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Crítica: Beatriz Fernández Aucejo y Raul Junquera con la Orquesta de Valencia

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Autor: Alba María Yago Mora
20 de abril de 2025

Crítica de Alba María Yago Mora del concierto ofrecido por la Orquesta de Valencia, bajo la dirección musical de Beatriz Fernández Aucejo y con Raul Junquera como solista

Beatriz Fernández Aucejo y Raul Junquera con la Orquesta de Valencia

Complicidad, energía y control


Por Alba María Yago Mora
Valencia, 16-IV-2025. Palau de la Música. Raúl Junquera, trompeta; Orquesta de Valancia. Beatriz Fernández Aucejo, directora. Obras de Gershwin, Tomasi, Montgomery y Bernstein.

   Una sala llena y un programa variado, exigente y lleno de matices. El pasado miércoles, la Orquesta de Valencia, bajo la batuta de Beatriz Fernández Aucejo, ofreció una velada que no solo ponía a prueba su versatilidad, sino también su capacidad para sostener la tensión y el equilibrio de un repertorio tan diverso. El resultado fue más que satisfactorio, a pesar de algunos titubeos iniciales.

   La Cuban Overture de George Gershwin, encargada de abrir el concierto, sufrió en sus primeros compases alguna falta de sincronía. La comunicación entre el gesto de la directora y la ejecución de la orquesta no parecía del todo fluida, y eso se tradujo en ciertos desajustes. Afortunadamente, el desconcierto duró poco. Pronto, el conjunto se asentó y ofreció una lectura vibrante. Destacaron especialmente las intervenciones de los metales, nítidas y con carácter, y una sección de cuerdas que, sin perder el empuje rítmico, supo sostener el color armónico con calidez.

   El Concierto para trompeta y orquesta de Henri Tomasi fue, sin duda, uno de los momentos más destacados —y más exigentes— de la noche. Raúl Junquera, solista de la propia Orquesta de Valencia, asumió el ambicioso reto con autoridad y una notable entereza, especialmente si tenemos en cuenta la presión añadida del contexto: en el público se encontraba buena parte del panorama trompetístico actual, lo cual elevaba considerablemente el listón de expectativas. Junquera fue concentración, dominio y también control, y consiguió un equilibrio admirable entre el virtuosismo y la contención. Su sonido: claro y con una proyección impecable.

   Desde la apertura del primer movimiento, Allegro et Cadence, quedó clara su intención: un sonido bien centrado, proyectado sin dureza, que le permitía articular con naturalidad incluso los pasajes más exigentes. En la cadencia —uno de los momentos más temidos del repertorio solista—, Junquera desplegó sus recursos técnicos con fluidez: un doble picado bien definido, sin rigidez, y los ascensos al registro agudo controlados, con musicalidad y sin tensión aparente.

   Pero fue el segundo movimiento, Nocturne, el que alcanzó una dimensión especial. Aquí la trompeta se convierte en una voz solitaria, que debe sostener la intensidad desde el susurro. Junquera lo entendió así: un fraseo amplio, sostenido, con un vibrato muy medido, y una afinación impecable incluso en las notas largas en dinámica piano, donde el riesgo de perder el centro es frecuente. La orquesta, consciente del carácter íntimo requerido, supo mantenerse en un segundo plano. Fue, sin duda, el momento más memorable de la obra.

   El Finale fue una total exigencia rítmica, un juego de contrastes y pura vitalidad. Junquera lo resolvió con agilidad, manteniendo siempre una dicción clara incluso en los pasajes más abruptos. El uso de las sordinas mostró una lectura atenta a todos los matices de la escritura de Tomasi, que, lejos de ser solo virtuosismo, exige expresión, estructura y sostén. 

   Fue una interpretación honesta y valiente, en la que el solista demostró no sólo ser un intérprete de primera línea, sino también un músico que sabe escuchar, respirar con la orquesta y comunicar desde dentro. La orquesta, por su parte, ejerció de aliada. Lejos de limitarse a acompañar, supo integrarse con sensibilidad, arropando a su solista con una escucha que permitió destacar los múltiples diálogos tímbricos propuestos. La dirección de Fernández Aucejo optó por no cargar la mano en el acompañamiento. 

   Como propina, interpretó un arreglo de You’ll never walk alone, dedicada a las víctimas de la DANA que azotó Valencia el pasado mes de octubre, entre las que se encontraban el propio solista, la directora y varios miembros de la orquesta. En esta ocasión combinó la trompeta con el fliscorno, con el que mostró una capacidad para «cantar» verdaderamente conmovedora. Fue un momento de gran emotividad en el que Junquera habló desde un lugar íntimo y sincero. 

   La segunda parte de la velada comenzó con Strum, de Jessie Montgomery. Fue como un soplo de aire fresco. Es una obra aparentemente ligera, pero llena de intención. Su riqueza tímbrica, su dinamismo constante y el uso poco habitual de técnicas como el rasgueado en las cuerdas aportaron un contraste muy eficaz. A pesar de su brevedad, dejó una huella inesperada: esa sensación de haber descubierto una voz distinta, con algo propio que decir, y el deseo de seguir escuchándola.

   El cierre con las Danzas sinfónicas de West Side Story (Leonard Bernstein) fue mucho más que brillante: un verdadero despliegue de complicidad, energía y control. Si en la primera parte hubo algún momento de desajustes, aquí la conexión entre la directora y la orquesta fue evidente desde el primer compás. Fernández Aucejo manejó con firmeza una partitura y supo extraer de la orquesta toda su capacidad sin necesidad de sobreexponer la gestualidad.

   El Mambo estalló con una precisión feroz, pero sin rigidez, con una alegría desbordante perfectamente encauzada. Las secciones de metales y percusión se lucieron con contundencia y carácter, mientras que la cuerda mantuvo la tensión sin perder la fluidez. En Somewhere, el lirismo se impuso sin sentimentalismo, con su línea llevada con sobriedad y profundidad. En la Cool Fugue, el juego de acentos, síncopas y contrapuntos fue resuelto siempre con claridad y elegancia, destacando la labor de la sección de contrabajos, que sostuvo su arquitectura con solvencia.

   Sin duda, fue una velada de contrastes, sí, pero también de evidencias: la Orquesta de Valencia es un conjunto en plena forma, y Beatriz Fernández Aucejo demostró una vez más que sabe cómo conducir ese potencial con inteligencia, emoción y criterio.

Foto: Foto Live Music 

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