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CRÍTICA: 'BELISARIO' EN EL TEATRO DONIZETTI DE BÉRGAMO

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Autor: Andrea Merli
3 de octubre de 2012
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Teatro Donizetti. 21/09/12. Belisario.  Gaetano Donizetti. Francesco Palmieri. Dario Solari. Donata D'Annunzio Lombardi. Annunziata Vestri. Andeka Gorrotxategui. Sonia Lubrini. Andrea Biscontin. Carlo Bonarelli.  Francesco Cortinovis. Francesco Laino. Director musical: Roberto Tolomelli. Director de escena: Luigi Barilone

BELISARIO CONQUISTÓ

      "Belisario" de Donizetti no es uno de los títulos más conocidos del compositor de Bérgamo. La ópera se estrenó en el Teatro La Fenice de Venecia tras el apoteósico éxito alcanzado pocos meses antes en el Teatro di San Carlo de Nápoles por la más popular Lucia di Lammermoor. incluso su propio autor tuvo la franqueza de confesar que la ópera napolitana era superior a la que se ofrecía en la ciudad lagunar, lo que comprensiblemente mosqueó el público veneciano, que en aquel entonces era todavía más susceptible que el de la época actual en lo que a rivalidades regionales y de "campanilismo" (guerra de campanarios, muy típica en Italia) se refiere.

      El éxito de la obra fue notable, lo que permitió que se estrenara en escenarios importantes, como por ejemplo el de la Scala milanesa; pero luego desapareció de los carteles y del mapa hasta que, en 1969, el maestro bergamasco Gianandrea Gavazzeni la repuso en Venecia, en el mismo teatro que la vio nacer, contando con la diva donizettiana mas acreditada de todos los tiempos, la soprano turca Leyla Gencer. Queda testigo del hecho una grabación pirata de las citadas funciones, a las que siguieron otras en Napoles y, en 1970, en Bérgamo. en cualquier caso, han pasado 42 años y en Italia no había vuelto a reaparecer hasta ahora, precisamente para inaugurar el Festival Donizetti que cada año se celebra en su teatro y en su ciudad durante el mes de septiembre y octubre.

      Se trara de un festival que no goza de grandes subvenciones. Casi es un milagro que, en plena crisis económica, logre mantenerse en pie con una serie de óperas, conferencias y exposiciones que versan sobre su más ilustre conciudadano musical: Donizetti. Es de agradecer el esfuerzo administrativo y la agudeza de la dirección artística, llevada por el musicólogo Francesco Bellotto, que ha logrado con las dos funciones ofrecidas alcanzar un homogéneo nivel artístico sin recurrir a artistas famosos y caros, cuya fama a menudo decepciona y no justifica el alto precio de sus contrataciones. Además, el festival atrae a la bellísima ciudad lombarda y a su prestigioso y bonito teatro una cantidad inusual de público, con muchos extranjeros llegados también -todo hay que decirlo- gracias al hecho de que el aeropuerto de Bérgamo está conectado a la mayoría de las ciudades europeas con vuelos low cost de la más popular compañía de vuelos baratos. No es de extrañar, pues, que en la función del domingo se cruzaran caras conocidas del liceo de Barcelona con otras del Covent Garden o de la Opera Bastille.

      El éxito, empecemos por el final, fue sonoro, rotundo y sin fisuras en ambas funciones. La "premiere" del viernes 21 de septiembre y la del domingo 23, "matinée", se celebraron con acentos de entusiasmo hacia los merecedores interpretes. ¿Inferior a Lucia? Claro: Lucia es una obra maestra, única e irrepetible, sin lugar a dudas. La más alta en toda la producción "seria" de Donizetti. Pero sería injusto considerar a Belisario como un trabajo menor. En esta ópera, Donizetti desató su afán vanguardista mucho más que en Lucia, con la idea de buscar horizontes nuevos y formulas armónicas y musicales más modernas. El libreto de Salvadore Cammarano, que también escribió el de Lucia di Lammermoor, se adapta aquí a un estilo clasicista que, si bien estaba todavía presente en el mundo operístico italiano (herencia de Cherubini y Spontini a la que el mismo Bellini no supo resistirse firmando, sobre el libreto de Felice Romani, su obra maestra Norma) ya estaba pasando de moda, dejando lugar al drama personal y humano de los personajes, siendo los de Belisario aun psicológicamente esculpidos en el mármol, fuertes sí, pero inmóviles en sus sentimientos.

