El ciclo de Ibermúsica acoge en el Auditorio Nacional de Madrid un concierto protagonizado por la pianista Beatrice Rana, el director español Gustavo Gimeno y la Filarmónica de Luxemburgo
Un oasis entre el árido páramo
Por Raúl Chamorro Mena
Madrid, 19-I-2022, Auditorio Nacional. Ciclo Ibermúsica. Subito con sforza (Unsuk Chin), Rapsodia para piano sobre un tema de Paganini, Op. 43 (Sergéi Rachmaninoff). Beatrice Rana, piano. Sinfonía en re menor (Cesar Franck). Orquesta Filarmónica de Luxemburgo. Director: Gustavo Gimeno.
Este concierto de Ibermúsica, que no ha podido librarse del impacto de la llamada variante «Ómicron» de esta interminable pandemia que ha provocado los aplazamientos de los conciertos de la Filarmónica della Scala y de la Orquesta de la Academia Nacional Santa Cecilia, constituía el regreso de la magnífica pianista italiana Beatrice Rana al ciclo que posibilitó su presentación en Madrid a finales de 2017. Titulé la recensión de aquel concierto «El prodigio Beatrice Rana», pues la joven artista dejó la impronta de una virtuosa del piano destinada a una brillante carrera.
La Rapsodia sobre un tema de Paganini se basa en el Capricho nº 24 para violín del singular virtuoso genovés sobre el que Rachmaninoff elabora otras tantas variaciones en una obra que puede considerarse su Quinto concierto para piano y orquesta estructurado sobre tres movimientos que se desarrollan sin solución de continuidad, además de encuadrarse en las pocas composiciones creadas por el músico ruso en el período posterior a su exilio de 1918. Beatrice Rana impuso entre las brumas su sonido bellísimo, aquilatado y cincelado, al igual que su refinado fraseo que bebe en la más acrisolada tradición belcantista italiana. Y subrayo entre las brumas, pues la interpretación de pianista y orquesta pareció evocar a una princesa de fábula que con su sonido cristalino lucha con un ruidoso dragón, dado el sonido opaco y brusco de la orquesta. Primorosa resultó la manera en que Rana expuso la inversión de la melodía (variación nº 18) haciendo plena justicia a la anotación de «andante cantabile» pues el teclado cantó con altos vuelos el sublime pasaje. No faltó en Rana la destreza, dominio y agilidad de la digitación conjugados con una gran transparencia sonora para enfrentarse a los pasajes más virtuosísticos, siempre desde la concentración y la sobriedad, sin superfluos excesos gestuales. Una pena el acompañamiento más bien deficiente, desacoplado, deslavazado y de trazo grueso de Gustavo Gimeno al frente de una orquesta filarmónica de Luxemburgo llena de limitaciones y que mostró un nivel, sin ir más lejos, claramente inferior a la Orquesta Nacional de España. Como propina, Beatrice Rana ofreció con variedad de colores y elegante musicalidad, La muerte del cisne de Saint Saens en arreglo de Leopold Godowsky.
Previamente y como primera obra del programa, se había interpretado la breve pieza «subito con sforza» de la prestigiosa compositora coreana Unsuk Chin, una composición que ha gozado de un importante éxito forjado en numerosas interpretaciones desde su estreno por la orquesta de la Royal Concertgebouw de Amsterdam el 24 de septiembre de 2020. Interpretación solvente la de Gimeno y la orquesta, aunque muy lejos de poder resaltar los colores, audaces sonoridades y hallazgos tímbricos de la partitura.
Después de una obra del calibre de la Sinfonía fantástica (1830) de Hector Berlioz, la música francesa proscribió la sinfonía, al considerarla una forma musical exclusivamente germánica, lo que se encuadraba en la tensión entre las dos naciones que culminó en la guerra franco-prusiana (1870-71). A pesar de ello, en las dos últimas décadas del siglo XIX se produce un renacer de la sinfonía en la música francesa con obras como la Sinfonía con órgano de Saint Saens o la Sinfonía en sol menor de Lalo, entre otras, así como la magnífica Sinfonía en re menor de Cesar Franck, compositor belga -en el año de su nacimiento no existía Bélgica como nación y terminó nacionalizándose francés- afincado en París. Una obra de construcción en forma cíclica, pero con sonoridad típicamente germánica e influencias Wagnerianas.
El gesto falsamente ampuloso e impostado de Gimeno esconde escasa precisión y aún menos mando ante una orquesta cómoda ante la falta de exigencia de la batuta titular y que parece complacerse en una rutina musical, que ha culminado en todo un colapso sonoro del que no se salva ninguna sección. La interpretación de la Sinfonía de Franck por parte de Gimeno y la orquesta de la que es titular resultó aburrida, desnortada, sin ideas, carente de contrastes, sin sentido de la construcción, ni transiciones dignas de tal nombre. Grandes dosis de rudeza y vulgaridad, ausencia de clímax e incapacidad de diferenciar planos orquestales con un sonido orquestal opaco y borroso, ayuno del más mínimo refinamiento tímbrico impidieron apreciar las calidades de la obra. El aplauso del público se convirtió en tan entusiasta como injusto -en comparación con el ofrecido a la pianista Beatrice Rana- ante la sucesión inmediata y festiva de dos propinas, la Danza húngara nº 1 de Brahms y una extraña interpretación del cuarto movimiento del concierto rumano de Ligeti.
Fotos: Rafa Martín / Ibermúsica
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