Beatriz Blanco pone en sonido el Concierto para violonchelo de Dvorak con la Sinfónica de la Región de Murcia bajo la dirección de Virginia Martínez
Elocuente concertación
Por José Antonio Cantón
Murcia, 6-X-2022. Auditorio ‘Víctor Villegas’. Orquesta Sinfónica de la Región de Murcia (ÖSRM). Solista. Beatriz Blanco (violonchelo). Directora: Virginia Martínez. Obras de Antonín Dvořák y Piotr Ilich Tchaikovsky.
Una destacada capacidad de interacción concertante se pudo apreciar ya desde la entrada de la solista en su primera intervención en el Concierto para violonchelo y orquesta en si menor, Op. 104 de Antonín Dvořák que abría la primera cita de temporada de abono del ciclo sinfónico del Auditorio de Murcia que, por vez primera, integra toda su actividad en una programación conjunta de actuaciones de la Sinfónica de la Región de Murcia [ÖSRM] junto a las de otras formaciones que visitarán el auditorio murciano
El doble tema introductorio a cargo de la orquesta sirvió como muestra del planteamiento sereno que iba a mantener Virginia Martínez a lo largo del concierto sin que por ello se perdiera la intensidad expresiva que, en muchos momentos, pide esta preciosa obra del gran compositor de Bohemia. Con tal aire discurrió el Allegro en el que ambos elementos concertantes se alternaban llevando el canto predominante de cada pasaje, destacando el papel virtuoso del acompañamiento ejercido por la violonchelista vallisoletana Beatriz Blanco, que se encuentra en la plenitud de su carrera tanto en el aspecto técnico, demostrando siempre un gran dominio de arco y diapasón, como en el artístico, que la predisponen a una apasionada efusividad en su manera de tocar, esa tan consustancial con la sonoridad del violonchelo. En ese sentido, fue encomiable el dialogante molto sostenuto que mantuvo con la flauta en la segunda parte de este movimiento que anticipaba el equilibrio que se alcanzó a cuatro bandas -solista más oboe, clarinete y fagot- en la eglógica apertura del adagio consecuente, en el que la violonchelista supo apaciguar el doble intento de la orquesta en alcanzar máxima intensidad dinámica, momentos en los que la comunicación entre ella y la directora alcanzó máximo sentido en sus contrastantes funciones, produciéndose el momento culminante de la ejecución de la obra.
Tal resultado se enriqueció en el allegro final realizado con un desbordamiento expresivo por ambas intérpretes que no hizo sino que refirmar su mutuo entendimiento en concepto y forma, en un despliegue de un admirable sentido musical e intensidad emocional que dejaron una muy gratificante experiencia en el auditorio, que respondió con un cerrado aplauso. La solista correspondió con una versión de la famosa Nana de Manuel de Falla, acompañada por sus compañeros de la sección de violonchelos que, con un eficaz entretejido armónico muy certeramente realizado, dieron a esta íntima canción del maestro gaditano una preciosa polifonía de espiritual ternura, lo que realzaba el arte musical que atesora Beatriz Blanco.
Con un sentimiento plácido y de profundo dramatismo afrontó Virginia Martínez los primeros compases del primer movimiento de la Sexta Sinfonía en si menor, op. 74, “Patética” de Piotr Ilich Tchaikovsky que ocupaba la segunda parte del programa. Con un recogido gesto que reflejaban sus densas emociones, indicó con pausado dramatismo del Adagio que abre la obra, excelentemente expresado por el primer fagot. El discurso de este tiempo fue creciendo en sobrecogimiento hasta llegar a su última secuencia donde el metal cantó en modo de lamento, sentimiento que fue transferido a la madera con singular destreza desde el pódium, imprimiendo cierto misterio al pizzicato subsiguiente de la cuerda. En el final, el tuba acaparó la atención del oyente con amenazadora sonoridad, detalle expresivo que implementaba la expansiva y contundente intervención de los trombones.
Los violonchelos entraron en acción en el segundo movimiento agitando su aire de vals. Subió el interés de escucha con la íntima melodía tocada sotto voce por la cuerda y flautas en su pasaje central antes del hábil tratamiento rítmico que Virginia Martínez dio a su tránsito al breve estallido sonoro con el que el autor parece como si hubiera deseado de pronto cambiar el carácter de tiempo, momento en el que la directora manifestó un economía de movimientos que paradójicamente agrandaba el efecto musical.
Siguiendo tal evolución de movimientos, planteó el Allegro molto vivace sabiendo equilibrar su naturaleza scherzante con su tempo di marcia, que permitía percibir la agilidad y brillantez de la orquesta, lográndose ese empuje que lo convierte en una de las página más espectaculares del sinfonismo romántico. La directora, después de una instantánea pausa a la manera de una alargada síncopa, atacó el Finale con intensidad y determinación, como la demostrada en el desesperado fortissimo central que interrumpió bruscamente con llamativo y preciso ajuste. A partir de ese instante Virginia Martínez permitió que sus músicos expresaran el patetismo que cada uno podía desarrollar, simultaneando la dulzura de la cuerda con la intensidad del metal, especialmente trombones y tuba, antes de afrontar la coda con la que termina la obra que llevó al público a un intensa ovación. Concluía así un concierto muy bien pensado en contenido musical y excelentemente desarrollado en ejecución técnica.
Foto: Auditorio de Murcia
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