Por Óscar del Saz | @oskargs
Madrid. 15-III-2021. Madrid. Teatro de la Zarzuela. XXVII Ciclo de Lied del Centro Nacional de Difusión Musical (CNDM). Recital 7. Obras W. A. Mozart (1756-1791), L. van Beethoven (1770-1827), B. Britten (1913-1976), G. Mahler (1860-1911), F. J. Haydn (1732-1809). Bejun Mehta (contratenor), Jonathan Ware (piano).
En esta nueva velada del Ciclo de Lied nos encontramos al artista (contratenor y director de orquesta) Bejun Mehta (1968), con su nuevo programa de recitales «Muchos amores, una sola voz...», acompañado por el pianista Jonathan Ware (1984), en el que se encuentran inmersos, interpretando obras de Mozart, Beethoven, Haydn, Britten y Mahler en lugares como el Amsterdam Concertgebouw, la Filarmónica del Elba de Hamburgo, el Théatre de La Monnaie de Bruselas, la Filarmónica de Luxemburgo, Colonia, o -como en este caso- en Madrid.
Este diseño de recital fue más una sucesión de arias de concierto, o arias de cantata, que canciones del repertorio liederístico habitual -aunque con las voces de contratenores no haya repertorios ‘habituales’-, salvo por el ciclo de canciones que compusiera Beethoven, con el nombre de Liederkreis An die ferne Geliebte [para el amado lejano], op. 98 (1816), y que narran la desesperación por no alcanzar el amor deseado; o la única canción que se presentó de la mano de Benjamin Britten, extraída también de otro ciclo de cinco canciones, denominadas como Canticles [Cánticos], y cuyo sentido es la narrativa amorosa, cuyo origen inicial es el Cantar de los Cantares, que también cultivara como inspiración Henry Purcell.
A nosotros el recital se nos hizo muy corto, con una duración total de alrededor de 60 minutos. No más de 13 piezas cantadas, con un interludio -quizá demasiado largo- en el ecuador de sólo piano, el Adagietto de la Sinfonía n.º 5 (1902, arreglos de A. Tharaud), de Gustav Mahler, donde Ware demostró muy a las claras su clase -además de como pianista acompañante-, también como ‘quintaesenciador’ del repertorio sinfónico, cuya depurada técnica -aunque con un punto de demasía en la efervescencia sonora demandada al instrumento- denota la flexibilidad de haber tendido puentes entre su formación netamente norteamericana y el desarrollo de su carrera ya en la vieja Europa, donde se encuentran las verdaderas raíces del Lied.
La voz de nuestro protagonista se puede encuadrar en la de un contratenor mezzo de timbre oscuro, equivalente a la contralto femenina, que explota la parte más grave de su voz de cabeza, pero que posee la refinada técnica de poder utilizar el registro de pecho de forma combinada para las notas más graves. Aunque -como sabemos- intentó hacer carrera de barítono, su voz podría encuadrarse también en la clase de contratenores soprano o sopranistas, que exhiben una voz hablada a menudo más grave.
En todo caso, debemos apuntar que su canto adolece de solvencia en algunas subidas directas a la zona aguda -si no dispone de notas de paso intermedias- que, por otro lado, no es muy extensa. Su voz campea con muy buen volumen y proyección -tiene ‘voz de teatro’ por la capacidad para traspasar una orquesta-, y posee un timbre de atractivos mimbres, muy completo en posibilidades de paleta colorista, -aunque no siempre la muestra y se torna en monocroma-, lo que le dota de interesantes cualidades expresivas, además de una muy buena dicción e intención.
El gesto del cantante se muestra siempre cambiante, a veces con la intención de expresar adecuadamente las vicisitudes de sus personajes, aunque a veces parece liberado de tener que hacerlo y entonces adopta semblantes que entendemos no ayudan a la comprensión de su estética: hablamos de medias sonrisas, tics gestuales o poses arbitrarias o ligeramente ‘descompuestas’. En muchos pasajes, no sabemos si debido a este modo de entender su presencia escénica/corporal, su canto adoleció de la requerida entonación, cierta fijeza tímbrica, incluso con notas claramente desafinadas.
Yendo punto por punto, y de lo que nos gustó de menos a más, diremos que encontramos fuera de estilo al contratenor en toda la sección dedicada a Beethoven, utilizando de forma acusada todo esto que acabamos de comentar sobre sus características ‘escénicas’. Además, creemos que intentando dotar a su canto de variedad -además de que engarzó de forma confusa las seis canciones como si de una sola se tratara-, aplicó en su interpretación desmedidos ‘accelerandi’ y ‘rallentandi’, estando siempre muy dependiente de la partitura, y necesitando pasar las páginas de forma muy enérgica/apresurada para poder escudriñar rápidamente el texto que venía después.
Enfrentándose a la complicada canción de Britten ‘My beloved is mine and I am his’, op. 40 (1947), en la que la melodía del piano y la de la voz discurren por caminos diferentes, la cantó toda fuera de la tonalidad resultando una malograda interpretación de tan bella pieza. Todo pareció cambiar cuando Mehta abordó el repertorio en el cuál es especialista. En concreto, nos referimos a la sucesión de recitativo-aria-recitativo-aria de la cantata de Haydn, escrita en italiano, Arianna a Naxos, de 1789, originalmente escrita para voz y clave (quizá por ello no queda perfectamente dibujada con el piano actual), en la que se narra el abandono de Teseo a Arianna. La interpretación de Bejun Mehta nos pareció un tanto sobreactuada/afectada/caricaturizada desde el punto de vista expresivo, si bien vocalmente creemos que fue abordada de forma notable.
Pero sin duda, fue en la primera del recital, el aria de concierto de Mozart, Ombra felice!, K255 (1776), compuesta de recitativo «Ombra felice!», y su aria subsiguiente, «Io ti lascio», donde pudimos disfrutar de la belleza y frescura de la verdadera voz de Bejun Mehta, así como de unos contrastes coloristas bien planteados, diligencia en las dinámicas, control del fiato y una buena línea de canto, así como todas las agilidades en su sitio. De esta forma, se dibujó adecuadamente la despedida narrada por la obra, esto es, la de los amores que tocan a su fin entre Dido y Eneas.
El recital fue muy del gusto del público, teniendo la pareja Mehta-Ware que salir repetidamente a saludar, de modo que tuvo que ofrecer una propina, anunciada como una canción ‘folk’ con arreglos de Britten, de carácter muy etéreo, y de sencilla belleza. Desde luego, el título del recital y su contenido se nos antojó muy interesante en su concepción, es decir, proyectar un viaje hacia el corazón del amor y del desamor, aunque fue una pena que el contratenor Bejun Mehta no tuviera su mejor día en cuanto a sus prestaciones vocales, además de encontrarle ciertas carencias en los tratamientos -expresivo, sobre todo- de los distintos estilos que deben ser puestos en juego para abordar autores tan distintos, lo cual también restó muchos puntos a la emoción que debería haber estado flotando de forma omnipresente en el ambiente.
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