      La urgencia de la dramaturgia, que le llevó a unir en una obra que dura poco más de dos horas, mitos y tragedias de estampa griega (Medea, Clitemnestra reflejadas en el carácter de la desaforada y cruel Antonina) llevó a Cammarano, amén de escribir versos muy bonitos, a una precipitación que a veces raya lo grotesco. Por ejemplo, en el reconocimiento del hijo que el padre cree muerto y la madre perdido. Sin embargo, en los momentos en que la situación teatral lo consiente, además de escribir una música estupenda, Donizetti llega a tocar la cuerda de los sentimientos. En el segundo acto, el extenso dúo entre padre e hija (Belisario, cegado por el traidor Eutropio y la hija Irene, que decide abandonar Bizancio y acompañarle en el destierro) alcanza un nivel emocional al que no fue indiferente el joven Verdi (con sus 23 años, maestro interno en el Teatro alla Scala, donde su futura esposa, Giuseppina Strepponi, cantaba la parte de Antonina) que hizo tesoro del legado donizettiano. Años más tarde encontraremos dúos de impacto casi idéntico en la Luisa Miller y en Rigoletto, por no hablar de una cita casi textual en La traviata. Donde Violetta, antes de morir, canta "Se una pudíca vergine negli anni suoi del fiore a te donasse il cuore" reaparece el tema de Donizetti en el terceto del tercer acto, en el que Irene y Belisario reconocen en Alamiro el hermano e hijo Alessi. Como es lógico,  Verdi se empapó de la música de Donizetti.

      Precisamente el personaje más fuerte, el de la esposa Antonina, que cree a su marido responsable de la pérdida y muerte del hijo y que, acusándole públicamente de traición ante el emperador Justiniano, le condena a la cárcel y luego al destierro, es el menos logrado dramatúrgicamente. Aun cantando una bellísima cavatina y el concertante, muy elaborado, del primer acto, sólo reaparece en el final de la ópera, eso sí, para cantar una escena memorable, que culmina con un precioso rondó ante al cadáver del marido que ha muerto sin perdonarla. Sin embargo, es Irene, la hija, quien tiene que compartir con el padre Belisario las páginas más entrañables y conmovedoras, mientras que al desconocido hijo Alamiro/Alessi, tenor, se le reserva una parte marginal si bien vocalmente difícil y comprometida. Escaso relieve, pero recitativos y participación determinante en los concertantes y partiquinos tienen, Justiniano, rol de bajo, y Eutropio, segundo tenor

      Respecto al reparto, la información que llegaba desde el teatro parecía ir de mal en peor. La parte protagónica se había ofrecido al barítono Luca Salsi, que prefirió irse al Liceo para cantar funciones de La forza del destino que durante estos días se ofrece en el coliseo barcelonés. La interesantísima Maria Billeri, soprano dramática de agilidad, ya apreciada Medea en el circuito lombardo del As.Li.Co. hace dos años y recientemente magnifica Norma en Turin, tuvo que renunciar, después de haber pasado el verano estudiando muy ilusionada su papel, por motivos de salud. Ante esta situación,  la dirección del teatro se vio obligada a recurrir a última hora al barítono uruguayo Darío Solari, que empieza una brillante carrera en Italia, y a la soprano Donata D'Annunzio Lombardi, que acaba de comenzar un nuevo recorrido artístico, pasando del repertorio ligero (Norina y Musetta, para entendernos) al más lírico, como demuestran los recientes éxitos alcanzados en el Festival Puccini de Torre Del Lago como Mimì en La bohéme y CioCio San en Madama Butterfly. Finalmente, la apuesta ha sido ganada al cien por cien. Solari tiene una voz estupenda, timbrada y completa en toda la gama de barítono, con un cuerpo aterciopelado en el centro, bien apoyado en el grave y muy fácil, brillante en el agudo. La estatura del intérprete quizás es menor respecto a la del vocalista, pero aun así y calculando que los ejemplos a seguir eran los de Giuseppe Taddei y Renato Bruson, realmente ha sido una actuación mayúscula a la que el público ha respondido con entusiasmo.

