Por Raúl Chamorro Mena
Madrid. 15-XII-2017. Auditorio Nacional. Ciclo Ibermúsica. Concierto para piano y orquesta número 9 K. 271 “Jeunehomme” (Wolfgang Amadeus Mozart). Misa de Réquiem, K. 626 (Wolfgang Amadeus Mozart). Beatrice Rana, piano. Christina Poulitsi (soprano), Katarina Bradic (mezzosoprano), Steve Davislim (tenor), Tommi Hakala (Bajo). Coro Amici Musicae. Orquesta de Cadaqués. Director Musical: Gianandrea Noseda.
A veces –muy pocas, lógicamente- ocurre que al escuchar por primera vez en directo a un joven artista se tiene la sensación inmediata de estar ante un fenómeno. Esa sensación tuvo el que suscribe desde los primeros acordes que Beatrice Rana desgranó al piano con un aplomo, una seguridad y una concentración propia de un virtuoso consagrado. El sonido tan bello y brillante, como suficientemente caudaloso, compacto y personal; todo ello con una admirable musicalidad, hondura en el fraseo y una expresividad profunda, presidida por la sobriedad y la naturalidad, sin excesos ni desmelenes.
Un concierto tan fascinante como el Nº 9 de Mozart, -llamado “Jeunehomme” porque se piensa que fue dedicado a la pianista de tal nombre, aunque es algo que no está acreditado- fue perfecto vehículo para el arte de la pianista italiana. Una obra de esas en las que el enorme talento y la personalidad de Mozart rezuma por los cuatro costados. Un primer movimiento originalísimo, que comienza con acordes del piano, que luego desaparece, para volver a tomar protagonismo de manera alterna en pie de igualdad con la orquesta que asume una escritura inspiradísima, variada, avanzada y de gran singularidad. Un segundo sublime, en el que el piano asume todo el protagonismo y en el que Beatrice Rana alcanzó una cumbre de sensibilidad, de fraseo aquilatadísimo, variado, con una inagotable gama dinámica. Para, finalmente, lanzarse la pianista al virtuosístico rondò del tercer movimiento, un vertiginoso presto en que la italiana mostró una deslumbrante agilidad en la digitación y, al mismo tiempo, una proverbial capacidad para contrastar con el tempo de minueto lento con el que el genio mozartiano suspende el trepidante presto en este último capítulo del fascinante concierto. La fabulosa interpretación de Rana estuvo bien respaldada por el acompañamiento ligero y bien compenetrado con la solista por parte de Noseda, aunque la orquesta sonó más bien opaca y deshilachada.
La segunda parte del concierto la ocupó una obra tan emblemática como la misa de Réquiem del genio Salzburgués, obra que adquirió gran popularidad (de hecho, las entradas estaban totalmente agotadas para el concierto) por el tratamiento de su gestación que realizaba la película “Amadeus” dirigida por Milos Forman, cineasta que aprovechó ese encargo de la obra por parte de un desconocido vestido de negro para plasmar y enfatizar dramáticamente esa rivalidad entre el buen músico aplicado, serio y trabajador, Antonio Salieri, capaz de apreciar la genialidad simpar, respecto, precisamente a ese genio, Mozart, cuya vida quiere segar por envidia. Todo ello bien recordado por Pedro González Mira en su artículo del programa de mano del concierto, en el que reivindica -y con justicia- la figura y aportación a esta gran obra de Franz Xavier Süssmayr, discípulo del compositor y que terminó la obra. Aunque Noseda buscó los contrastes y organizar con un mínimo de coherencia, no fue capaz de encauzar las debilidades mostradas en este concierto por la Orquesta de Cadaqués, lejos esta vez de sus mejores prestaciones ofrecidas en otras ocasiones en este mismo ciclo. Efectivamente, una cuerda débil, apagada, sin presencia ni sonoridad, y unos metales dubitativos, que conformaron un sonido grisáceo, descompactado y borroso, junto a un cuarteto solista muy modesto y una insuficiente prestación del coro sellaron una interpretación vulgar, además de falta de hondura, de tensión y de espiritualidad. El coro Amici musicae, sin duda animoso y entregado, pero desempastado, sin entidad en los extremos, de sonido mate y descolorido y con una sección femeninas estridente. En cuanto a los solistas, gutural y sin proyección la soprano Christina Poulitsi; el tenor, un linfático y desvaído Steve Davislim, prácticamente inaudible; una mezzo Kattarina Bradic con algo más de enjundia vocal en su centro. Insuficiente, asimismo, resultó el bajo Tommi Hakala.
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