Zarabanda fraseó de nuevo con elegancia aunque quizás con exceso de languidez. Gavotte, Bourrée y Loure destilaron encanto, y la Giga final, casi cristalina, tuvo el impulso y el ritmo apropiado. Llegaron los primeros bravos y nos dispusimos a entrar en el mundo mozartiano.

   Pudimos leer en el programa de mano que «su forma de entender el piano se inscribe en la tradición romántica». Sin embargo, su visión de la Sonata en Si bemol mayor, K. 333 fue muy clásica, quizás en exceso. Y no lo digo en sentido peyorativo sino con admiración. Su sentido del equilibrio fue admirable y su digitación cristalina. El Allegro inicial contrastó admirablemente con el Andante cantábile donde respiraba y fraseaba con contención. El Allegretto final fue lo grazioso que indica su denominación. Una interpretación ejemplar a la que por poner un pero, le faltó algo de gradación dinámica, un punto más de empuje. Con todo, las ovaciones y los bravos fueron generalizados.

   De nuevo evidenció un gran sentido de la construcción en la Barcarola de Chopin, pero para mi gusto, le faltó esa tristeza melancólica que desprende la obra. Mucho mejor las dos piezas de Goyescas que nos brindó a continuación. Unos Requiebros tocados con hondura y pasión, cuidando la compleja rítmica, dando siempre el toque preciso en los tresillos, y recreándose en los adornos. En La maja y el ruiseñor sacó toda la carga dramática de la pieza. Faltó quizás el último toque idiomático, difícil y complejo incluso para pianistas de la tierra, pero fue toda una gozada ver hasta qué punto se implicó en la música de Granados, un autor al que por otra parte, lleva tocando desde sus inicios.

   Si hasta ese momento el recital se saldaba con nota, lo mejor estaba por llegar. Un Gaspard de la nuit de Ravel –probablemente la obra cumbre del piano francés con permiso de Los Preludios de Debussy– de un altísimo nivel, donde nos volvimos locos con las escalas y los trémolos de Ondine, y con la locura de arpegios, acordes interválicos o trémolos tocados con enorme expresividad y vivacidad brutal de Scarbo. En medio de ambos movimientos, un Le Gibet solemne, grandioso, casi regio, desplegado a un tempo lento, muy lento, que se elevó a la cumbre de la velada.

   La respuesta del público estuvo al nivel de la interpretación. Toda una colección de bravos que fueron correspondidos con dos obras fuera de programa. El éxito fue total, y… el Auditorio con media entrada. Los que no vinieron se lo perdieron.

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