      La Antonina de Donata D'Annunzio Lombardi estuvo inspirada de manera evidente en la de la insuperable Leyla Gencer. Lo que no significa que haya sido una mera copia o una imitación en tono menor. Todo lo contrario: las poses "clásicas", un tanto antiguas y de tableuax vivants se justifican con el carácter del personaje, que es el de una Furia y Erinni en la primera parte y se humaniza tan solo en el final. El timbre no traiciona la naturaleza más bien ligera de la voz que, sin embargo, está perfectamente apoyada, cosa que al igual que pasaba con la Gencer -no olvidemos que al principio de carrera cantaba Gildas de Rigoletto, Lucias y Elviras de I puritani-. La intensidad del fraseo y el acento esculpido han sido adecuados. Súmese el gusto exquisito en dosificar las "messe in voce" partiendo del planísimo y reforzando luego el volumen sonoro, la emisión controlada que le permite un legato ejemplar, el agudo lanzado con ardor y con una penetración para superar la barrera sonora de los concertantes a plena orquesta, solistas y coro, y se comprenderá por qué puso al público al rojo vivo.

      Nunziata Vestri, mezzo soprano de bella y pulida línea vocal, chocó con un rol aparentemente escrito para mezzo, pero que en realidad requiere una soprano por tesitura y por la frecuente subida al Si natural y al Do agudo. De hecho, en la época que se estrenó la ópera, las partes de primera y segunda donna eran casi siempre intercambiables. Aun así, teniendo alguna que otra tensión arriba, delineó una conmovedora hija Irene. Lo mismo sucede con el tenor vasco Andeka Gorrotxategui, de bonito y varonil color y potente chorro de voz. Su segunda escritura en Italia ha tenido buena acogida y ha causado muy buena impresión. Sin embargo, hay aspectos que todavía están un poco verdes, como puede ser su emisión, su agudo y el color de su voz, que no tiene suficiente brillo. Es joven, tiene mucho tiempo por delante y muy buen material. Tiene que estudiar. Esperemos que cumpla. Sería una lástima perderlo por el camino.

      El principal fallo de esta producción fue confiar, por motivos económicos, algunas partes secundarias a elementos del coro, que por voluntariosos no tienen porque ser también buenos solistas. La parte de Justiniano fue confiada a un bajo ya en carrera, pero cansado en el agudo y con la voz flotante, Francesco Palmieri. La participación del joven tenor Andrea Biscontin, que se enfrentaba a la parte nada marginal de Eutropio, ha rayado lo grotesco. Muy bien en su conjunto el coro, dirigido excelentemente por Fabio Tartari y óptima la orquesta que obedeció a las ordenes de Roberto Tolomelli, ex discípulo de Gavazzeni. Tolomelli consiguió un buen ritmo musical, resolviendo idealmente el equilibrio entre foso y escenario y sosteniendo muy bien a los solistas. Queda por comentar la producción de Luigi Barilone, sencilla y efectiva en su tradicionalidad. Ha pecado quizás un poco de ingenuidad en ilustrar didascálicamente los antecedentes del drama durante la bella sinfonía, en la que el perfume de Rossini todavía es patente, pero gracias al efectivo decorado de Angelo Sala y al adecuado vestuario, ha descrito la ópera tal cual el autor de la música y del libreto habían pensado. Esto, hoy en día, más que rutina parece un milagro.

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